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Opinión

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La despetrolización fiscal pasa por un Pemex realmente verde

En mi artículo anterior señalé la importancia de considerar como pieza clave de la salvación de Pemex una despetrolización de las finanzas públicas del gobierno federal. Esto quiere decir, como muchos lo han intentado, el reducir o de plano cortar el “cordón umbilical” financiero de Pemex respecto del gobierno federal. Este “cordón” ha sido enormemente resistente porque el sistema de incentivos del contrato fiscal de nuestro país, que excede a Pemex e incluso al sector energético, lo fortalece. El contrato fiscal asumió por décadas que no eran necesarios tantos impuestos porque el gobierno tenía la renta petrolera. La renta es muy pequeña. Este es el momento de deshacernos del cordón.

El  cordón se hace más fuerte cuando el precio del barril sube porque hay menos incentivos a alterar el statu quo. Se debilita cuando el precio cae. Pero los precios a la baja o no han sido permanentes o la producción de crudo ha sido abundante. Hoy tenemos el mundo de cabeza: los precios están altos pero la producción no sólo no se ha estabilizado sino que ha caído, aunque marginalmente (no estoy considerando condensados). Y, debido a los requerimientos financieros de Pemex, la renta no aporta gran cosa al gobierno.

Mientras el gobierno federal gozó de una renta derivada de la exploración, producción y exportación de crudo, el sistema de incentivos hizo que el cordón resistiera cualquier alteración. Hubo momentos en que se hizo más delgado, precisamente cuando el precio del barril declinó y por tanto la renta se redujo. Esto explica el poco o nulo impacto de los Foros en el Senado en 2008, año histórico donde los ingresos petroleros llegaron a financiar el 40% del gasto programable y la renta petrolera tuvo la más alta participación en los ingresos presupuestarios. La reforma energética que inició el anterior gobierno estimó hacer todo lo posible por acercarla o convertirla en una empresa pública como otras en el mundo (para eventualmente quitar el cordón umbilical). Este intento dio como resultado que Pemex se endeudara en dólares igual que la totalidad del gobierno federal, un caso único en el mundo. No puede obviarse que ocurrió esto precisamente cuando los precios del crudo colapsaron a niveles no vistos en décadas. En 2014 precisamente un mes después de que iniciara la caída de los precios del barril, la reforma estaba aprobada a nivel constitucional. La suerte estaba echada para Pemex, el cordón umbilical y las finanzas públicas federales. En esos años la Secretaría de Hacienda se negó una y otra vez, a siquiera discutir una reducción del DUC de 68%. Qué dirían los ex directores de hoy si supieran que el DUC ya está en 30% y que se han otorgado créditos fiscales, o postergaciones de su pago a la Tesorería por 4 meses, con los niveles de precio de alrededor de 80 dólares por barril.

Hoy, Pemex cuenta con los recursos financieros -en teoría- para seguir en pie. Reducciones y postergaciones de pago de impuestos y otras medidas fiscales ya no tienen razón de aplicarse o considerarse. Se requiere una salida no financiera con una visión fiscal de largo plazo. Y, para ello, se necesita un Pemex realmente verde. Esto quiere decir un Pemex que adopte el concepto de sostenibilidad de manera total, casi existencial, y que construya un plan de largo plazo con horizontes a 2050 o más y revise de estrategias de corto y mediano plazos que no coincidan con cambios de gobierno. La sostenibilidad pasa por temas obvios como la reducción de efectos invernadero, medio ambiente, seguridad operativa, temas que afectan a personas y a la sociedad y lo más importante, aspectos cruciales de gobernanza. Un Pemex verde necesita tener un mapa de navegación que asuma de manera programática los riesgos de una transición energética de largo plazo. El aumento de la demanda de productos bajos en carbono propios de los mercados energéticos globales es algo que requiere atención urgente. El efecto del cambio climático sobre la misma operación de Pemex tendría que pasar por al menos considerar la eliminación o reducción de subsidios. Un Pemex verde es volverse un defensor genuino y creíble del medio ambiente. Los eventos recientes en las refinerías son sólo la punta del iceberg sobre este tema. Las métricas para ello tendrían que aspirar a una reducción a la mitad de la intensidad de las emisiones en exploración y producción y refinación para el 2030. En el primero, acercarse al 100% del aprovechamiento de gas, reducir significativamente la reducción de emisiones de metano y ya no quemar gas.

Un Pemex verde tiene muchas más y mejores oportunidades de negocio que el Pemex histórico, desde luego. No hay espacio aquí para identificarlas y profundizar en ello pero en captura y almacenamiento de carbono, petroquímica, producción de hidrógeno verde/azul, energías limpias y biocombustibles pueden ser áreas muy prometedoras. Pero lo más importante es que concebir a un Pemex verde sería una bocanada de aire fresco en el debate interminable de sector público vs privado, privatización vs estatización, globalización vs soberanía, y los que se acumulen. Pensar un Pemex verde ayudaría significativamente a oxigenar a los mercados tanto nacionales como globales respecto a Pemex y podría potenciar un caudal de financiamientos menos umbilicales. Es un tema que desde luego desarrollaré más adelante.

La despetrolización de las finanzas públicas federales a través de un Pemex verde además tiene el discreto encanto de reconvertir nuestro pacto fiscal superando la adicción de las finanzas públicas federales respecto de la renta petrolera, para concentrarnos en la recaudación de impuestos y como dije, su apropiada aplicación. En el México de hoy, la despetrolización ocurriría de dos maneras: desactivando el sistema de incentivos que sustituyen impuestos con renta y liberando los enormes recursos que en los últimos años se han dado a Pemex vía créditos fiscales, apoyos de liquidez, transferencias de capital, etc. Lo que ha sido una especie de respiración artificial. Dejemos que Pemex se convierta en una empresa del siglo XXI sin dejar de tener en mente las necesidades del país en el siglo XX. Esperemos que el nuevo Plan de Sostenibilidad de Pemex 2030 apenas presentado pueda socializarse y así, abrir la mirada a nuevas posibilidades.

*El autor es profesor de la Universidad de Georgetown en Washington, D.C.

gf7@georgetown.edu

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