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Opinión

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La globalización y los países taller

El juicio histórico de la globalización es que hay ganadores y perdedores.

Ganan los países desarrollados y sus empresas que no sólo se benefician de la devaluación salarial de los países en donde se localizan parte de sus procesos productivos, sino de otros factores generados en sus casas matrices como son la innovación, el cambio tecnológico, la calidad del capital humano, las infraestructuras y la diferenciación de sus productos.

En donde existe deterioro salarial, se perjudica la productividad, aumentan las desigualdades y se deprime la demanda interna. Esto sucedió en México con el TLC que descansó en la mano de obra barata. Ahora con el T-MEC nuestro país se comprometió a garantizar la negociación salarial colectiva y la democracia sindical. Es un cambio importante debido a que el motor principal del mercado interno es la masa salarial.

Los ganadores son los muy ricos de todo el mundo y las clases medias de los países emergentes que tienen importantes cadenas de valor (China, India, Indonesia y Brasil). Ahora con el efecto del coronavirus se estima que puede haber cambios en los países que se han beneficiado de su condición de países taller hacia otros países en condiciones similares para absorber parte de la manufactura.

Los perdedores de la globalización son los trabajadores de los países occidentales, los de los países del Este de Europa y los agricultores africanos, que tienen bajos niveles de ingresos.

Un fenómeno asociado a la desigualdad, cada vez mayor en el mundo y agudizado por la globalización, es que las élites de las diversas sociedades tienden a “naturalizar” la desigualdad y tratan de asociarla a fundamentos naturales. La desigualdad conduce al control político por parte de los más ricos que se ejerce a través del dinero.

En tanto más alta es la desigualdad, las personas con ingresos en los niveles superiores condicionan a su favor el cambio de reglas.

La desigualdad está conduciendo a las movilizaciones sociales de protesta. Son muchas las sociedades que están hartas de que se beneficie a los de arriba y muy poco a los de abajo. Por ello surge una oleada de “hombres fuertes” autoritarios, que ofrecen proteger al pueblo.

Constituyen una aberración de la democracia. Los líderes contra las instituciones ya no son los inofensivos líderes sindicalistas, las ONG, los estudiantes universitarios. Ahora son Putin, Xi, Erdogan, Orban, Kaczynski y Le Pen. La pregunta que surge de los escombros contestatarios es ¿habría tanto nacionalismo y xenofobia si no hubiese tanto desempleo y desigualdad?

Políticamente, este proceso de derrumbe plantea la necesidad de encontrar un equilibrio entre los intereses comerciales y financieros y el bienestar de la población.

El ilustre economista liberal Frederick Von Hayek dejó escrito lo siguiente: “Lo que necesitamos y cabe alcanzar no es un mayor poder en manos de irresponsables instituciones internacionales, sino por el contrario, un poder político superior que pueda mantener a raya los intereses económicos y que, ante un conflicto entre ellos, pueda mantener el equilibrio”.

Eso es lo que se supone que debe hacer el G20. Ha sido el que mira y nada más. Mientras tanto se agudizan las tendencias recesivas, aumenta el desempleo y la pobreza, se eleva la desigualdad, se amplía el ciberespionaje, los países del tercer mundo claman por apoyos que no llegan.

La escritora brasileña Clarice Lispector se preocupaba ante los problemas del mundo y decía: “Quien sepa la verdad que venga. Y hable. Escucharemos afligidos”.

s.mota@eleconomista.mx

Escritor y licenciado en economía, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. De 1984 a 1990 fue embajador de México ante el Reino de Dinamarca, donde se le condecoró con la orden Dannebrog.

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