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Las falsas promesas del clean eating
Navegando por internet, encontramos artículos y recetas del clean eating, que más allá de la salud, prometen casi una redención moral.
Navegando por internet, encontramos artículos y recetas del clean eating, que más allá de la salud, prometen casi una redención moral.
Dietas detox, limpias con jugos, bowl de açai, dietas libres de gluten... todas estas tendencias que defienden una supuesta alimentación llamada clean eating (comer limpio). El clean eating aboga por el consumo exclusivo de alimentos de los que se conozca su origen y procesos de producción, prohibiendo alimentos industrializados, procesados u otros.
Los menos adentrados podrán pensar que el hecho de comer alimentos no procesados debe ser algo más sano. Sin embargo, en este espacio hemos expuesto que no siempre industrialización equivale a alimentos menos sanos. El ideal de pretender saber cuál es el origen de lo que consumimos, se antoja muy difícil en un mundo globalizado y es a la vez uno de los temores más comunes desde que los seres humanos clasificamos lo comestible de lo no comestible. Sin embargo, los ideales del clean eating conllevan una carga social que van más allá de la salud, ese bien que en nuestra época se ha posicionado como un ideal a alcanzar para ser moralmente superior.
El hecho de hacer limpias con jugos y de pretender desintoxicarse con días de ayuno o con licuados son nociones que provienen más de la pseudociencia que de los verdaderos hallazgos científicos. Lo mismo pasa con las dietas alcalinas que suponen que el pH de nuestro cuerpo está alterado. Entonces si son pseudociencia, ¿por qué tienen tanto éxito y tanta atención mediática?
El clean eating y la industria del bienestar se ha corporativizado tanto, que el acceso al curso de meditación, pasando por la limpia con ayahuasca, el bowl de açai y la despensa compuesta de alimentos orgánicos, son lujos que no son accesibles a todo mundo. Inmediatamente, la famosa cultura del wellness o bienestar es privilegio para quienes pueden costearla. Y evidentemente el poder costearla provee de un estatus a quien tiene acceso a ella. Esta corporativización de la cultura del bienestar ha transformado la forma en la que percibimos nuestros logros e incluso nuestra calidad moral con base en lo que comemos.
Alguien que tiene control sobre sus impulsos, que decide, por ejemplo, hacer un ayuno de tres días o una limpia de jugos por una semana, invariablemente pone a prueba su control sobre el hambre. hoy en día este control reviste a las personas de una especie de superioridad moral, como si el control de las necesidades fisiológicas (porque todos tenemos que comer) hiciera de esa persona, un mejor ser humano. Oprah Winfrey constituye para muchas personas un modelo a seguir del éxito femenino, de la mujer que sobrevivió a la pobreza, al racismo, a la inequidad de género para convertirse en una de las más poderosas del mundo. Oprah ha declarado que el logro más significativo de su vida fue perder 30 kg de peso. De esta manera, la delgadez como sinónimo de bienestar es no solamente un significante de éxito, también es un compromiso más profundo con el supuesto empo-?deramiento de sí mismo. Tristemente, esta es la cultura del bienestar que hoy vivimos.
Afortunadamente, entre los estudiosos de estos fenómenos surgen voces críticas que advierten sobre las consecuencias negativas de depositar todo en el bienestar, del corporativismo que esto provoca y sobre todo de la normalización del hambre y de argumentos pseudocientíficos para adoptar las prácticas de ayuno como estilo de vida. La cultura del wellness y del clean eating nos dan la falsa promesa de sentirnos dioses omnipotentes capaces de tener control sobre el más mínimo de los procesos que suceden en nuestro cuerpo, cuando ninguna ciencia ni ninguna medicina ha encontrado, hasta el momento, el cuerpo perfecto.