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¿Las reglas globales de capital son posibles?
Los acontecimientos recientes han servido como recordatorio de que los acuerdos institucionales que rigen el establecimiento de estándares de capital para los bancos en Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea son notablemente diferentes. En su esfuerzo por establecer un marco común, el Comité de Basilea enfrenta obstáculos potencialmente insuperables.
LONDRES. ¿Qué esconde un nombre? A las propuestas finales para las reglas de capital bancario se las bautizó Basilea 3.1, como para sugerir un ejercicio de ajuste menor –apenas unas pocas notas de gracia sumadas a una melodía compuesta hace mucho tiempo–. Pero los bancos, preocupados porque las implicancias serían más severas, hablaron de Basilea 4, en donde no se trataba de notas de gracia, sino de una recreación de la composición entera, ahora en un tono mayor. Ese nombre no funcionó. Los reguladores insistieron en que no era una nueva melodía y que cualquiera que pudiera cantar Basilea 3 no tendría problema para ejecutar Basilea 3.1. Pero luego, a algún facultativo anónimo en las artes oscuras de la política estadounidense se le ocurrió el término Basilea Endgame (Final de Partida), que parece sugerir que alguien está a punto de morir. Del lado este del Atlántico, el término recuerda la obra de Samuel Beckett: Final de partida, sobre la angustia existencial y la futilidad y sinsentido de la vida humana. A los no banqueros les podría resultar una buena descripción del debate sobre el volumen apropiado de las reservas de los grandes bancos, que se ha venido desarrollando desde hace muchos años.
Algunos países, como Singapur y Australia, han dejado de discutir y simplemente pusieron manos a la obra. En la Unión Europea y el Reino Unido, los detalles están casi finalizados. Pero, en Estados Unidos, el final de partida no está en absoluto cerca del fin, el cual puede estar, inclusive, más lejos que nunca, luego de la reciente intervención del presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell.
Permítanme contar la versión abreviada de este relato enmarañado. Todo comenzó el verano pasado, cuando el vicepresidente para Supervisión de la Fed, Michael Barr, presentó algunas propuestas relativamente duras que exigían incrementos considerables del capital. Los bancos estadounidenses montaron una contraofensiva robusta, y ahora Powell ha dicho que deben realizarse “cambios materiales amplios” a las propuestas que fueron apoyadas por una mayoría de los miembros de la Junta de la Reserva Federal apenas el año pasado.
Los méritos del argumento subyacente prácticamente han sido sumergidos por la política. ¿Algunos bancos tienen razón al decir que las propuestas de la Fed los pondrán en una desventaja competitiva a nivel internacional? Comparar las propuestas de los diferentes países es muy difícil. Los planes de Barr, sin duda influenciados por la ola bochornosa de quiebras bancarias en Estados Unidos, efectivamente avizoraban un incremento mayor del capital de lo que se planeaba en la UE, pero partiendo de una base más baja. El Reino Unido, como siempre, está en algún lugar en el medio.
¿Todas estas diferentes propuestas respetan el acuerdo original de Basilea? El Comité de Basilea responderá esa interrogante a su debido tiempo, pero actualmente da la sensación de que el Reino Unido más o menos lo respetará y que la UE no lo hará. Según las propuestas de Barr, el régimen de Estados Unidos probablemente habría cumplido, y en un sentido estricto. Ahora, nadie realmente sabe dónde aterrizará.
Lo que sí sabemos es que los acuerdos constitucionales que gobiernan la determinación de los estándares de capital para los bancos son considerablemente divergentes en las tres principales jurisdicciones occidentales. En la UE, la Comisión Europea, un organismo político, tiene la lapicera, porque la estabilidad del mercado único exige que no haya divergencias significativas de un lugar a otro. Si las hubiera, todos los bancos tendrían sus casas matrices en el país con el régimen más débil y llevarían a cabo todos sus negocios europeos allí.
En consecuencia, los acuerdos de Basilea de la UE se implementan mediante directivas o regulaciones que llevan el peso de la ley a través del bloque. Dadas las circunstancias, no sorprende que el resultado sea un acuerdo que puede debilitar ligeramente el acuerdo de Basilea original. Los políticos, como de costumbre, respondieron a la petición especial. El llamado acuerdo danés, por ejemplo, incluye una concesión a los bancos que sean dueños de compañías de seguro. Es un secreto a voces que, si el Banco Central Europeo estuviera plenamente a cargo, la UE respetaría a Basilea, como piensa hacer el Reino Unido.
Desde el Brexit, el regulador del Reino Unido ha estado solo en el asiento del conductor. El gobierno delegó el poder para fijar las reglas de capital en el Banco de Inglaterra y, aunque a veces pareciera que los ministros lamentaran haber tomado esa decisión, dudo que el régimen vaya a cambiar a esta altura.
A simple vista, el régimen de Estados Unidos podría parecerse al del Reino Unido, ya que la Fed está en el asiento del conductor. Pero la junta de la Fed, a diferencia del directorio del Banco de Inglaterra, es políticamente equilibrada, con una mayoría que refleja el partido en el poder. Es por eso que Barr, por empezar, pudo proponer su paquete robusto de reglas. Pero ahora, sostiene Peter Conti-Brown de la Brookings Institution, Powell está intentando proteger a la Fed y no al sistema financiero, frente a las fuertes críticas públicas. “Parece valorar tanto la independencia de la Fed en materia de política monetaria que quiere evitar toda rencilla política en torno de la política regulatoria”.
Ese argumento recuerda la visión de larga data del Bundesbank de Alemania de que un banco central independiente no debería involucrarse en los negocios sucios de la supervisión bancaria. Gordon Brown, como ministro de Hacienda, actuó con la misma preocupación cuando delegó la supervisión bancaria a la Autoridad de Servicios Financieros (que yo presidí) en 1977. Pero luego George Osborne optó por revertir esa medida en 2013. A ambos lados del debate hay opiniones bien firmes sobre si los bancos centrales deberían ser responsables de la supervisión bancaria. Pero la manera en la que se está desarrollando Basilea Endgame indica que será muy difícil establecer estándares globales comunes en los diferentes acuerdos constitucionales. En Final de la partida de Beckett, el personaje Clov está extremadamente desesperado por crear orden del caos. “Amo el orden. Es mi sueño”, dice. “Voy a hacer lo mejor de mí para crear un poco de orden”. Ese podría ser el lema del Comité de Basilea en su intento por vender sus mercancías. Pero, al igual que Clov, puede estar enfrentando adversidades insuperables.
El autor
Howard Davies, ex vicegobernador del Banco de Inglaterra, es presidente de NatWest Group.
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