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Los efectos negativos de la polarización
Veo polarización, reduccionismo y superficialidad.
Azar Nafisi
La polarización que la sociedad mexicana presenta hoy no es nueva, pero sí lo es la profundización que ha alcanzado en los últimos meses y que toca prácticamente todas las esferas de discusión de lo público.
No es diferente en esencia, de la polarización que encontramos en sociedades como la estadounidense.
Es particularmente compleja porque, en los extremos, los puntos de vista parecerían más dedicados a la descalificación de la visión del adversario, que es la comprobación de la validez de los argumentos propios. Ello implica, invariablemente, que no se contrastan datos, no se confrontan visiones; sino que se contraponen ideas simplistas, limitadas y, en esencia profundamente erróneas, de una realidad que invariablemente resulta mucho más compleja.
El acceso a mecanismos de expresión pública, como lo son por ejemplo las redes sociales, que permiten la difusión generalizada de opiniones por su propio formato simplificadas, provoca el reforzamiento de una idea que no por popular resulta cierta: la noción de que todas las opiniones son igualmente válidas. Porque cuando se trata de opiniones que hacen (o debieran hacer) referencia a datos, a información concreta o que debieran sustentarse en una capacidad de análisis crítico, de ninguna manera todas las opiniones valen lo mismo.
Cuando hablamos hoy, por ejemplo, acerca del manejo de la pandemia en términos sanitarios y en términos de política pública orientada a enfrentar los efectos económicos de la misma; quienes muestran algún análisis y exhiben argumentos basados en datos invariablemente son descalificados, paradójicamente y de manera frecuente, por ambos extremos de la visión polarizada.
A nadie sirve y en nada contribuye una visión que reproduce hasta el absurdo la crítica más infundada, la información más inconexa y carente de sustento para criticar o alabar hasta la abyección la actuación del gobierno, o la expresión de quienes utilizan los mismos métodos para descalificar la opinión de quienes opinan diferente.
El riesgo más inmediato de este nivel de polarización es que facilita el que los radicales de ambos extremos encuentren fundamento en mantener su posición extrema. Parecería más importante hoy mantener un discurso descalificador y estridente, que presentar diagnósticos y argumentos sólidos y construidos a partir de modelos en los que la metodología y los datos puedan ser analizados, cuestionados o validados.
Parte del problema estriba, en que como sociedad le hemos cedido el control a los emisarios de los extremos. Y ello impide cualquier tipo de discusión seria respecto de cuáles deberían de ser los cambios fundamentales que, por ejemplo, en la política pública, deberían darse para efectos de mejorar las posibilidades de enfrentar y eventualmente resolver la severa crisis económica qué enfrentaremos en los siguientes años.
Mientras sigamos permitiendo que la discusión se dé casi exclusivamente entre quienes acusan que se pretende convertir al país en un régimen comunista y quienes vociferan que los opositores a la política actual son invariablemente defensores de regímenes corruptos anteriores, no existe posibilidad de construcción de diálogo y, peor aún, ni siquiera de discusión y análisis. Porque los estridentes pueden ocultar su absoluta ignorancia, falta de conocimiento e incapacidad para comprender y manejar datos, en medio de esa discusión vacía.
Si queremos mejorar la posibilidad de resolver los grandes problemas que ya enfrentaba el país, más los nuevos que tiene por delante, tenemos que quitarle el control de la discusión a los estridentes, ignorantes y simplistas y construir un verdadero diálogo basado en información y análisis y generar acuerdos que contribuyen efectivamente a la mejoría de las perspectivas económicas para las familias de nuestro país.