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Opinión

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Mariana Rodríguez sacudió nuestras certezas

Usted ya debe estar enterado: el INE multó a Movimiento Ciudadano con 55 millones de pesos por no reportar la donación en especie que el candidato Samuel García recibió de su esposa en forma de fotos y videos en Instagram. 

¿Tiene razón el INE al contabilizar ese apoyo como un recurso adicional no reportado que desequilibra la contienda? ¿O tiene razón Mariana Rodríguez cuando asegura que ejerció legítimamente su libertad de expresión? 

Se trata, nada menos, de una discusión sobre los principios que motivan nuestra convivencia política. ¿Por cuál habrá que inclinarse? ¿Por la libertad de expresión o por la equidad en la contienda? 

Veamos. Rodríguez tiene una cuenta muy exitosa de Instagram con casi dos millones de seguidores que consiguió a golpe de videos sobre sí misma. Sobre su ropa. Sobre su forma de maquillarse, sobre su manera de comer pan bimbo, sobre su perrito Chihuahua, sobre su noviazgo. Su vida amorosa, su cara, su pelo, sus amigos y el espejo de su closet, filtrados con su carisma y el vouyerismo nacional, le proporcionaron un poderoso megáfono en Instagram. 

Con ese megáfono puede vender publicidad, pero el problema es que el megáfono no es un artefacto distinto a ella. El vehículo publicitario no es Instagram. Es ella. Por eso su contenido no para nunca de crecer: baila con un pan integral, muestra sus tenis, su comida, su taza de café y sus ejercicios físicos. Sus seguidores babean y decenas de miles le ponen corazones a la foto de su mascota. Su Instagram no es como el mío. El de ella sirve para hacer dinero, y sirve para eso porque ella pone ahí su vidita. Frívola, cuestionable, admirable, envidiable, vacua, linda o tonta, como sea, pero le funciona para tener seguidores y, por lo tanto, ofrecerlos. 

El Instituto Nacional Electoral consideró que los videos personales de Mariana durante la campaña podían equipararse a anuncios. Anuncios sobre su vida, sus días en campaña y lo que piensa de su esposo, pero anuncios al fin y al cabo. Regresaré a ello, pero pauso antes de concluir e incluyo una segunda consideración: la de la equidad.

La razón por la que tenemos una fiscalización tan estricta se deriva de nuestro pasado priista inmediato y de la necesidad de construir un sistema de partidos con piso parejo. Igualdad de armas, digamos. Que ningún contendiente tuviera ventajas injustas que hicieran imposible la competencia electoral.

Eso no quiere decir, por supuesto, que no haya ventajas y desigualdades. Hay candidatos más guapos que otros, hay partidos con más recursos para gastar por haber ganado antes, hay candidatas más bonitas o más listas que otras y el que tiene un hermano actor (o es actor), va de gane. Claro, el que tiene una esposa popular va un peldaño arriba. 

El problema es cómo percibimos esas condiciones ventajosas en la construcción de un sistema democrático y cómo acomodamos en nuestro arreglo electoral la vida privada o las expresiones personales cuando éstas son monetizables. 

El INE no tuvo margen de maniobra -como no debe tenerlo pues no es juez para deliberar sobre principios de convivencia-; los consejeros leyeron la ley, impusieron la multa y listo. Sin embargo, los tribunales deberán examinar este caso con mayor profundidad para establecer criterios en el futuro. ¿Hasta dónde llega la necesidad de emparejar el piso en la contienda? ¿Esa necesidad es tal que reconfigura los derechos de los individuos en su faceta pública? ¿Hasta dónde queremos que llegue la defensa de la vida privada cuando ésta es un vehículo publicitario? Yo me inclino a defender la vida privada y la libertad de expresión hasta extremos absurdos, pero también comprendo que los medios digitales nos abren posibilidades para lucrar con nuestra intimidad y nuestras ideas, y ese lucro sí que necesita arbitraje. Por ejemplo y nada más por meter otro zumbido al ruido: ¿alguien ha pensado que Rodríguez pudo utilizar la campaña para robustecer su propia marca y no a la inversa? Parece improbable, pero no es imposible: los videos sobre su vida en tenis naranja tienen más reproducciones que aquellos sobre su guardarropa. El significado de esto trastocaría mis certezas: implicaría que una contienda pagada por todos hace rica a una influencer.

Este caso no está sencillo. Mariana Rodríguez llegó a sacudir las fronteras entre intimidad y vida pública, política y comercio, libertades y mercadotecnia, al hacer con su vida privada y su legítima manifestación personal, un vehículo publicitario.

kg

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