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México frágil
Las generaciones que vivieron durante el periodo comprendido entre 1950 y 1980 se encontraban en un país relativamente estable en lo económico, lo social y lo político. Por supuesto, hubo hechos como las represiones de finales de los años 50, la del 68 o la guerra sucia que mostraban la otra cara del régimen. También los conflictos de fin de sexenio de Echeverría y López Portillo fueron signos reveladores del agotamiento de un modelo de gobierno. Hay que decir, sin embargo, que nada de eso fue lo suficientemente fuerte como para debilitar a los gobiernos de la época.
Esa imagen de país estable y fuerte sucumbió primero en lo económico durante los años 80 y la crisis que le tocó lidiar a De la Madrid y resolver a medias a Salinas de Gortari. La elección presidencial de 1988 mostró el descontento social y político de aquella década.
Todo este recorrido ha sido para señalar un hecho: desde los años 80 México da la impresión de ser un país sumamente frágil. Las generaciones que hemos vivido desde entonces pisamos un suelo que no es firme. Estamos sujetos a los vaivenes de una economía dependiente, vulnerable a cualquier crisis. Una economía que hace que tener un empleo sea importante, aunque los sueldos y la falta de prestaciones lo hagan un empleo basura. En cualquier momento podemos ser despedidos y los derechos laborales no están de parte de los trabajadores.
La fragilidad de México tiene muchas causas, pero tal vez la principal ha sido la desigualdad y sus repercusiones: pobreza, racismo, clasismo, malos niveles educativos, corrupción, etc. Todo esto ha durado tanto tiempo que parece que nos hemos acostumbrado y lo hemos normalizado.
El actual sexenio ha mejorado un poco esta situación: se han creado empleos, aumentado los salarios mínimos y contractuales, los programas sociales han derramado una gran cantidad de recursos, las remesas crecieron y el incipiente nearshoring han tenido un impacto positivo y medible. Se ha creado un clima de optimismo entre las clases más altas y el grupo que gobierna el país. Queda claro que el país no es el lugar feliz que asegura López Obrador, pero me parece que la oposición está apostando a un ambiente de enojo que tal vez no esté tan extendido.
A pesar del optimismo, México sigue siendo frágil porque estas mejorías no tienen una base firme. Si tuviéramos que resumir el sexenio podríamos decir que López Obrador hizo una fiesta en donde se gastó todo el dinero de la casa (fideicomisos, recortes, transferencias) y no se encargó de sentar las bases para que entraran más recursos a futuro.
No se llevó a cabo una reforma fiscal, la tan cacareada austeridad republicana no son más que recortes sin ton ni son, no se cerraron las llaves de la gran corrupción, se gastó en proyectos poco rentables y costosos de mantener, no se ayudó a amplios sectores comerciales y productivos y en su último año el presidente elevó el déficit y la deuda a niveles no vistos en los últimos sexenios.
Su “gran” éxito, los programas sociales, no resisten una mirada seria. Cualquier análisis de ellos arroja que están mal diseñados y ejecutados. La falta de evaluación y control facilita la corrupción y, lo peor, no están llegando a la población más pobre, la de los deciles 1 y 2. Estos problemas los tuvieron los gobiernos anteriores con sus programas sociales, pero el descuido en estos últimos años ha sido mayor. Adicionalmente, hay indicios de que están siendo utilizados para desviar recursos con fines electorales o como un “guardadito”.
La fiesta está por acabarse y la resaca será fuerte. Más allá de quien gane la elección, la presidenta se enfrentará a un país al que le urgen soluciones en rubros fundamentales. Algunos de los más importantes son: seguridad, salud, educación, sequía y medio ambiente, derechos de las minorías y políticas de género.
Los diagnósticos están ahí en casi todo. En seguridad, durante tres sexenios la violencia ha desbordado las instituciones. Lo peor, las ha infiltrado. Buena parte de las instituciones públicas y privadas están anuladas. En educación hemos retrocedido lo poco que se había avanzado; en salud, el mito de Dinamarca se ha vuelto una broma cruel; la sequía se niega y el medio ambiente no está entre los planes gubernamentales. Los feminicidios y transfeminicidios disminuyen en el papel, pero no en la realidad.
Hay que romper con el pasado y hacer las cosas diferentes, convocar a las mejores mentes y las experiencias más exitosas para empezar a resolver la fragilidad en la que estamos. Generaciones de mexicanos y mexicanas han nacido y crecido en las crisis y las recuperaciones a medias, en la demagogia y las promesas vacías.