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Pedro Castillo, el suicidio político
Kioto. Pedro Castillo deja la presidencia por el imperdonable error de defender sus intereses personales sobre los del Estado, pero sobre todo y como consecuencia de los anterior, por haber propinado un autogolpe de Estado.
Las investigaciones judiciales sobre posibles actos de corrupción cometidos en el interior de su círculo familiar llevaron a Castillo a planear una fuga hacia delante, es decir, a través de un autogolpe, porque sabía que una moción por vacancia desde el Congreso, la tercera en menos de un año y medio, le hubiera expulsado de la presidencia por no contar con el apoyo de la mayoría de los asambleístas: ni de la oposición y ni siquiera de su partido.
Existe un tipo de ingenuidad que es producto de la ignorancia. Desde la debilidad no se puede presumir de poseer fuerza hercúlea. Pedro Castillo fue perdiendo gramaje desde el primer minuto de su Gobierno. Perdió demasiado peso político, tanto, que miembros de su partido le dieron la espalda.
Castillo asumió la presidencia como auténtico outsider de la política en momentos en los que la mitad de la población peruana se había decepcionado de sus gobernantes provenientes de la clase política. Odebrecht fue un rayo corruptor que atravesó a varios de sus miembros.
El expresidente Alan García se suicidó en el momento en el que la policía ingresó a su domicilio para llevarlo ante la Justicia. La constructora brasileña “ganó” licitaciones por 1,800 millones de dólares. Lo mismo ocurrió durante los gobiernos de Alejandro Toledo y Ollanta Humala.
El Congreso peruano le abrió las puertas de salida al presidente Pedro Pablo Kuczynski luego de ser investigado por la Justicia por delitos de lavado de activos y colusión. Según un representante de Odebrecht, Kuczynski recibió 300,000 dólares en 2011 como “mordida”.
Quienes pensaron que Pedro Castillo no tomaría la ruta más fácil hacia la corrupción, se equivocaron. La Fiscalía de Perú lo acusó de liderar una organización criminal desde su gobierno que, entre otros delitos, se encuentra el de otorgar licitaciones de manera sesgada a favor de conocidos de la familia. Lo hicieron desde los ministerios de Transporte y Vivienda. También han existido irregularidades en el ejército, por el ascenso de altos mandos a cambio de dinero.
En mayo pasado fueron liberadas órdenes de aprehensión contra una cuñada y dos sobrinos de Pedro Castillo.
La incapacidad para gobernar también es una modalidad de la corrupción. Castillo no era el candidato original del partido Perú Libre. Lo fue Vladimir Carrón, pero no cumplía los requisitos para postularse: problemas con la Justicia. Castillo, sin experiencia política y con rasgos visibles de ignorancia en varios temas estratégicos, no tuvo el pudor mínimo para evitar dar un paso al vacío.
Acorralado por la Justicia y en plena confrontación con el Legislativo, Castillo trató de emular a Alberto Fujimori en su intento de permanecer en el poder sin contrapesos. Es decir, gobernando a punta de pistola.
Los militares también lo dejaron solo.
Pedro Castillo nunca entendió que, desde la inestabilidad política y sin mayoría suficiente de escaños, se gobierna desde el Congreso.
En el ámbito internacional, su amigo, el presidente López Obrador estará tentado en extenderle una mano. Si lo hace, se convertiría en cómplice. El agravio llegaría al corazón de la diplomacia peruana.
El gobierno de AMLO envió en diciembre pasado a un equipo para que recomendara a Castillo la fórmula para confrontar a los medios de comunicación. Castillo le hizo caso.
El secretario Marcelo Ebrard seguirá las indicaciones de AMLO. En su doble personalidad, funcionario y candidato, correrá el riesgo de recibir una transferencia infernal de mala imagen en caso de que AMLO apoye a Castillo.
Ya lo hizo con Evo Morales.
Son tiempos de definiciones.
Pedro Castillo pasará a la historia como la peor decepción en Perú.
Una comedia bufa que podría ser llevado al cine porno político.