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Opinión

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Por un nuevo vitalismo para el país

La inversión escasa es un cuello de botella, una limitante grave. Si no superamos el bajo nivel que ha tenido por décadas, agudizada ahora por la crisis, no será posible tener un alto crecimiento económico.

Vivimos en el síndrome de perder el tren del desarrollo si no reactivamos los instrumentos que pueden dar una perspectiva optimista.

La inversión en capital físico, en plantas industriales y agrícolas, en maquinaria y equipo para producir bienes y servicios para crear infraestructura es el eje principal del desarrollo económico. Tiene efectos multiplicadores en el ingreso, en el empleo, en los procesos de expansión de las actividades productivas, en el comercio exterior.

La inversión se asocia ahora a la necesidad de un nuevo vitalismo para el país. La inversión escasa es un cuello de botella, una limitante grave. Si no superamos el bajo nivel que ha tenido por décadas, agudizada ahora por la crisis, no será posible tener un alto crecimiento económico y cumplir con los compromisos sociales, con los derivados de la globalización y los encadenamientos de las empresas productivas.

La inversión bruta fija represento sólo el 20% del Producto interno bruto en el 2019. De ella, la inversión pública fue de sólo el 2.9% del Producto interno bruto, la menor desde la década de los 60 del siglo pasado. La inversión privada represento ese año el 17.1% del Producto interno bruto. Con ello se advierte la importancia adquirida por esta última.

Vivimos en el síndrome de perder el tren del desarrollo si no reactivamos los instrumentos que pueden dar una perspectiva optimista.

Se necesita de una inversión superior al 25% del Producto interno bruto para que la economía crezca al 6.5% en forma anual: 2% para eliminar el rezago del desempleo, 2% para absorber a la población económicamente activa que anualmente está disponible como resultado del crecimiento demográfico y que demanda anualmente más de 1 millón 200,000 empleos formales, y 2.5% para modernizar la economía, cuya productividad está por los suelos al igual que la competitividad. Con un crecimiento económico del 65% se duplicaría el ingreso per cápita.

Durante el periodo comprendido de 1935 a 1946, la economía creció en forma anual a una tasa promedio del 6% y durante el periodo que va de 1958 a 1970 fue del 6.5%, mismo que estuvo determinado por el dinamismo que en este segundo periodo mostró el sector industrial que tuvo una tasa de crecimiento media anual de 9 por ciento.

Por 23 años tuvimos un crecimiento económico del 6% basado en una política de promoción económica e inversión creciente.

Actualmente, hay factores positivos que regionalmente están mostrando que sí se puede crecer a tasas altas. Así, durante el periodo que va del 2013 al 2018, Baja California Sur creció en forma anual al 6.1%, Aguascalientes al 6%, Querétaro al 5% y Guanajuato al 4.7 por ciento. La base de ello fue el flujo importante de inversiónes extranjeras, básicamente en la industria manufacturera.

Estos desarrollos regionales contrastan con el mediocre crecimiento económico nacional de 2.3% como promedio anual de los últimos 36 años, mismo que ha determinado estabilizar el estancamiento con penosas consecuencias sociales. Significa no poder absorber el rezago del desempleo, no dar ocupación suficiente a la nueva población económicamente activa y diferir la modernización en todo el país.

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Escritor y licenciado en economía, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. De 1984 a 1990 fue embajador de México ante el Reino de Dinamarca, donde se le condecoró con la orden Dannebrog.

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