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Opinión

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Premio alemán de periodismo

Me pusieron a trabajar, pero qué gusto da trabajar así. Por segunda ocasión participé como jurado en el Premio Alemán de Periodismo Walter Reuters, entregado el viernes de la semana pasada a notables periodistas en México, y no puedo más que agradecer la oportunidad que este premio me da para reflexionar sobre calidad, rigor e imaginación intelectual con colegas a los que admiro. Es una friega (¡son muchos!), pero es un enorme placer. 

Este año evaluamos trabajos realizados durante 2020 que tuvieran como eje temático principal, pues qué va a ser, la pandemia por Covid19. Los trabajos ganadores me enseñaron mucho, muchísimo, sobre el virus, sobre mi país y sobre periodismo, pero el proceso de evaluación me enseñó aun más. Por ello me permito ahora hacer un reconocimiento a todos los participantes, externar mi felicitación a los ganadores (pueden encontrarlos aquí) y compartir con los lectores de El Economista el estado de la cuestión en materia de periodismo en México. Al menos el que se puede apreciar a través de esta privilegiada ventana. 

Lo primero que llama la atención al evaluar los trabajos (llegaron más de 400) fue la pobreza del lenguaje escrito. ¡No todos, por fortuna! Lamentablemente, se aprecia en la mayoría de los casos. Lo mismo observé en la edición anterior. El periodismo escrito no está en su mejor momento y yo sufro, pues tengo en alta estima la palabra impresa como manifestación civilizatoria. 

Ese fue el primer golpe. Pero en seguida llegó la ilusión compensatoria: los periodistas multimedia son extraordinarios. La narración, el rigor, el uso del lenguaje, el manejo de fuentes, la imaginación y la inteligencia están ahí. No estamos perdidos. Los periodistas que hacen reportajes en video, programas para radio y trabajos para podcasts son los mejores periodistas del país, por mucho. De lejos. Y qué alegría constatarlo: el periodismo está vivo con su columna vertebral intacta. La palabra mudó de plataforma.

Eso me ha hecho reflexionar mucho, durante semanas. Los mejores trabajos, los mejores periodistas no están en la prensa escrita… pero ojo, tampoco en la radio habitual, y mucho menos en el mainstream televisivo. 

Los mejores reportajes, los que me enseñaron a ver los rostros de enfermeros y médicos, a comprender la dificultad de mantener los envíos de fruta a nuestras mesas, a dolerme por la situación en las montañas, a sorprenderme por la tenacidad de las prostitutas, a cuestionar los informes oficiales, a reirme con términos como “pornografía de la pobreza”, a aceptar los datos contraintuitivos de la migración inversa, a enfurecerme con la indolencia gubernamental y social, son todos trabajos que aparecieron en medios que nunca tienen espacio en las síntesis de la oficialidad y el análisis público. 

Podcasts realizados por periodistas de Jalisco, videos para medios nativos digitales, trabajos colaborativos para una prensa internacional digital especializada, reportajes con investigación que requiere desplazamientos binacionales… Periodismo vivo. De alta factura. Sin estridencias, ni maniqueísmos, con explicaciones y creatividad narrativa; con todo lo que queremos que sea este oficio para colaborar con información diversa y certera a la calidad de la vida pública. 

No están en los periódicos nacionales. No están en las radios con mayor audiencia. No están en las televisoras que obtienen los recursos para permitir un trabajo profesional en condiciones dignas. 

Existen, pero están por fuera, y no logro saber si esa es su virtud o su debilidad. Esa es la inquietud que me llevo otra vez: está para darle muchas vueltas.

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