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Opinión

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¿Quién festeja a Lenin?

Se cumplió hace unos días el centenario de la muerte de Lenin y en Rusia no hubo homenajes. Nada de desfiles en las calles, develación de estatuas o discursos laudatorios en la Plaza Roja, como sucedía de manera intensiva durante la época de la Unión Soviética cuando el jefe bolchevique era venerado casi como un Dios. Después de todo, Lenin fue uno de los líderes más desastrosos del siglo XX y los efectos dañinos de su legado continúan hasta el día de hoy.

Se hizo del poder mediante un golpe de Estado, no de una revolución. Sus bolcheviques eran minoritarios cuando tomaron el Palacio de Invierno y clausuraron la Asamblea Constituyente para dar inicio a una cruenta guerra civil y un régimen de terror. Lenin creó la Cheka, la inicua policía secreta soviética, y decretó “salvaguardar a la República Soviética de los enemigos de clase aislándolos en campos de concentración”. Autorizó el uso de gas venenoso para matar a los campesinos en el levantamiento de Tambov, controló la agricultura con mano de hierro fijando precios absurdamente bajos y requisando la producción de los campesinos a punta de pistola. Estas políticas desastrosas contribuyeron, en gran medida, a la muerte por inanición de al menos tres millones de personas en 1920-21.

Sus afanes asesinos se reflejan en una orden emitida después de una revuelta en la provincia de Penza: “Cuelguen, a la vista de la gente, al menos a 100 kulaks conocidos” , y sobre las confiscaciones a la iglesia y la burguesía instruyó “deben llevarse a cabo con una determinación despiadada... cuanto mayor sea el número de clérigos y burgueses reaccionarios ejecutados, mejor”.

Robert Service, en su biografía de Lenin, cuenta como Molotov, colaborador de alto rango tanto de Lenin como de Stalin, describió a ambos líderes como “hombres duros” pero, añadió “sin duda, Lenin era peor”. Y Víctor Sebestyen, en una biografía más reciente, describe como el líder revolucionario “se volcó en el estudio de la naturaleza del poder, cómo se consigue y utiliza, cómo cambia a quienes lo poseen y a quienes no. Quería el poder para sí mismo, como suelen querer los egoístas. Pero estaba convencido de que iba a usarlo para mejorar la vida de la mayoría. Así justificó las mentiras, el engaño y el terror” Toda barbarie era aceptada e incluso alentada en aras de la falaz ideología leninista.

La influencia actual de Lenin puede sentirse agudamente en China, donde su visión de partido-Estado dirigido por una vanguardia ideológica sigue siendo una realidad política, más aún bajo el gobierno de Xi Jinping. Pero no es así en Rusia, donde Lenin ha sido denunciado y recalificado como un “villano” por el régimen de Vladimir Putin, y no porque haya sido el creador de la infame tiranía comunista, sino porque “trazó un sistema territorial demasiado condescendiente a las nacionalidades, el cual estalló con la desintegración de la URSS”.

A quien sí admira Putin es a Stalin. Desde su llegada al poder en el año 2000 se han instalado casi un centenar de monumentos en su honor, tendencia reforzada con la anexión de la península de Crimea y con la guerra de Ucrania. Incluso hay una propuesta para devolverle a la ciudad de Volgogrado el nombre de “Stalingrado”. La idea es rehabilitar a figura de Stalin exaltando los recuerdos de la “Gran Guerra Patriótica” contra los nazis y persuadir al pueblo ruso de las bondades de la “operación militar especial” en Ucrania.

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