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Opinión

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¿Quién resuelve?

Para Jesús Reyes Heroles González Garza, gran mexicano que vamos a extrañar.

Tuve la infinita suerte de pasar navidad con mis hijos en la ciudad de Medellín, Colombia. La insistencia de acudir allá, se la debo a la sabiduría de mis hijos y a su curiosidad infinita. Aquella ciudad, alguna vez sinónimo de disputas entre el narcotráfico, las FARC y otros grupos ha sido recuperada por sus habitantes. Moderna, segura, con sus espacios públicos recuperados por sus ciudadanos. Mis hijos, con gusto, bailaron y se divirtieron en sus parques con otros cientos de jóvenes, al son de música y baile, cerveza y platicas con desconocidos. Con la presencia de la policía, pero respetuosa de la vida de cada quien y la tolerancia de las actividades juveniles.

 La ciudad ha recuperado su vida pública, hay narcomenudeo, pero no ocupa la centralidad de la vida social. Se respira un ambiente de seguridad y de tranquilidad. Los bares y restaurantes están llenos, los jóvenes caminan por la calle hasta altas horas de la noche y ya nadie teme a los enfrentamientos entre bandas, ni a las ejecuciones a mansalva. Algo pasó y me puse a preguntar todo lo que pude.

Lo primero que la ciudad decidió fue recuperar sus zonas más pobres. En particular Comuna 13. En ese barrio de unas 250 mil personas, se concentraban los sicarios, los grupos delictivos y las FARC. El territorio lo disputaban calle a calle cada uno de estos grupos. Servía por su geografía colgada de las laderas de cerros aledaños e infinitas escaleras para subir y bajar de las casas y calles plagadas de problemas sociales y miseria. Perfecto escondite para todos, por lo intrincado de su disposición y por la complicidad forzada o necesaria para la sobrevivencia.

Al inicio del presente siglo, sin embargo, la municipalidad decidió poner fin a los operativos de fuerza policiaca, que por lo demás cada día eran más desastrosos y menos efectivos, y decidió cambiar de enfoque radicalmente.

La cárcel de mujeres alojada en la Comuna (barrio o colonia) se cerró y en ella se construyó una universidad a la que todo el mundo puede tener acceso, con su respectivo examen de admisión. Se construyó en el centro de la Comuna una escuela primaria, secundaria y preparatoria a la que toda la comunidad tiene acceso. Se colocó en el centro del barrio una delegación de policía y centro de justicia en el que la única orden es que cualquier cosa que suceda debe ser resuelta en el acto por policías capacitados y expertos en el manejo de crisis. Se colocaron escaleras eléctricas que no permiten la excusa de la distancia para denunciar o acercarse al centro de justicia y a las escuelas. Se fomentó el grafiti, el muralismo, el baile y las actividades culturales y sociales.

La comunidad decidió solidarizarse entre ella y convertir su espacio en una alternativa de vida y un espacio en el que la máxima es cuidarse entre todos y para todos. El repudio social a la violencia y a la delincuencia se volvió una máxima de convivencia social. Y el estado ofreció alternativas de ocupación, trabajo, educación y actividades alternativas. Al morir Comuna 13 como centro de escondite y disputa territorial de la delincuencia, la ciudad toda empezó a recuperar su rostro y su tranquilidad.

Ha tomado 20 años lograrlo, pero sí se puede, es la decisión firme, la decisión de la autoridad por resolver desde cosas pequeñas hasta grandes problemas, la inversión permanente y la convicción por la defensa del estado de derecho y una vida distinta lo que finalmente recuperó a esta hermosa ciudad. Pero sólo se puede lograr si la autoridad se impone y resuelve en todos los frentes. Nada más, pero nada menos, también.

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Ensayista e interesado en temas legales y de justicia. actualmente profesor de la facultad de derecho de la UNAM.

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