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Realidad de ficción
Desde que Netflix nos concedió la oportunidad de acceder al contenido de diversas películas y series, nunca falta el entretenimiento. Durante años me resistí a ver The Walking Dead, pues tratándose de una producción cuya temática principal son los zombis, me parecía un pasatiempo superficial. Sin embargo, una tarde, al compartir esta idea con mi hijo, me dijo que estaba equivocado, que le diera una oportunidad a la serie, que la trama podría sorprenderme. Por esta razón, con escepticismo, decidí ver los primeros capítulos y repentinamente llegó la adicción.
The Walking Dead se estrenó en octubre del 2010 y ya lleva ocho temporadas (la novena está por estrenarse). Muestra a la humanidad sometida por una pandemia mortal. Un virus provoca que muchas personas mueran, pero después de su deceso, se reactiva su actividad motriz a través de estímulos que llegan al tronco del encéfalo, dotándoles de actividad cerebral instintiva y se ponen de pie, con una actitud altamente agresiva contra los seres vivos.
Entonces, la subsistencia humana se convierte en un proceso de selección natural y sólo los mejores individuos logran sobrevivir. Sin embargo, no es suficiente ser el más hábil, ni el más inteligente. La clave radica en la solidaridad. En ese escenario, un individuo solitario está condenado a morir. El trabajo en equipo es la mejor alternativa. Los principales personajes de la zaga van encontrándose en el camino y edificando sólidos lazos afectivos.
A través de escenas altamente impactantes, la historia nos induce en sentimientos como la gratitud, la lealtad, la traición, el amor, la muerte, la vida, el egoísmo, la maldad, la desilusión y la esperanza. Cada capítulo, invariablemente, nos invita a la reflexión.
Llamó mi atención que en aquel mundo donde prevalece la muerte, los gobiernos se extinguen y la ley del más fuerte comienza a imponerse. Tal y como ocurrió en los orígenes de la humanidad.
Los protagonistas de la historia en diversas ocasiones enfrentan la amenaza de la tiranía, pero las escenas que se pueden apreciar durante la sexta y séptima temporada son estremecedoras, pues exhiben la carencia de escrúpulos y la forma en que la violencia desmedida e inimaginable puede provocar dolor y sometimiento hasta arrebatar la dignidad. Inevitablemente correlacioné esta ficción con la realidad de nuestra patria.
Mientras veía los últimos capítulos de The Walking Dead, las noticias comunicaban novedades que me asombraron. Literalmente, los muertos merodearon las calles de Guadalajara. Aunque no caminaban como zombis, peregrinaron en remolques frigoríficos por aquella ciudad. Nos abrazó una realidad espeluznante, indigna.
La incompetencia de las autoridades locales de Jalisco sobrepasó los limites de lo imaginable y, para la sorpresa ciudadana, una vez más no hubo consecuencias jurídicas ante acciones y omisiones tan delicadas. La irresponsabilidad administrativa rayó en lo delictivo, pero nada sucedió. Con ello, una vez más se hizo evidente que en nuestro país reina la arbitrariedad.
Otro aspecto que llama mi atención es que el gobierno tiene el monopolio del uso de la fuerza, pero en realidad, el poder que ejerce el crimen organizado le permite llenar fosas con miles de cadáveres, haciendo evidente la existencia de una sociedad fallida. Recordemos que el Estado emana de nosotros mismos. ¿Cómo y cuándo habrán de mejorar las cosas si dentro de la sociedad se crean los criminales y políticos que tenemos?
Si en México prevalece la ausencia del Estado de Derecho, podemos vaticinar que nada cambiará. La tarea corresponde a las mujeres y hombres de bien de este país. ¿Por donde empezaría usted?