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Opinión

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Una gobernación global más eficaz

El mundo está necesitando liderazgos globales que pongan racionalidad y solución a las amenazas de los conflictos regionales, a la violación de los derechos humanos, a la gestión económica afectada por el Covid-19, a las resistencias a la economía verde. Un camino, no el único, es afianzar el multilateralismo que ha tenido fuertes ataques por parte de los nacionalismos populistas y por las posiciones aislacionistas de Trump.

Habrá que reforzar a las instituciones internacionales —ONU, FMI, Banco Mundial, OMC— que fueron creadas después de la segunda guerra mundial para resolver los problemas globales con el concurso de los países. Hay un realismo aprendido de los desastres de las guerras mundiales del siglo pasado, de la guerra fría y de millones de muertos. François Mitterrand, quien fue presidente de Francia, decía que de esa infernal experiencia “nació la conciencia de lo que puede hacer una civilización y de lo que no debe hacer, de lo que espera el porvenir y de lo que el porvenir prohíbe. Esa toma de conciencia se llama el triunfo de la vida”.

Resulta muy alentador que las normas comunes que ahora aplican los países más destacados de Asia, como Singapur, por ejemplo, tienen su origen en experiencias occidentales y sirven para la operación de sus instituciones de gobierno. Son entre otras las siguientes:1) un contrato social que vincula con responsabilidad a gobernantes y gobernados; 2) el multilateralismo en las relaciones internacionales; 3) economía de mercado; 4) derechos de propiedad; 5) ciencia moderna y razonamiento lógico, y 6) ética del trabajo.

Debido a que todos los gobiernos conocidos de la historia han sido gobiernos de minorías, es de interés de todos que la minoría gobernante sea eficaz en el ejercicio de sus funciones y con amplia visión del bienestar general. Estados Unidos vive en la incertidumbre. Trump es totalmente indiferente a enfrentarse a los problemas internacionales, renunciando al liderazgo que tenía su país, por el tamaño de su economía en un mundo interdependiente. La retórica ultra de Trump corre al paralelo de la ausencia de medidas para resolver los asuntos internos más delicados. Lo han rebasado los efectos de la pandemia, entre otros, la disminución fuerte de la actividad económica y 40 millones de desempleados. No controla a las grandes empresas financieras que crearon la crisis mundial del 2008 y el 2009. Realiza rebajas de impuestos a las grandes fortunas. Hace recortes de gasto presupuestal a la educación pública. Rechaza racialmente lo que no es étnicamente blanco. Pero lo peor es que puede ganar las elecciones de noviembre, debido a la debilidad de Biden, el presumible contrincante demócrata.

Ahora los ciudadanos estadounidenses desconfían de sus dirigentes y se están polarizando sectores importantes de la población. Las manifestaciones públicas de ellos se multiplican. Los eventos recientes de represión y patanería racial evidencian una narrativa de terror. China está en el juego del poder global por su tamaño y éxitos. Se apunta en todas las iniciativas internacionales. Con todo y que la economía global se ha restringido por la reducción de la demanda, China tiene un alto crecimiento económico y una influencia en la política económica mundial. Ahora el objetivo de China es crecer más despacio, con más calidad y menos gobierno.

Europa es la región que más participa y propone soluciones globales, mismas que realiza en su espacio para mantener la competitividad. Toda la política económica y social está orientada a sostener su generoso Estado de bienestar. Angela Merkel lo ha dicho: Europa representa 7% de la población mundial, genera 24% del PIB global y aporta 50% del gasto social que se realiza en todo el mundo. Para mantener sus niveles de alta eficiencia ha resuelto el proceso de descarbonización y digitalización para la reconversión industrial y tecnológica.

smota@eleconomista.com.mx

Escritor y licenciado en economía, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. De 1984 a 1990 fue embajador de México ante el Reino de Dinamarca, donde se le condecoró con la orden Dannebrog.

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