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Urge el cambio
Parece haber consenso entre diferentes analistas que la economía mexicana experimentará este año un incremento del PIB de entre 5 y 7 por ciento. Este aumento es un rebote después de la estrepitosa caída de 8.5% el año pasado; en sí mismo no pueden ser considerado como crecimiento.
Suponiendo que el PIB aumentará 6%, el nivel de este año sería todavía 2.3% inferior al registrado en 2020; en términos del PIB por habitante, el nivel sería 4.2% menor que el registrado el año pasado. Más aún, dado que la economía no creció en 2019, el PIB por habitante durante 2021 sería 5.2% inferior al de 2018. Tres años perdidos que implican menor nivel de bienestar para la población en su conjunto, en particular para las familias de menores ingresos que son las más perjudicadas por la ausencia de crecimiento y el impacto que ello tiene sobre la creación de fuentes formales de empleo.
Es claro que además del impacto económico de la pandemia, mismo que no fue atenuado con una política fiscal contracíclica, sino por el contrario se profundizó aún más por la insensatez de la “austeridad republicana”, los resultados hasta obtenidos en los tres años de este gobierno son el resultado de una serie de decisiones de política que han mermado el potencial de crecimiento de la economía. La expectativa de crecimiento para el 2022 es de solo 2%, con lo que aún se estaría muy lejos de recuperar los niveles del PIB por habitante de 2018.
El presidente tiene que darse cuenta que seguir por el mismo camino significará un sexenio perdido, un fracaso para él y con un alto costo para México. Sus tres obras de infraestructura con valor presente neto negativo socialmente evaluado y transferencias de efectivo a ciertos grupos de individuos no generan riqueza. Tiene que darse un significativo golpe de timón que incentive la inversión privada generando las condiciones institucionales necesarias, en particular otorgar certeza jurídica como condición mínima necesaria para que haya confianza y esto implica no cambiar arbitrariamente las reglas del juego para tratar, inútilmente, regresar a un pasado idílico que nunca existió.
La economía mexicana enfrenta hoy un escenario internacional favorable que, con las condiciones institucionales internas adecuadas, puede dar un impulso significativo al crecimiento. Por una parte, la economía estadounidense está en una sólida etapa de expansión apoyada por las políticas fiscal y monetarias expansivas; por otra, existe un fuerte incentivo para las empresas de la región norteamericana para buscar una mayor integración de las cadenas de producción regionales, más aún si se toma en consideración el conflicto sino - estadounidense que incentiva a varias empresas con inversión en ese país asiático, inclusive no estadounidense, a cambiar su localización y aprovechar, situándose en México, la cercanía con la mayor economía del mundo. Sin embargo, como lo reflejan las cifras de inversión extranjera directa recibidas durante el último año, así como por la caída mostrada de la inversión privada nacional, las condiciones actuales para aprovechar este potencial no existen.
Seguir por el mismo camino hasta ahora transitado, apostando a que sea el petróleo el motor de crecimiento y explotado además por una empresa a la cual se le quiere dar poder monopólico (junto a otro monopolio en el sector eléctrico) cambiando para ello arbitrariamente las reglas y en abierta violación a la Constitución claramente no es el rumbo a seguir. Esto ha generado incertidumbre jurídica desincentivando la inversión, nacional y extranjera.
La economía mexicana (y la del mundo en su conjunto) es hoy totalmente diferente de lo que fue en las últimas dos décadas del siglo pasado. Insistir en regresar al pasado solo condena a los mexicanos a seguir viviendo con bajos niveles de desarrollo. Urge el cambio de rumbo.