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Barbarie
El descubrimiento del campo de exterminio de Teuchitlán en Jalisco es la demostración del nivel de sofisticación y crueldad con el que el crimen organizado ha llegado a apoderarse de grandes extensiones del territorio nacional. El pensamiento del criminal con grandes aspiraciones es similar al del político totalitario que parte del principio según el cual la sociedad le debe obediencia y pleitesía a cambio de lo que él le proporciona como gesto de agradecimiento.
Este discurso llevado a sus últimas consecuencias termina por eliminar a determinados seres humanos que son considerados como “subhumanos”, o basura que debe de desaparecer para evitar la contaminación de estos elementos malignos. De esta manera la necesidad de deshumanizar al otro, al considerarlo enemigo irreconciliable cuya existencia es inaceptable, se vuelve un objetivo legítimo.
Así es como el nazismo pudo poner en marcha el sistema para aniquilar a seis millones de judíos y otras minorías. La única forma de poder llevar a niños, mujeres y ancianos a una cámara de gas es convirtiendo a estos individuos en objetos dañinos que hay que desaparecer.
Esta misma lógica de negación del derecho a la vida, es la que vemos con los líderes de los cárteles de la droga que se ven a sí mismos como redentores del pueblo, y simultáneamente como jueces supremos que deciden sobre el destino de esos mismos habitantes sobre los que tienen la posibilidad de dejarlos vivir o matarlos de diversas formas. Figuras como el Chapo Guzmán, el Mencho, o en su momento Pablo Escobar y otros más, se convirtieron en ídolos populares al mismo tiempo que provocaban un sinnúmero de muertes que no les restaba popularidad alguna.
La aparición de fosas comunes por todo el país y la construcción de campos de muerte como el de Teuchitlán, son una muestra no únicamente del poderío de las bandas criminales, sino de su capacidad para procesar el aniquilamiento de aquellos a quienes definen como traidores, colaboradores o abiertamente enemigos sin alguna condición humana que pudiese justificar su supervivencia.
No es fortuito que dentro de los regímenes fascista, estalinista y en las dictaduras militares, los criminales ocuparan posiciones relevantes en el aparato represivo. Lo que estamos viviendo en México no es nada más la desaparición efectiva del Estado y la incrustación de los delincuentes en puestos de poder. También hay claros signos de descomposición por el número de desaparecidos y los mecanismos de ejecución y exterminio descubiertos, y que nos hablan del grado de deshumanización y la capacidad de destrucción real de este ejército de asesinos.
Se trata de la viabilidad del país como lugar habitable, o su conversión a una zona sin ley ni protección, y en manos de criminales.