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Opinión

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Una escalada entre Israel e Irán es probable


Foto: Shutterstock

Independientemente de si uno está de acuerdo con la evaluación de los líderes políticos y militares israelíes sobre la amenaza que representa Irán, ahora es muy probable que se produzca una nueva escalada del conflicto entre los dos países. Las autoridades y los gestores de riesgos financieros quizás estén esperando lo mejor, pero deberían prepararse para lo peor.

Nueva York. Tras los recientes ataques de Israel a instalaciones militares iraníes, en represalia por el ataque con misiles balísticos de Irán a Israel, la opinión general es que se ha contenido el riesgo de una mayor escalada. Las declaraciones iniciales del líder supremo de la República islámica parecieron señalar que no habría más respuestas iraníes, y, al parecer, los mercados financieros coincidieron, ya que el precio del petróleo cayó un 5% inmediatamente después de los ataques israelíes (aunque volvió a subir un poco tras nuevas declaraciones amenazantes de algunos comandantes iraníes).

Pero es probable que la opinión general esté equivocada. Estos últimos meses, ha habido profundos cambios en la evaluación que hace Israel de la amenaza iraní. No sólo se han endurecido las posturas del primer ministro Binyamin Netanyahu y de sus aliados de derecha; también hay importantes líderes de la oposición de centro y centroizquierda, como Benny Gantz y Yair Lapid, que sostienen que los últimos ataques de Israel no han sido suficientes.

Tanto si uno está de acuerdo o no con la evaluación israelí, existe ahora un consenso en Israel respecto de que el régimen iraní es un peligro inmediato, claro y actual. Sus representantes en la región (Hamás, Hezbolá, los hutíes y las milicias chiítas en Irak y Siria) siguen atacando a Israel, y la dirigencia israelí ha llegado a la conclusión de que debe confrontar el problema en sus orígenes. Eso tal vez implique ataques contra instalaciones nucleares iraníes y la eliminación de los principales líderes militares y políticos del régimen, como Israel ya ha hecho con Hamás y Hezbolá. Con la eliminación de los altos mandos de Hezbolá y la destrucción de buena parte de sus capacidades ofensivas, los israelíes han reducido en gran medida la ventaja que les llevaba Irán en materia de disuasión.

En vista de este cambio radical del equilibrio de poderes relativo, la única opción de disuasión efectiva que tiene Irán contra Israel (ahora que ni siquiera sus misiles ofensivos y otras armas han logrado causarle daños significativos) es acelerar el desarrollo de su capacidad de producir armas nucleares. Pero puesto que para Israel un Irán nuclearizado sería una amenaza existencial, no le quedará otra opción que atacar las instalaciones nucleares iraníes (y a los altos mandos iraníes) antes de que Irán construya un dispositivo viable.

Cualquiera sea la moderación que muestre Irán, es muy probable que haya más ataques aéreos israelíes. Así como una victoria de Donald Trump en la elección presidencial estadounidense puede darle a Israel un sentido más claro de autorización para actuar contra Irán, tampoco era seguro que una victoria de Kamala Harris impidiera que Israel enfrentara lo que percibe como una amenaza existencial.

Si Israel comienza una escalada gradual de sus ataques contra Irán (seguidos tal vez de nuevos ataques de Irán a Israel), el nuevo gobierno de los Estados Unidos no podrá sino seguir apoyándolo, en forma directa o indirecta. Que Israel tenga o no capacidad para destruir la mayor parte del programa nuclear de Irán o acelerar un cambio de régimen en Teherán es irrelevante; incluso un daño limitado a las instalaciones nucleares de Irán puede retrasar su programa nuclear por varios años y generar el poder de disuasión deseado por Israel.

La probabilidad de escalada en las próximas semanas y meses implica que habrá importantes riesgos económicos y financieros que gestionar. Un ataque israelí contra Irán de una magnitud suficiente puede provocar grandes trastornos en la producción y exportación de petróleo desde el golfo Pérsico. Un Irán desesperado tal vez intente sembrar el golfo de minas y bloquear el estrecho de Ormuz, además de atacar instalaciones petroleras saudíes. En este escenario, el mundo experimentará un shock estanflacionario similar a los que siguieron a la guerra de Yom Kipur (1973) y a la revolución iraní (1979).

El encarecimiento del petróleo sería un desastre para la economía global y para el bienestar de miles de millones de personas, y las autoridades tendrán que pensar medidas para suavizar el golpe. Lo mejor sería que en caso de haber un conflicto a gran escala, sea lo más breve posible. El golpe israelí a Irán debería ser contundente y muy preciso, en vez de extenderse a lo largo de varios meses, y habría que desplegar barreminas (como los que usa Japón) para despejar el Golfo lo antes posible.

Además, Estados Unidos debería proveer a Arabia Saudita tecnologías de defensa avanzadas (por ejemplo, sistemas antimisilísticos Patriot adicionales), para minimizar el riesgo de que Irán destruya las instalaciones petroleras saudíes. Arabia Saudita, por su parte, tendrá que generar un aumento masivo de su producción de petróleo y de las exportaciones de su capacidad excedente, para reducir cualquier posible aumento global de los precios, mientras que Estados Unidos y otras potencias deberán usar sus reservas estratégicas de petróleo para contribuir a amortiguar el impacto.

Es posible que, además, los gobiernos de las economías avanzadas y de los mercados emergentes deban proveer subsidios temporales a los consumidores de energía, como los que se implementaron tras el encarecimiento que siguió a la invasión rusa de Ucrania en 2022. Y tal vez los bancos centrales deban responder a un eventual shock estanflacionario manteniendo sus tipos de interés estables, o incluso reduciéndolos. Con las expectativas inflacionarias bien ancladas (a diferencia de los años 70), los bancos centrales deben evitar un endurecimiento excesivo de la política monetaria en respuesta a un shock que como mucho debería durar un par de meses.

Por supuesto, en vista del considerable riesgo implícito en un ataque israelí a gran escala contra Irán, es probable que un eventual gobierno estadounidense encabezado por Harris insista en que no suceda. Además de las repercusiones económicas y financieras globales, un intento fallido de destruir las instalaciones nucleares de Irán no hará más que reforzar la determinación del régimen de obtener la bomba atómica.

Sin embargo, una operación exitosa puede generar grandes beneficios. Debilitaría en gran medida al régimen iraní (fuente permanente de inestabilidad en Medio Oriente) y junto con él a sus representantes regionales. Incluso no se puede descartar que la operación israelí fuera seguida por un levantamiento popular en Irán. El régimen ya está débil, es impopular y la mayoría de los iraníes no lo quiere. Su caída puede mejorar las condiciones para lograr un alto al fuego en Gaza, una normalización de la relación entre Israel y Arabia Saudita y, finalmente, nuevas conversaciones para una solución de dos estados entre Israel y Palestina.

De modo que un ataque israelí contra Irán es una estrategia con altos niveles de riesgo y recompensa: puede generar un desastre económico mundial o una remodelación beneficiosa de Medio Oriente. Al menos, así lo ven los israelíes, y es probable que las provocaciones de Irán contra Israel no se detengan. Cualquiera sea la opinión que tengamos respecto de la evaluación israelí, una escalada del conflicto es muy probable.

El autor: Nouriel Roubini es asesor sénior en Hudson Bay Capital Management LP, profesor emérito en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York y autor de Megathreats: Ten Dangerous Trends That Imperil Our Future, and How to Survive Them (Little, Brown and Company, 2022). También fue asesor sénior en el Tesoro de los Estados Unidos (1999-2000).

Traducción: Esteban Flamini

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