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Morir tranquila
Mi abuela tuvo una muerte inusual para cómo están las cosas en el país. Murió de 98 años este sábado a las 3:21 am, lúcida y tranquila, en su casa en el Puerto de Veracruz, rodeada de sus seres queridos.
Yo no alcancé a llegar. La noticia me agarró mientras estaba abordo en el primer vuelo disponible, que para varear salió tarde por el tráfico aéreo. Los veinte minutos que pasé encerrada en el avión esperando poder despegar, se me hicieron eternos.
El humor negro de la vida me agarró por sorpresa y en lugar de una despedida llegué a un funeral o más bien, a una cremación, porque ella nunca quiso un funeral. No obstante, al recordar y celebrar su vida, en el trayecto del vuelo retrasado, no pude dejar de pensar que en medio de la oleada de violencia en la que se encuentra sumergido el país, son cada vez más pocos los mexicanos que pueden morir tranquilos, como ella.
Para empezar, su Veracruz tiene hoy más fosas clandestinas que municipios. Sinaloa está sumergida en una especie de guerra civil, Guerrero se lleva los titulares de los diarios por las matanzas y Guanajuato emana escenas desafortunadas del Medio Oriente por el estallido de dos coches bombas en un día.
Si el dicho de “se muere cómo se vive” es cierto. Entonces, ¿Cuantos mexicanos podrán vivir y morir tranquilos ? La violencia, el miedo, la incertidumbre y la angustia, poco a poco transforman al país en una fosa común con himno nacional, que además de los cadáveres, contiene millones de muertos en vida.
Las madres buscadoras no respiran porque les faltan sus hijos, los padres de familia no saben qué hacer ante la inflación que no cede, los campesinos se preguntan si el cambio climático no acabará con sus cosechas, las mujeres que caminan solas por las calles no saben si llegarán a casa y también muchos ahora se preguntan si no serán alcanzados por las balas a plena luz del día.
De pronto los colores de esta país palidecieron y sólo quedó vivo el rojo, por toda la sangre que se derrama a diario, pero nos hacen falta el blanco y el verde porque son la
Inocencia y la esperanza. Cuanta falta hacen.
Aún así insisto en que la esperanza nunca debe morir aunque el gobernador de Sinaloa “no sabe cuándo parará esto” y es lo primero que le creo.
Se dice “no hay mal que dure cien años ni tonto que lo aguante” y la pregunta aquí es ¿cuanto nos falta o cual será la gota que derrame el vaso? Porque desde la década de los 90 esto va de mal en peor y la pérdida del territorio a manos de los narcotraficantes, nos ha quitado el privilegio de hablar de estrategia, para relegarnos a la táctica.
Nuestra supervivencia se basa en una táctica y eso va más allá de que el día esté nublado. Estamos en una guerra civil en donde aveces ya no se sabe quiénes son los buenos y quienes son los malos. La desconfianza, la descomposición social, y las balas arrasan con todo.
Afortunada mi abuela Herminia que pudo morir tranquila.
Que descanse en paz.
El último en salir, apague la luz.
@StephanieHenaro