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¿Es la era Trump?
El legado de Trump dependerá de si sus políticas promueven la prosperidad mediante la reducción de impuestos y el aumento de la inversión o la socavan con guerras comerciales y deportaciones masivas.
WASHINGTON, DC. Con el sorprendente y decisivo regreso de Donald Trump al poder, ya es oficial: vivimos en la Era de Trump. La crisis financiera global de 2008 fue un punto de inflexión histórico, y ha quedado claro que Trump es la figura política dominante del periodo poscrisis.
Trump comenzó su ascenso al poder en 2015, y ha sido una presencia imponente en esta década; el vicepresidente electo J. D. Vance trabajará para extender su legado hasta la siguiente. Lo mismo que Andrew Jackson en el siglo XIX y Franklin D. Roosevelt en el siglo XX, Trump ha creado y definido una era en la historia política estadounidense.
Pero la fuerza y la permanencia del legado de Trump dependerán de que sus políticas promuevan prosperidad a largo plazo. Como dice el refrán, el éxito engendra éxito. La primera gran oportunidad la tendrá de inmediato. A fines de 2025 caducan varias disposiciones fundamentales de la Ley de Empleo y Reducción de Impuestos (TCJA, por la sigla en inglés) que promulgó en 2017, incluidas una rebaja de impuestos para las personas físicas y una ampliación del crédito tributario por hijo, de modo que el Congreso y el nuevo Ejecutivo pasarán buena parte del año entrante trabajando en la aprobación de un nuevo paquete tributario.
Gran parte de la atención estará puesta en evitar que los hogares paguen más impuestos. Pero como en los próximos dos años los republicanos controlarán la Cámara de Representantes y el Senado, Trump también tendrá ocasión de ampliar las rebajas impositivas para las empresas. Una de las cláusulas de la TCJA que está por expirar permite a las empresas deducir el costo total de ciertas inversiones en el año en que ocurre el gasto, en lugar de repartido a lo largo del tiempo. La deducción inmediata alienta las inversiones porque las hace más rentables. Las rebajas impositivas de 2017 para las empresas ya están teniendo un efecto positivo sobre la inversión y sobre los salarios de los trabajadores, además de facilitar las operaciones locales de las corporaciones multinacionales.
Durante las negociaciones de política tributaria del próximo año, Trump debería convertir la deducción inmediata en un elemento permanente del código tributario, como hizo con la rebaja de impuestos corporativos de 2017. Su objetivo debería ser bajar aún más la tasa corporativa y reforzar los incentivos a las actividades de investigación y desarrollo empresariales.
Por supuesto, nuevas rebajas impositivas aumentarán el déficit y el endeudamiento, lo que a largo plazo reducirá la inversión y debilitará los efectos económicos positivos de esas rebajas. Para compensar la menor recaudación del impuesto corporativo, hay tres fuentes a las que Trump y el Congreso pueden recurrir.
En primer lugar, la Ley de Reducción de la Inflación de 2022 (IRA) creó numerosos créditos fiscales para fomentar la innovación y la fabricación en energía limpia dentro del país, y ofrece un crédito de 7,500 dólares para la compra individual de nuevos vehículos eléctricos impulsados por baterías o celdas de combustible de hidrógeno. Es probable que durante los primeros diez años la ley cueste más de 1 billón de dólares, y varios billones más después de eso. De modo que el Congreso y Trump deberían derogar la IRA y usar parte de los ingresos para bajar impuestos a las empresas. Incluso derogándola solo en parte (por ejemplo, los subsidios para la compra de vehículos) se obtendrían ingresos más que suficientes para compensar el costo de las rebajas impositivas.
La segunda fuente posible de recaudación son los hogares. Por ejemplo, el Congreso puede permitir que caduquen algunas de las rebajas del impuesto sobre la renta personal aprobadas en 2017 y eliminar por completo ciertas deducciones detalladas, incluidas las que alcanzan el pago de intereses hipotecarios y de impuestos municipales y de los estados.
Finalmente, los legisladores estadounidenses pueden apuntar a reformas tributarias más fundamentales. El sistema estadounidense de impuestos sobre la renta no funciona. Su exasperante complejidad genera importantes distorsiones económicas que frenan el crecimiento y reducen los salarios. Al gravar los ingresos, desincentiva el trabajo, el ahorro y la inversión. El sistema político estadounidense lleva mucho tiempo sin poder cambiar el código tributario para conseguir la recaudación necesaria para financiar el gasto público.
El Congreso y Trump tienen una gran oportunidad para reformar este sistema. En vez de gravar los ingresos de las empresas, pueden implementar un impuesto nacional al consumo y otro sobre los flujos de caja corporativos. Esta medida, sumada a la deducción inmediata de las inversiones, acelerará el crecimiento de la productividad y de los salarios. Por el lado de los hogares, habría que gravar los salarios y exceptuar las plusvalías; eso fomentará el ahorro y la inversión. Al impuesto sobre los salarios se le podría aplicar la misma progresividad del sistema actual de impuestos sobre la renta.
Puesto que algunos bienes de consumo se importan y algunos se exportan (y no se consumen dentro del país), este sistema demandará una cláusula de ajuste en frontera. Se gravarán las importaciones y se exceptuarán las exportaciones. El ajuste en frontera no es un arancel, pero como se le parece, Trump podrá presentarlo como cumplimiento de su promesa de apoyar la producción nacional.
Además de corregir el sistema tributario estadounidense, otro modo que tiene Trump de asegurarse un legado de haber apoyado la prosperidad es mediante la desregulación. Para ello, debe reemplazar a Lina Khan, la controvertida jefa de la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos, cuya actuación durante la Presidencia de Joe Biden obró como un obstáculo a la concreción de acuerdos empresariales. Con buenas razones, la victoria de Trump generó alivio en dirigentes empresariales, inversores y negociadores, que habían tenido que suspender operaciones de fusión y adquisición.
En tanto, se espera que Trump rescinda la orden ejecutiva de Biden sobre regulación de la IA, que hubiera antepuesto cuestiones de equidad racial y de minimizar alteraciones en el mercado laboral a la innovación, el crecimiento y la prosperidad a largo plazo. Las ideas de Biden están muy equivocadas. Como explico en un artículo reciente, tenemos que dar las gracias a los legisladores del pasado que no intentaron frenar o moldear las nuevas tecnologías, y nuestros hijos y nietos nos agradecerán si continuamos la tradición. Trump tiene la oportunidad de ser el presidente al que se recuerde como el heraldo de la era de la IA.
Pero si el éxito engendra éxito, el fracaso engendra fracaso. La guerra comercial que Trump lanzó durante su primer mandato no sirvió para debilitar los lazos económicos entre Estados Unidos y China, redujo el empleo en la industria fabril estadounidense y restó competitividad a la fabricación nacional. Una segunda guerra comercial puede poner en riesgo el lugar de Trump en la nómina de grandes presidentes que alentaron la prosperidad.
Asimismo, deportar a varios millones de inmigrantes indocumentados, sobre todo quienes no han cometido delitos, generará trastornos en las operaciones empresariales y obligará a las fuerzas del orden a intervenir en empresas privadas y comunidades en formas dañinas.
¿Quiere Trump que se le recuerde como adalid de la prosperidad? ¿O como un presidente que aumentó el déficit, desalentó la inversión privada y perjudicó a las empresas? Tras su asombroso regreso al centro de la escena política, pronto tendremos ocasión de saberlo.
El autor
Michael R. Strain es director de Estudios de Política Económica en el Instituto Estadounidense de la Empresa y autor de The American Dream Is Not Dead (But Populism Could Kill It) (Templeton Press, 2020).
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