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Opinión

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El Zombie Soviético

Desde que los seres humanos decidimos que nuestra mejor carta era resolver nuestras diferencias o nuestros deseos con violencia y no con palabras, la guerra se instituyó como una cultura por sí misma, guarda su lógica y sus códigos, sus formas y sus equilibrios; podemos comenzar por un principio general, ninguna guerra tiene un buen final, es decir, ninguna conflagración bélica se arregla con la simple reorganización territorial o con la firma de un armisticio, dejan consecuencias, memorias, rencores, literaturas. Por eso, lugares como los Balcanes, la propia Ucrania y el Medio Oriente, por citar solo algunos casos, son escenarios recurrentes de la violencia.

Un paso adelante, toda guerra se pelea en tres frentes simultáneos; el militar, el más obvio y es el intercambio de violencias varias que incluyen acciones formales hasta clandestinas violaciones de derechos humanos, sin embargo, no es esa la lógica principal; enseguida, el económico político, esto es, la razón de los conflictos, lo que se desea con o sin derecho pero con interés y prioridad, el frente militar sirve a los intereses del económico político y sirve como su manifestación; el simbólico y narrativo, tan antiguo como la más vieja de la guerra; para existir, para tener una justificación y una legitimidad las dos partes deben presentarse desde la inocencia y ofrecer al mundo una visión teatral en la que cada uno debe arrogarse la calidad heroica del defensor y atribuirle al otro la calidad del monstruo, de aquel que merece ser exterminado.

La situación en Ucrania no es, ni puede, ser la excepción. La guerra de los símbolos pasa por dos tamices; el que pretende dibujar a Rusia como el frente de batalla contra la hegemonía y el imperialismo occidental, la amenaza a sus fronteras bajo el liderazgo del imperio norteamericano, el derecho histórico, lingüístico y cultural sobre las zonas reclamadas y la protección de los ucranianos de origen ruso, no ciudadanos rusos porque esos podrían sencillamente ser evacuados; en este teatro de la guerra el personaje aspira a resucitar la nostalgia de la Unión Soviética, el supuesto equilibrio de fuerzas entre las dos formas de ver el mundo, pero el recuerdo de la URSS es una especie de zombie, un no muerto que se aparece cuando se le requiere, maquillado de soldado de la Gran Guerra Patria, como en Rusia se le llama a la agresión nazi, pero que ni todo el maquillaje puede quitar su aire ilusorio, deslavado y falso. Siendo franco, no hay resurrección posible de la Unión Soviética y si la hubiera su paladín no sería Putin, metido como lo está en un matrimonio feliz y apasionado con el estilo capitalista autoritario.

Ucrania, por su parte, hace valer su propia identidad cultural y pide llamar a su capital Kvyv y no Kiev, palabra rusa y que todos conocíamos, exhibe a un líder heroico, cercano a su pueblo, el que se va al frente y no huye; Ucrania que clama el abandono de occidente. Si bien es cierto que no existen leyes históricas, la historia no se repite, se acerca a escenarios anteriores porque somos hijos de la experiencia y la memoria, aunque poco aprendamos de ella. Si Moscú ha preferido el expediente hitleriano de justificaciones para la invasión de Polonia y Checoslovaquia, Kvyv me ha recordado cada día más la situación de la Segunda República Española dejada a su suerte frente a los fascistas de aquel tiempo. El hecho es que en una guerra hay buenos y malos, hay que aceptarlo, no todos son sujetos obligados a llegar a las armas, hay un agresor y un agredido; alguien que se ha brincado las trancas del diálogo y ha optado por la fuerza.

Sin embargo, la narrativa, el teatro de la guerra ha cambiado mucho; esta es la primera vez que se incorporan nuevos actores que no pueden dejar de observarse. Desde luego, persisten los actores consagrados, es decir, cada uno de los países en conflicto, cada uno con su narrativa que debe, por fuerza, exagerar su bondad y denostar la del otro y por lo tanto es y debe ser parcial y tendenciosa, tienen derecho a serlo y el espectador debe entenderlo; en este caso, ciudadanos rusos por todo el mundo acusan la detención de los opositores a la guerra en toda Rusia y la aplicación de viejas legislaciones que pueden conducir a prisión a quienes llamen al conflicto “invasión” o “agresión”, insisto es su pan y ellos lo comen, en un escenario de guerra la censura interna es parte de la moral bélica y también de la práctica común del conflicto; otros actores son los no implicados pero participantes, como Estados Unidos en este caso que formula escenarios donde sus intereses favorecen a alguno de los contendientes y que, por lo tanto, también deben ser leídos con cuidado. Pero están los otros, los nuevos, los hackers y las redes sociales, una multiplicidad de narrativas enormes que al carecer de controles, nos llevan de extremo a extremo de la desinformación y que hay que leer entre líneas siempre.

La guerra simbólica es siempre el terreno de la desinformación y la contradicción, esa es su naturaleza y ese es el reto de la prensa que busca narrarla, algunos hechos tardan décadas en aclararse o siquiera conocerse, algunos nunca lo hacen. Por un lado tenemos las imágenes de Volodímir Zelenzki en conferencias de prensa o en el frente, anunciando que se queda en su país y también su familia, luego se dice que está refugiado en Polonia, la desinformación es un arma de guerra, imaginemos cuando esa arma se ha repartido a miles de sujetos que pueden hacer uso de ella.

Esta es la nueva forma de la guerra, la que se libra desde las computadoras, los circuitos financieros internacionales y los frentes de batalla; esta es la nueva cara del conflicto bélico que apenas se forma y de la que lo que sabemos es que no tenemos ideas claras de cómo puede funcionar y en esos extremos nuestro único refugio es la lectura crítica, el análisis puntual y serio y sobre todo tener claro que quienes se confrontan no pueden ser imparciales.

César Benedicto Callejas es escritor y analista.

@cesarbc70

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