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Opinión

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Elogio de la desobediencia

La obediencia es una norma de conducta, o hasta un valor, de doble filo. Honrar a los padres se confunde en sociedades autoritarias con someterse a sus mandatos. En el ámbito social, se enseña a obedecer las normas y a acatar la ley, aun cuando ésta sea injusta. Ante el mandato de obediencia existe, sin embargo, cierto margen: el libre albedrío permite escoger con base en principios propios, la resistencia ante la injusticia o la opresión puede llevar a romper con las normas y las leyes aunque el costo sea elevado.

Sin cuestionar por completo el sentido de la obediencia a valores sociales por capricho personal o por tendencias revoltosas, la versión cinematográfica del clásico “infantil”, Pinocho, de Guillermo del Toro, invita a reflexionar acerca de la primacía de la obediencia en sociedades autoritarias y sugiere, en contraste, el valor de la desobediencia cuando surge de sentimientos humanos como la solidaridad, la reciprocidad o el amor.

En esta película de animación (stop motion) de gran belleza y extraordinaria calidad técnica, del Toro propone una historia alejada de la edulcorada versión de Disney, que sitúa la historia de Gepeto y Pinocho entre la primera guerra mundial y el ascenso del fascismo en la Italia de los años 30. Como en la historia original y la película infantil, Pinocho es un títere de madera con vida propia –aquí insuflada por el hada del bosque para aliviar la soledad de su creador–, cuyas aventuras culminan, sin embargo, en un aprendizaje más profundo que la adaptación a los usos sociales.

Desde su entrada al mundo humano, Pinocho aparece como un ser atrabancado, fascinado por la novedad, que ignora todo del mundo, y se deja llevar por la curiosidad y un afán de fama que en él pareciera innato. Si al contrariar la voluntad del padre y las órdenes de las autoridades, el mundo del espectáculo le ofrece aplauso y popularidad, tras bambalinas se esconden la explotación y el afán de lucro que acaban por romper su inocente confianza en un empresario ambicioso que, a su vez, coquetea con el poder político, también proclive a la espectacularización para atraerse a las masas.

La liberación de un amo no implica, en un régimen vertical, liberarse de otras constricciones. El fascismo no promulga sólo la obediencia al Duce, también espera de sus ciudadanos la disposición a sacrificarse en la lucha. Si la masculinidad heroica en un contexto bélico supone anteponer las órdenes y la “causa” a otras lealtades, aquí ambas se cuestionan desde el plano menos solemne de las relaciones personales. Si Pinocho supera sus desventuras no es sólo porque es capaz de aprender de éstas y se humaniza, es también porque otros reconocen en él algo de sí mismos y porque, a diferencia de quienes detentan el poder, hay seres (niños, animales) que rescatan la amistad, la empatía y la solidaridad, aun en medio de la destrucción y la guerra – o precisamente contra la dinámica letal de la violencia que está incendiando el mundo.

Aguda en su crítica de las promesas falsas del mundo del espectáculo y del fascismo (cuya semejanza se sugiere en varias secuencias), ésta no es o no sólo una película política. Si este hilo invita a reflexionar sobre los peligros de la obediencia ciega en este siglo XXI, el hilo conductor de esta historia sobre “padres imperfectos e hijos imperfectos” (Sebastián Grillo, escritor) conmueve sin sentimentalismo. Si, como en El laberinto del fauno, la intervención de seres fantásticos puede modificar el destino, éste también depende de las decisiones humanas. Así, Pinocho, espíritu libre, deja atrás su egocentrismo y sacrifica su excepcionalidad en un acto de amor. La generosidad de quienes lo re-conocen y aceptan como es, le da un nuevo giro a su historia.

Con Pinocho, del Toro confirma el poder y valor del arte y la imaginación en estos tiempos obscuros.

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Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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