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Al amanecer le? sigue la noche
Corta y llena de reminiscencias, la nueva novela de Daniel Espartaco es una lectura entrañable.
Ésta es la historia del Hombre Nuevo. Nació en un país que ya no existe, en un tiempo que fue un sueño.
Éste es David. Mexicano, aunque su verdadera patria fue la República Socialista de Ruritania, un país de algún lugar de Europa donde el socialismo pasó de utopía a realidad.
La madre de David se mudó allá a finales de los 70, becada y embarazada sin darse cuenta de su novio, un guerrillero. David nacerá allá, en aquel país onírico y gris y será el hombre nuevo que la propaganda ruritana avisaba como un nuevo amanecer.
Ruritania, desde luego, es un país inventado, copia fiel de Checoslovaquia o de la Rusia soviética, o de cualquier país del bloque rojo. Un lugar de edificios en bloque, servicios médicos truqueados y suspicacia eterna entre vecinos.
No es que el mundo libre sea mejor, como también descubrirá David cuando él y su madre se muden a México a vivir con el padre de él, el esposo de ella.
Pequeña maravilla
Memorias de un hombre nuevo es la más reciente novela de Daniel Espartaco Sánchez (Chihuahua, 1977). Es una pequeña maravilla. En apenas 100 páginas logra contar una historia llena de ángulos y de tonos.
Espartaco logra, por ejemplo, hablar del pasado socialista con una cercanía entrañable, pero no exenta de burla, como si aquellos hombres poderosos (Lenin, Stalin, Mao, Tito) fueran personajes de una mascarada en la que aquél que perdiera la incógnita morirá fusilado después de que un comité decidiera su suerte ya echada.
Espartaco Sánchez regresa a varios de sus temas preferidos: la parafernalia comunista, los dolores del crecimiento, la clase media mexicana y la figura de la madre, no ya como un espectro de abnegación culpígena, sino como una mujer emancipada, agotada entre el trabajo y la vida doméstica. Es decir: otro estilo de abnegación.
La novela se desarrolla en dos líneas temporales: la de Miriam, la madre, jovencita becaria en Ruritania que se descubre embarazada, y la de David, el hijo, treintañero desempleado, enamorado de una mujer muy parecida a su propia madre, becaria también, pero en este caso en una prestigiosa universidad estadounidense.
David, el adulto, vive en una unidad habitacional de ésas que se construyeron hace 40 años en la ciudad de México, cuando el país se soñaba un país socialista , según explica él mismo. Su primer recuerdo es una unidad muy similar, pero cubierta de nieve, allá en Ruritania. Los juegos infantiles son tristes y a él le pican los pantalones de lana.
El David adulto es un neurasténico de ésos que sólo leen a Kafka y a los grandes rusos y eso ha formado su visión del mundo. Es el hombre nuevo, sí, pero su dejadez tiene algo de eterno, de literario.
El tomo crítico del libro no va sólo contra el pasado socialista sino también contra el México contemporáneo, un país sin Estado de derecho en el que tristes hordas de oficinistas se desquitan de la vida dándole al karaoke.
David vive en un México sin futuro, lo que es adecuado para alguien cuyo pasado es un borrón en la historia.