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Daniel Sada, legado de riesgo literario
No llegó a saber que fue distinguido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, el reconocimiento más importante que otorga el gobierno mexicano.
El Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011 llegó a destiempo en el caso de Daniel Sada, quien falleció el pasado viernes a causa de diabetes y disfunción renal, mismo día en que se anunció el galardón.
Sada falleció a los 58 años, horas antes del anuncio del premio, convertido en uno de los narradores más importantes en lengua castellana, con un estilo único que es imposible reducir al barroquismo, creador de una personalísima preceptiva poética que incluye la entraña y la oralidad, materias para generar relatos de una calidad notable que inauguró nuestra atención en la narrativa del norte del país, en donde se destaca la experimentación y el neologismo y no los clichés.
Contó con el reconocimiento de todos sus pares literarios, de la generación que sea sin importar su nacionalidad. Uno de ellos fue el fallecido escritor chileno Roberto Bolaño, quien unos pocos años antes de morir (en el 2003) dijo en una entrevista por televisión: De mi generación admiro a Daniel Sada, cuyo proyecto de escritura me parece el más arriesgado . Sin duda lo fue. Riesgo que se combinaba con una claridad manifiesta en el uso correcto de la lengua y en una postura franca, sin medias tintas.
En una conversación que este reportero sostuvo hace poco más de un año con Sada, el escritor dijo: Vivimos una guerra. Lo que nos queda a nosotros, en lo que podemos, es provocar una revolución literaria , mientras estaba sentado en la cómoda sala de su hogar, la misma donde el gato de su hija reposaba a sus anchas y donde recibía a amigos para tomar una copa o jugar una partida de ajedrez.
Sada nació en Mexicali, pero su familia era de Coahuila y trabajó varios años en Sinaloa. Fiel a su llamado huyó de todo aquello que lo alejara de escribir hasta convertirse en uno de los grandes, en un autor imprescindible.
Casi nunca, obra que ganó el Premio Herralde de Novela 2008, en este mundillo demandante de premios, significaría su confirmación hacia afuera, en el mercado, confirmación que para la gente de letras ya había ganado hace años.
Sergio González Rodríguez, quien trabajó durante años como editor, considera toda una revelación temprana la lectura del manuscrito de la primera novela de Daniel Sada, Lampa vida, cuya publicación promovió González Rodríguez.
En México incluso trabajó en un banco. Pero antes de verse devorado por la confusión y ser tragado por el paso del tiempo, tomó la vida por los cuernos de la escritura.
Necesitaba el aire, como nos platicó aquella vez, aunque en sus últimos meses la enfermedad lo obligó a guarecerse en su departamento en la colonia Condesa, en la ciudad de México, a dejar de frecuentar los bares, el Covadonga uno de ellos, incluso tuvo que cancelar desde hace un años los cursos de escritura creativa que impartía fervientemente en la Casa Refugio Citlaltépetl.
Anagrama ya anunció la publicación de la novela El lenguaje del juego y en el mercado anglosajón la traducción de su novela Casi nunca. Sada, como dice Antonio Ortuño, se merece como nadie ese cielo de los escritores que es la lectura. No oremos por él. Mejor leámoslo.
HA PARTIDO HACIA SU PAISAJE INTERIOR
Este fin de semana falleció Daniel Sada o, como declaró su esposa, Adriana Jiménez, el escritor ha partido hacia su paisaje interior , ese sitio rico al que acostumbraba acudir para obtener los personajes, las historias y las imágenes que ahora conforman uno de los legados más originales de la literatura de habla hispana: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Ritmo Delta, Albedrío, Lampa vida... novelas, cuentos y poemas que le han valido incluso un reconocimiento que llegó el día de su muerte.
El legado de Daniel Sada también está impreso en la memoria de todos aquellos que asistieron a sus talleres literarios en distintas ciudades del país. Daniel Sada era un maestro que iba directo y al grano: Si vas a matar a alguien, hazlo desde la primera página . Le gustaba que en las novelas que llegaban a sus talleres, la acción no dejara esperar al lector. Y enfatizaba que la clave para la escritura de una buena novela radicaba en el punto de vista del narrador.
Discípulo y admirador de Juan Rulfo, Daniel escribía con ese ritmo construido con sílabas contadas y oraciones cargadas de comas, dos puntos y puntos suspensivos...
Un ritmo que parecía salirle de natural porque así sonaban sus frases, como si respirara en octosílabos, endecasílabos, dodecasílabos... Y con ese cantado podía afirmar cosas como que nunca comería algo cuyo nombre no le atrajera: como los penne a la putanesca.
NARRABA HISTORIAS DE DUDOSA
Verosimilitud pero que defendía como reales ante los incrédulos, como aquella de la compuerta en medio del más absoluto desierto. Daniel contaba con su inolvidable voz y ritmo para hablar, sobre una entrada secreta que conduce a un bar subterráneo y de mala muerte donde se dan el lujo de brindar con cervezas heladas.
Cuando lo conocimos, Daniel estaba trabajando en su libro Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, obra que escribió en su máquina de escribir. Le gustaba el ruido de las teclas. El taller de novela lo daba a unas cuadras de la arena Revolución, por Mixcoac... Son muchas y afortunadas las imágenes que nos trae a la memoria este gran y entrañable amigo al que ahora decimos, con profunda e inevitable tristeza: "Hasta siempre, maestro". (Marianne Locht y Luis Jhon)
aflores@eleconomista.com.mx