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El Vaquero de la FES Aragón resuelve un nuevo caso
A ratos comedia, a ratos película de acción, la novela de Daniel Espartaco y Aníbal Sánchez es pura diversión.
La novela policiaca es la literatura del hombre común. O eso le dice el capitán Almazán al Vaquero Rodríguez cuando están a punto de atrapar a un sospechoso en un tianguis de Neza.
El Vaquero, ex estudiante de sociología de la FES Aragón, exactivista, ex izquierdista, ahora es una especie de policía. Qué policía: el investigador estrella de una subdirección secreta de la Procuraduría, una agrupación de investigadores entregados a la resolución de los casos más mediáticos: el secuestro del hijo de un millonario, por ejemplo, esos casos que motivan la creación de las ONG, marchas y muchos minutos de tiempo en la TV.
La subdirección tiene un nombre motivador: Subdirección de Materiales de Cómputo. Al Vaquero no le han pagado en dos meses. Pero ahí está, con sus botas de vaquero y su .38 especial dispuesto a resolver su próximo caso. A su lado está Natalia Payán, su compañera, hija de una familia acomodada de Torreón.
Natalia no nació para policía, sino para tecnócrata: tiene una maestría y se unió a la corporación porque le prometieron que así ascendería más rápido. Como Natalia son todos los miembros de la Subdirección de Materiales de Cómputo. Los jóvenes turcos , los llama El Vaquero, que los deprecia, pero también siente ternura por ellos.
En este momento El Vaquero y el capitán Almazán (un ex militar que se dedica a cuidar a los hijos de los ricos) están a punto de resolver el último caso peliagudo que tiene al país sangrando chorros de tinta. Y al capitán Almazán, para matar tiempo, a discurrir sobre la novela policiaca.
ACCIÓN, COMEDIA, ?BURLA Y HASTA ESTUDIO
La muerte del pelícano, de Daniel Espartaco y Aníbal Sánchez, es una sabrosa novela de policías que lleva no sólo una historia de acción, sino también una comedia desternillante, una burla del estado de las cosas no sólo en el sistema de justicia nacional sino en todo el país. Es también un estudio del clasismo chilango. En uno de sus momentos más inspirados, la novela define el síndrome de Aragón, algo así como el complejo que tienen todos los que nacieron en Aragón y barrios duros anexos, de huir de su naturaleza aragonense de clase baja. Los aquejados del síndrome de Aragón llenan los fines de semana los bares de la Roma-Condesa mientras sueñan con mudarse a la Narvarte, la Del Valle o de perdida a la Escandón.
El Vaquero Rodríguez no es ningún santo, pero tampoco tiene las agallas para ser un bastardo al estilo de los personajes de James Ellroy. Simplemente es un tipo bueno para su trabajo y malo para la vida. Divorciado, criado por dos matronas chihuahenses, le tiene miedo a las mujeres y está enamorado de la secretaria de su jefe.
PERO, ¿QUÉ CASO TIENE?
Ni siquiera he hablado del caso. En La muerte del pelícano el Vaquero Rodríguez tiene que resolver el homicidio (¿suicidio, secuestro fracasado?) del nieto de Lorenzo Baruk, uno de los hombres más ricos de México.
El problema es que ¿quién podría querer matar a José Baruk? Cada testimonio que recoge el Vaquero sobre el muerto lo describen como un santo en la Tierra, un genio, un iluminado, un niño índigo. ¿Lo mató su amigo Miguel, líder de una ONG enemiga de los negocios de la familia Baruk? ¿Lo mató su tía, la actriz de teatro escandalosa? Secretos, secretos, secretos. Cuando el Vaquero parece estar cerca de entender quién era José Baruk y por lo tanto de resolver el caso, algo lo detiene. El rostro de Baruk se borronea en el horizonte.
Daniel Espartaco y Aníbal Sánchez crean esta primera entrega de las aventuras del Vaquero Rodríguez como quien juega matatena. La novela corre con facilidad. Espartaco, quien ya había alcanzado notoriedad con sus novelas Autos usados y Gasolina, así como con sus libros de cuentos, cumple con uno de los gritos de su vocación: la literatura es más divertida si tiene persecuciones de botes de velocidad.
Ojalá haya pronto más casos para el Vaquero Rodríguez.