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El placer y el orden de nuestra era
Una magnífica colección prestada por el Museo de Orsay de piezas del siglo XIX de autores como Renoir, Cézanne, Toulouse-Lautrec y Rodin, sólo por mencionar a las celebridades.
Un cuento inspirado en El placer y el orden, la nueva exposición del Museo Nacional de Arte, podría comenzar así. Podría tratarse de la despreocupación, de la brisa y de muchachas con sombreros marinos, mientras los obreros salen a disfrutar del domingo. Podría tratarse del amor entre un musculoso campesino marsellés y un delicado poeta búlgaro. O bien podría versar sobre un estudiante inglés que viaja a Marruecos y pierde la virginidad con una matrona al calor de un toque de hachís.
Porque El placer y el orden recoge todo tipo de historias, todo tipo de imágenes del nacimiento de nuestra era contemporánea. Se trata de una magnífica colección prestada por el Museo de Orsay de piezas del siglo XIX de autores como Renoir, Cézanne, Toulouse-Lautrec y Rodin, sólo por mencionar a las celebridades.
El tema central, como explica su evidente título, es el placer y también el orden. Una relación que viaja en ambos sentidos: si hay placer hay orden, el orden da placer. La relación, según el texto curatorial, es dialéctica: el placer y el orden como antítesis naturales, pero recorriendo la exposición la impresión es la contraria.
Nada más ordenado y placentero que una tarde de paseo marino en el día de la semana dictado para el descanso, por ejemplo, como en el cuadro Bañistas de Paul Cézanne.
Por supuesto, que en ninguna parte de la obra se explica que sea domingo, y que los protagonistas sean trabajadores, pero uno puede completar fácilmente la historia. El cuadro es de 1895, pleno auge fabril en Francia y una época, que duraría poco, de tranquilidad económica y política. Una época en la que surge lo que hoy conocemos como turismo. La era en la que nació el ocio como lo definimos hoy.
Otra imagen sugerente, un cuento en sí misma, es Una reunión de Marie Bashkirtseff. ¿De qué están hablando esos niños?
Claramente uno puede verlos como estudiantes recién salidos de clases, uno de ellos lleva mochila, ninguno está sucio como si hubiera salido de una fábrica o de una mina. La escena es urbana y completamente burguesa. A lo lejos una figura femenina camina por la banqueta, una niña metida en sus propios asuntos.
Otro cuento, casi una novela: Eso que se llama vagancia de Alfred Stevens, donde una familia pobre es escoltada, uno solo puede temer lo peor, a la cárcel o a un campo de trabajos por un grupo de policías. Eso también es parte de lo moderno, del nuevo orden establecido por las nuevas instituciones.
No faltan las referencias a la vida nocturna, algo que es inevitable si recorremos una exposición donde uno de los protagonistas es Toulouse-Lautrec, rey de los burdeles parisinos. Su Mujer rubia en burdel es una pintura sencilla sobre un pedazo de cartón.
Parece que se está tomando un descanso después de atender a un cliente o quizá está a punto de comenzar el trámite con el siguiente.
Macabra es Mujer estrangulada de Cézanne. Vemos un homicidio en curso pintado en vivos colores. ¿Qué hace esta obra en medio de una colección de meriendas campiranas, escenas de playa y de esplendores citadinos? Porque el crimen callejero es tan parte de lo urbano, como las prostitutas de Toulouse-Lautrec y la ciudad es, por definición, el espacio de lo moderno.
El placer y el orden es, sin duda, la exposición que no hay que perderse este fin de año.
- Museo Nacional de Arte (Munal).
- Dirección: ?Tacuba 8, Centro Histórico. ?Abierto: Martes a domingo, de 10 am a 5:30 pm.
- Entrada: $40
concepcion.moreno@eleconomista.mx