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Arte e Ideas

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La dilatada eyaculación precoz

Algunas personas logran encontrarse con los médicos que se merecen, aunque a menudo el desenlace sea impredecible.

Un hombre joven afligido por su asincrónica incontinencia eyaculatoria llegó a convencerse de que, de continuar repitiéndose semejante mácula en su desempeño amatorio, habría de pegarse un tiro en la sien. Cuando, agobiado y avergonzado in extremis, por fin se atrevió a exhibir su desesperación -como último recurso- ante un colmilludo psiquiatra y sexólogo también, éste le recetó un remedio farmacológico que –según docta explicación– en poco tiempo salvaría tanto su vida sexual como su vapuleada autoestima.

Fíjese bien, muchacho, que tomándose esta infalible y novedosa patente alemana –dijo el médico sin detenerse en los detalles del maquilado chino- usted comprobará desde la primera faena cómo se dilata a voluntad el tiempo del performance hasta en las situaciones más apresuradas.

Transcurrieron dos difusos meses y el paciente volvió al consultorio del especialista advirtiendo de entrada que tenía algo que confesarle.

Cuando lo miré garrapatear en su recetario aquella robusta gragea sajona –dijo el constipado joven sin voltear a ver al expectante interlocutor- con el fin de resarcir el menguado prestigio de mis lamentables despeñes seminales, pensé: sé que carezco de los conocimientos indispensables para acreditar estas sospechas, pero estoy casi seguro de que me prescriben un placebo. Lo curioso fue que en vez de mandarlo al diablo, como sería lógico, esa noche comencé -guiado por un delirio místico- a tomar puntualmente la dosis prescrita. No obstante, tal y como mi inveterado escepticismo lo había anunciado, las degradantes consecuencias de la incontrolable y pertinaz premura eyaculatoria no cejaron de acosarme hasta que…justo ayer, a esta misma hora, logré durar 15 minutos. Un gran avance, ¿no cree? Hay que reconocer el éxito del tratamiento, considerando que mi promedio de eyección actual es de entre 15 a 20 minutos, con desviación estándar de cinco.

Perplejo, aunque animado también por los incipientes resultados, el especialista –poseedor de esa sagacidad que desarrollan quienes envejecen precozmente sin exhibir síntomas demenciales francos- preguntó a su apegado paciente: ¿Y cómo cree usted haber logrado semejante proeza?

Muy fácil. Sabía –o casi– que usted había tratado de engañarme con una sustancia inerte que supuestamente haría el milagro que tanto anhelaba yo, entonces pensé: no puede ser que el doctor no haya calculado de antemano que advertiría, más pronto que tarde, la tan manida chapuza.

Así que la única posibilidad que quedaba era encontrar la forma de derrotar dicha expectativa mental, provocando su fracaso, impulsando mi subconsciente a que se hiciera cargo de retener –en algún momento de la cópula– el semen destinado a sellar el clímax amoroso, pero sólo durante el tiempo justo necesario para demostrar –a quien hiciera falta- que a pesar de los intentos por utilizar un burdo recurso de charlatanería, en vez del método-científico-basado-en-evidencias (que es lo que los eyaculadores precoces necesitamos), fui defraudado.

¿Pero no acaba de decir que por fin ha logrado desempeñarse como un auténtico artífice de las milenarias enseñanzas retentivas del Tao?

En efecto, doc, pero eso ya no importa, ahora que mi muñeca inflable se ponchó irremediablemente.

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