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Obesidad, diabetes, depresión y nuestros extravagantes hábitos

Estudios recientes muestran cómo el reloj o relojes internos del organismo influyen en el metabolismo.

Desde hace varias décadas, los humanos hemos pretendido pasarnos de listos con relación al ciclo día/noche del planeta, al ignorar o minimizar los poderosos efectos que este ciclo tiene en nuestro metabolismo y estado de salud.

Pocos factores ambientales son más constantes que la rotación de la Tierra, cuya duración de 24 horas es bastante predecible, al igual que sus efectos en la totalidad de los procesos del organismo humano.

No solamente el funcionamiento de aparatos y sistemas (circulatorio, digestivo, endócrino, sensorial, nervioso) responde a los cambios diarios de los ciclos planetarios; también la bioquímica, la conducta, las emociones y hasta los pensamientos más elaborados están influidos por este fenómeno independiente de nuestra voluntad.

Por ello es que en la medida en que buena parte de la humanidad -desde el siglo pasado- ha perdido el paso y la sincronía con los cambios cíclicos del planeta, algunas enfermedades como obesidad, diabetes, cardiopatías, trastornos gastrointestinales y depresión se han disparado en la población.

Algunos científicos dedicados a investigar estas pandemias modernas afirman que, muy probablemente, el hecho de haber modificado de forma drástica nuestros horarios para dormir y comer es el punto de partida y la base argumental más sólida acerca de la catástrofe de salud pública que está ocurriendo a nivel mundial.

Siguiendo esta lógica, los animales humanos tendríamos que dormir -normalmente- durante los periodos cíclicos de oscuridad; asimismo, deberíamos alimentarnos sólo a determinadas horas del día, ya que el mantenimiento de un adecuado balance entre la energía y la salud depende de los tiempos que dedicamos a comer y descansar.

Satchidananda Panda es un investigador del Instituto Salk (La Jolla, EU) que asegura que los humanos somos animales muy distintos de día y de noche; sobre todo, las personas que viven en países y regiones socioeconómicas donde abunda la luz artificial, en los que la televisión, las computadoras, los teléfonos celulares y demás localizadores electrónicos funcionan las 24 horas, los 365 días del año, y también donde la comida puede ser adquirida y consumida en cualquier momento del día o de la noche.

Panda ha dicho que mucha gente que habita en países desarrollados se ha metido - sin darse cuenta- en un gigantesco experimento, desde hace algunas décadas, en el que la luz del día dejó de ser el principal indicador del mejor tiempo, el momento biológicamente adecuado para consumir los alimentos; es decir, se trata de un ciclo que lleva más de medio siglo de haberse alterado de forma drástica.

Estudios recientes muestran cómo el reloj o relojes internos del organismo influyen en el metabolismo y cómo el comer puede influir y modificar estos mecanismos internos que funcionan de manera similar a un termostato. Por un lado, marcan el tiempo pero también se van adaptando a los cambios de energía en el ambiente.

Paolo Sassone-Corse, de la Universidad de California, ha demostrado los estrechos vínculos entre los metabolitos de los procesos energéticos y el funcionamiento de los relojes circadianos (día/noche), lo cual podría explicar la manera en que comida y horarios son mutuamente dependientes.

Tengo un amigo y destacado colega médico que me ha contado que en ciertas épocas de su vida, particularmente cuando se siente muy estresado, tiende a despertarse a medianoche para ir directamente a la cocina de su casa y, aprovechando la luz de la puerta abierta del refrigerador, devorar a cucharadas un frasco completo de mermelada hasta el momento en que siente que su ansiedad comienza a calmarse.

Es algo que sé que es pésimo -acepta desconcertado- y, sin embargo, siento que no puedo evitarlo cada vez que sucede.

Quizás debido al abuso y falta de consideración por la alternancia del día y la noche es que algunas enfermedades han adquirido niveles epidémicos al haber desfasado la armonía de los cambios terrestres con el consumo de alimentos altos en grasas y azúcares y nuestra necesidad animal para dormir en oscuridad. Al contrariar los ciclos naturales del planeta, los humanos nos hemos enfilado hacia una patología que amenaza destruirnos con la luz encendida y el bocado en la boca.

rozanes@prodigy.net.mx

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