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Un baile y un teatro con Tamayo
El Museo Tamayo analiza necesidades humanas: el vestido, el techo y la representación.
El Museo Tamayo tiene un programa muy interesante en salas. A la divertida exposición de la brasileña Jac Leirner y Doble negativo, la muestra de vacas sagradas estadounidense, se unen dos nuevas exposiciones que valen la vuelta.
Por una parte, Antígona es una exposición documental que rinde testimonio del trabajo de Rufino Tamayo como diseñador de decorados y vestuario para un ballet londinense. Por la otra, un excelente recorrido que demuestra que los seres humanos tenemos como necesidad edificar no sólo para refugiarnos, sino también para tener la escena de nuestra vida diaria.
EL BAILE DE ANTÍGONA
En los 50, Tamayo era ya uno de los más célebres artistas del mundo. Vivía en París cuando recibió la invitación de la Royal Opera House para colaborar creativamente (vestuario y escenografía) con los artista de la compañía real de ballet.
Antígona se estrenó en 1959, ballet basado en la tragedia griega.
Es un hecho poco conocido en México. Antígona, la exposición, documenta ese viaje creativo al mundo de la escena, pero también hace algo fascinante: convierte en objetos de contemplación artística los bosquejos y planes con los que el artista oaxaqueño trabajó. Objetos, pues, que en el contexto de un museo se vuelven arte.
Son 14 diseños originales, muy bellos, hechos con velocidad, como si fueran lo primero que se le ocurría. Ahí se ve el talento de Tamayo no sólo para pintar, también para recrear, con un imaginario propio, una creación. Su trabajo artístico al alimón con el Royal Ballet es un acto que vale la pena recordarse.
Antígona se completa con otros documentos, fotos y recortes periodísticos que en conjunto son un valioso testimonio de esta parte de la vida y el trabajo de Tamayo.
EL MUNDO COMO EDIFICIO
Hace unos meses, el Museo Tamayo tuvo en una sala una magnífica exposición en la que se examinaban las esperanzas pasadas del futuro, es decir, las viejas ensoñaciones que se tuvieron sobre el futuro en tiempos optimistas de la mitad del siglo XX. Cúpulas espaciales, torres como transbordadores. En esa exposición aparecían esos edificios abandonados, tristes recuerdos del porvenir, que en su soledad se convertían en esculturas decoradas por el tiempo.
El Tamayo presenta una exposición que es, en cierta medida, paralela a aquella exposición futurista: El teatro del mundo y su objetivo es mostrar cómo, desde diversas disciplinas, artistas han convertido el panorama en escenario. Los decorados son la arquitectura, mucha de ella arquitectura de fanfarria, realizada como símbolo nacional. Algunos son pabellones para las Ferias Mundiales, ese evento de fantasía que tanta categoría tuvo en los siglos XIX y XX. Edificaciones que representaban los valores imaginarios de las naciones: libertad, elegancia, poder, confort.
Recreaciones contemporáneas (más bien: reinvenciones) de aquellos edificios, las piezas que componen el recorrido juegan al teatro: sus formas son de ficción, pero representan algo de la realidad.