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Arte e Ideas

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Pastorelas y posadas

Una vida sin fiestas es como un largo camino sin posadas, dijo alguna vez Demócrito de Abdera. Y la frase es ideal, lector, querido, para revisar lo que ya estamos festejando.

Cuentan que, cuando todavía no nos llamábamos México, sino Nueva España, en tierra morelense, surgió la primera pastorela. Fue puro teatro. La representación de una obra llamada “La comedia de los Reyes”, cuya finalidad no era precisamente entretener sino evangelizar. Una herramienta de conquista, destinada a presentar nuevos elementos religiosos para sustituir a los que componían las originarias creencias paganas. Es decir, desaparecer, o por lo menos otorgar un nuevo significado, a aquellos símbolos ancestrales que horrorizaban a los españoles.

Tal método resultó perfecto para implantar las enseñanzas católicas y dar lugar a la tradición de escenificar pastorelas. Una de ellas, consignada como “reveladora y extremadamente exitosa”, fue “La Natividad gozosa de nuestro Salvador”, estrenada en 1530 y culpable de que surgieran muchas más. Al transcurrir el tiempo fueron agregándose escenas y la trama se enriqueció con el peregrinar de José y de la virgen María, la aparición de los Reyes Magos, las aventuras de los pastores y las tentaciones que debían vencerse para alcanzar la Gloria y llegar a Dios. El Diablo acabó convirtiéndose en principal antagonista y las pastorelas en un claro tratado sobre la lucha entre el bien y el mal. Un catálogo de vicios y virtudes con una trama cada vez más sofisticada. Afortunadamente siempre relatando el triunfo del bien sobre el mal y con un final feliz. Fue así como, lector querido, que repitiendo todo, una y otra vez, tal costumbre navideña fue apareciendo sin falta todas las Navidades. (Incluso cuentan algunas crónicas que, en el siglo XVI, Torcuato Taso dio a conocer un nuevo género teatral al que bautizó como “fábula pastoril”, una especie de villancico escenificado. Hoy ya se sabe de qué se trataba y que la palabra “pastorela” viene del italiano “pastorella” en español significa “pastorcilla” y alude a las fiestas navideñas de la gente más sencilla del pueblo,)

Aquí y allá –para no decir que a nivel nacional y extranjero– muchos personajes de la iglesia tuvieron un papel destacado en la creación de las pastorelas y otros ritos navideños. Se dice, por ejemplo, que fue a San Francisco de Asís, a quien se le ocurrió reproducir por primera vez el Nacimiento de Jesús cerca del año 1223.

La historia es encantadora y relata que un día helado e invernal el joven Francisco iba recorriendo la campiña cercana a la pequeña población de Rieti pensando en que la Navidad de ese año lo sorprendería en la ermita de Greccio. Invadido de nostalgia previa, más que por un afán didáctico, cedió a la inspiración de reproducir en vivo el misterio de Belén. Construyó una casita de paja a modo de portal, puso un pesebre en su interior, trajo un buey y un asno de los vecinos del lugar e invitó a un pequeño grupo de gente a formar parte de la escena (con adoración de los pastores incluida). Todos participaron encantados, pero consignar tal hecho le tocó a San Buenaventura quien, de la siguiente manera, escribió el relato de aquel día:

“Fueron convocados los hermanos, llegó la gente, el bosque resonó de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convirtió en esplendorosa y solemne. El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebró sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levitó, cantó el santo evangelio y predicó al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiso nombrarlo –transido de amor y devoción– lo llamó el Niño de Bethlehem.”

La idea fue tan buena y causó tanta felicidad y asombro, que la costumbre, primero fue actuar la escena en vivo, y después, sustituir a todos los personajes con figuras de barro o madera, lo que se popularizó en todo el mundo cristiano y acabó colocándose en cada casa. Cada figura del Nacimiento, por supuesto, con su propia simbología: el asno, toda docilidad, humildad y simpleza, representando al Antiguo Testamento, mientras que el buey con sus atributos de paciencia y sacrificio aludiendo al Nuevo Testamento. Todo ello, dicen los Doctores de la Iglesia, para completar una estampa precisa y completa de la historia que de Dios hace la Biblia entera.

Otras fiestas, como las que comenzaron el día de ayer, lector querido, con fecha de consumo y caducidad, son netamente mexicanas. Se trata de las posadas. Estas, simbolizan el recorrido que hicieran la virgen María y su esposo José, al salir de Nazaret para cumplir con el edicto en donde se ordenaba a los habitantes de Judea, empadronarse en sus localidades de origen. Como José era descendiente de David y nativo de Belén, tuvo que ir peregrinando con su esposa embarazada hacia esa población, pidiendo posada para resguardarse. El viaje constó de 9 etapas y concluyó cuando se celebró la más grande de las fiestas: el nacimiento del niño Dios en un pesebre.

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