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El desperdicio de alimentos y la esperanza que termina en la basura
Con una superficie destinada de poco más de un millón de hectáreas, según datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera, SIAP, y una producción que rebasa los 280 millones de toneladas de alimentos, México sigue estando entre los 10 países productores de alimentos a nivel global.
Paradójicamente y en contraste, según cifras del Banco Mundial, más del 34% de la producción de alimentos del país, lo que significa que, más de 23 millones de toneladas se pierden o desperdician anualmente a lo largo de toda la cadena de suministro por diversas razones.
Dentro de los factores que promueven las pérdidas y desperdicios de alimentos, por mencionar algunas, se encuentran, la sobreproducción, fallas en el pronóstico o anticipación de la demanda, volatilidad de los precios, normas de etiquetado, falta de apoyo económico, subsidios y tecnología en el campo mexicano, falta de intención de compra justa, caminos intransitables, transporte y almacenamiento inadecuados, elevados juicios estéticos, impuestos por los exportadores y consumidores finales, prácticas de producción y consumo no responsable, falta de cultura de donación para el combate al hambre, entre otras razones que hoy favorecen y perpetúan esta problemática que tiene afectaciones en tres dimensiones: económica, medioambiental y social.
La producción de alimentos trae consigo un gran gasto de energía derivada de combustibles fósiles, ya que el petróleo se utiliza en casi todas las fases de la producción de alimentos; desde la producción de fertilizantes hasta la plantación y cosecha, el riego, la cadena de frío y el transporte. En consecuencia, la cantidad de residuos de alimentos no aprovechados produce la misma cantidad de CO2 que 15.7 millones de automóviles.
Además de las emisiones de gases de efecto invernadero, la producción de sólo los 24 productos más comunes en la dieta mexicana consume más de 40 billones de litros de agua al año.
Si impidiéramos que estos alimentos terminaran en la basura, ahorraríamos el equivalente a 2.4 años del consumo de agua de la población mexicana.
Y si lo anterior no es suficiente para atraer su atención, todo esto sucede mientras más de 28 millones de mexicanos no tienen acceso físico, económico y social a suficientes alimentos.
¿Cómo evitamos el desperdicio?
Es claro que se deben cambiar el sistema económico detrás de la producción alimentaria, las formas como se producen, transportan y venden los alimentos, así como la manera como se entiende el consumo de alimentos.
A nivel legislativo, se requieren leyes, que además de regular la distribución de alimentos excedentes también incentiven acciones para prevenir el desperdicio como la donación de alimentos para el combate al hambre. Si se recuperaran y redistribuyeran al menos el 50% de los alimentos que se desperdician, se alcanzaría a alimentar al 100% de la población en carencia alimentaria.
Como consumidores podemos adoptar prácticas más responsables en nuestros hábitos de compra y consumo de alimentos:
- Anticipar y planear lo que se va a comprar de acuerdo con lo que se va a preparar en la semana.
- Es totalmente seguro congelar alimentos que preparamos de más.
- Preparar papillas, fondos o purés con verduras o frutas que estén muy maduras. También se pueden congelar.
- Asegurarse de que un alimento ya no se encuentre en condiciones para su consumo luego de haber expirado su fecha de consumo preferente antes de decidir desecharlo.
- Elegir verduras y frutas que no sean estéticamente perfectas, pues tienen las mismas propiedades nutrimentales de las que sí lo son.
- Si puedes comer en algún restaurante, asegúrate de pedir solo lo que te vas a comer, si sobró algo en tu plato, pídelo para llevar para consumirlo después.
- Dona alimentos aptos a personas que lo necesitan.
- Consume alimentos de producción local.
Si estás interesado en implementar en tu empresa la donación de alimentos como una práctica responsable de canalización de excedentes, contacta a la Red de Bancos de Alimentos de México (Red BAMX).
La autora es directora de Alianzas Estratégicas e Inversión Social en la Red de Bancos de Alimentos de México (Red BAMX).