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Elecciones 2024: Las bases del triunfo (parte 1 de 2)
De una política socioeconómica a un nuevo sistema político
¿Cuál es la base objetiva del voto por el partido gobernante? ¿Por qué parece seguro su triunfo el próximo 2 de junio? El presente artículo plantea que será, fundamental, aunque no exclusivamente, debido a la recuperación del poder adquisitivo de los estratos poblacionales de menor ingreso, articulado en una narrativa de justicia social atractiva a una mayoría ciudadana.
Visiones de clase. Continuas críticas a problemas de inseguridad y por presunto manejo indebido o ineficiente de recursos públicos parecen no permear en el ánimo de la mayoría de los votantes, como para hacer probable un cambio de partido gobernante el próximo 2 de junio. Los señalamientos, constantes en medios, provienen generalmente de comunicadores de clase media alta y alta, cuya invectiva no tiene resonancia en amplios sectores de la ciudadanía, según se desprende de múltiples encuestas.
“¡Es la economía, tonto!”. Fue frase de la campaña de William Clinton en 1992 que enfatizó la importancia del tema para el electorado. Un repaso somero de indicadores sugeriría que la clave del éxito actual de Morena radica también ahí.
El aumento del salario mínimo de 2019 a 2024 excede el 180%. La inflación general entre enero de 2019 y diciembre de 2024 (esto último según proyecciones) rondará el 34%, mientras que la de la canasta de consumo mínimo sería apenas mayor, por lo que el incremento de ingreso real sería superior al 130%.
Aunque el salario mínimo abarca únicamente a alrededor de 6 millones de trabajadores, indudablemente su notable incremento en este sexenio propulsó, asimismo, otros millones más de salarios de superior cuantía al obligar a los empleadores a situarlos, por lo menos, en un nivel no inferior al mínimo.
De la misma manera, hay evidencia de aumento de los ingresos de quienes laboran en la informalidad (Coneval, 2023), lo que presumiblemente tendría correspondencia con los aumentos salariales en el empleo formal.
Aún más, la recuperación del salario mínimo en el presente sexenio contrasta de forma sorprendente con lo ocurrido de 1982 a 2018, ya que (con información de Conasami y calculadora de inflación de Inegi) en el periodo 1982-2000 el aumento del salario mínimo fue de 13,435%, en tanto la inflación fue de 29,281%; de 2000 a 2012, el salario mínimo creció en 64.45% y la inflación en 66.4%; para el periodo 1982-2018 el aumento de este salario fue de 31,457% y el de la inflación de 62,795%.
La revaloración del salario mínimo convalida el discurso social del presente gobierno, al situarlo en niveles previos al del llamado “periodo neoliberal”, según la gráfica “Salario Mínimo Histórico” de la organización “México cómo vamos”, donde puede observarse que, a precios de 2018, el salario mínimo 2023 supera el poder adquisitivo de cualquier otro desde 1984.
Esta recuperación se reflejaría en la composición del ingreso por persona para los deciles más bajos (I y II) donde las remuneraciones por trabajo subordinado respecto del total de ingresos, pasaron entre 2018 y 2022 del 38.7% al 44.6% y del 54% al 56.8%, respectivamente (Coneval, 2023).
Además, lo anterior ha ocurrido sin afectar la ocupación, ya que la tasa de desempleo, que en noviembre de 2018 era de 3.3%, se situó en 2.6% en febrero de 2024, la más baja desde 2006, según registros del Inegi.
Por lo anterior, independientemente de críticas en otras áreas, incluso si son válidas, el que el presente gobierno federal haya borrado la pauperización del salario mínimo de cuatro décadas y alcanzado altas tasas de empleo, es un logro que debe reconocerse. Así lo estaría haciendo una parte importante de los votantes.
Programas sociales. A lo anterior se suman las transferencias que por programas sociales reciben más de 25 millones de familias en México, según presume el propio gobierno federal. En 2018 el presupuesto para programas con reglas de operación fue de 198,000 millones de pesos; en 2024 serán 803,000 millones de pesos (ambas cantidades en pesos de 2024) lo que supone incrementos anuales de más del 50%. Destaca el de Pensión para Adultos Mayores, que tendrá 465,000 millones en este año y creció a tasa superior al 100% anual (Fundar, 2023).
Coneval (2023) informa que el ingreso mensual por persona, derivado de programas sociales, pasó de 309.92 pesos en 2018 a 508.38 pesos en 2022 (precios de 2022).
Sobre el particular, de las ENIGH 2018 y 2022 se observa que, como efecto combinado de mayores salarios y transferencias por programas sociales, los deciles de menor ingreso mejoraron en esos cuatro años más que los superiores pues, descontando la inflación, el I, II y III vieron crecer su ingreso en 26.3%, 19.8% y 17.4%, respectivamente; en tanto los VIII, IX y X tuvieron incrementos de 11.5%, 8.7% y 2.4%.
En esto incide decisivamente el ingreso proveniente de programas sociales, que con relación a 2018 aumentó en 2022 para todos los deciles, excepto el más bajo (Coneval, 2023). Para los deciles I y II las transferencias de programas sociales representaron más del 25% y 20% de su ingreso total en 2022, respectivamente, y cerca del 15% para el III y IV.
Remesas. Fundamentalmente desde Estados Unidos y que reciben alrededor de 5 millones de familias (CEMLA, 2022). Si bien son logro de los migrantes y de la economía estadounidense, agregan igualmente al bienestar familiar.
Pobreza y desigualdad. De todo lo anterior se tiene que, conforme a Coneval, en 2022 el porcentaje de mexicanos en pobreza haya descendido al 36.3% (será incluso menor en 2024 por lo arriba indicado). Sin el ingreso por programas sociales la pobreza habría sido de 39%.
Lo anterior compara positivamente respecto de este mismo indicador al final de gobiernos previos: 41.9% en 2018; 45.5% en 2012; 42.6% en 2006; 53.6% en 2000, y 52.4% en 1994.
En idéntico sentido, el índice Gini de desigualdad fue de 0.435 para México en 2022. Mejor que en cualquier año del periodo 1982-2018 y, conforme a fuentes consultadas (García, Fuentes, Montes, 2012; Cortés, Vargas, 2017), probablemente el mejor de toda la historia de nuestro país.
Bienestar. Ha sido palabra clave del gobierno federal. Indudablemente los datos anteriores apuntan a que el ingreso real de millones de familias ha mejorado sustancialmente en el presente sexenio. Toda vez que la economía familiar es un componente fundamental de la percepción de bienestar, es patente que millones de votantes ven cumplidas las promesas de 2018.
Narrativa. El presente sexenio no únicamente ha rendido estos resultados para la economía familiar, sino que, decisivamente, los ha articulado en una narrativa de justicia social, como atención y recuperación de la dignidad de los mexicanos desfavorecidos (“primero los pobres”) trasladando el eje del discurso político sobre programas sociales, de la acción de gobierno al derecho de las personas.
Ambos elementos han hecho posible la edificación de un nuevo sistema político, si bien en cierne, de incontestable fuerza electoral. Respecto de los avances antes indicados, el binomio logro económico - discurso de justicia se retroalimenta mutuamente y se presenta y afianza como una realidad actuante y verificable.
Es sobre este sistema político, incluso si no está completamente formado, que descansa la eficacia electoral de Morena y la razón de su inminente triunfo en junio próximo. No sobre la personalidad de candidatas o candidatos, ni siquiera sobre la poderosa figura política del actual Presidente, sino sobre un sistema, creado por él y su equipo, que comienza a trascender a las personas. De ahí su fuerza.
Balance y decisión. En este orden de ideas, la mejoría de la economía de millones de familias pesaría más que señalamientos a los problemas de inseguridad, presuntos actos de corrupción u otros. Esto explicaría la intención de voto ampliamente favorable al gobierno actual.
Según el cristal... y el bolsillo. Por lo anterior, dada la desigualdad histórica en nuestro país y la ostensible mejoría de millones de familias en años recientes, es simplemente comprensible que, como caso general sujeto a excepciones, la óptica del votante difiera notablemente según su estatus socioeconómico. Los votantes de clase media y alta, que no hayan experimentado estrechez económica en su vida, al menos no en grado apreciable, pueden, con toda razón, fundar su decisión en cuestiones distintas de las económicas, toda vez que generalmente habrían podido contender con éstas. En cambio, los ciudadanos que a lo largo de su vida hubieran padecido carencias y precariedad por ingreso, también con toda razón, darían peso definitorio a la mejoría que los haya beneficiado.
*El autor es excomisionado del Instituto Federal de Telecomunicaciones, no es afiliado ni simpatizante de Morena.