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Opinión

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Jugo de naranja y gasolina

La producción y exportación de crudo se ha convertido en uno de los supuestos o credos más importantes de la política energética y del país por décadas. Tan es así, que no existe otro indicador más popular y utilizado para hablar de petróleo que cuánto extrae Pemex, qué tanto ha subido o bajado su producción, cuánto valor tiene o tendrá la exportación de crudo, y un largo etcétera. La “plataforma de exportación” y el precio del crudo son cosas que le preocupan especialmente a la clase política. La producción de crudo es lo que cuenta para el gobierno, los estados y municipios, la sociedad, el sector privado y los bonistas o acreedores vinculados a Pemex, fuera o dentro del país. Se trata de la leche de la vaca. Si ese flujo se reduce nadie queda contento.

Uno de los virajes más importantes en la política de hidrocarburos del gobierno de México, al menos desde los setenta, acaba de concretarse. Se trata de la reciente decisión de reducir significativamente la exportación de petróleo crudo e incluso dejar abierta la posibilidad de dejar de exportarlo. Es una decisión histórica y que, de tener éxito, sería trascendental para el futuro del país, más allá del sector energético. La medida se ha justificado al menos de 4 maneras. Una de las más recurrentes ha sido la comparación del petróleo y la gasolina con las naranjas y el jugo de naranja. Es, quizá, una herencia de aquella noción de que las materias primas (las naranjas) son propias del atraso y que el valor agregado siempre proviene de un mayor procesamiento y de una mayor industrialización (el jugo). La lógica de no vender más naranjas (petróleo crudo) y mejor producir jugo (gasolinas), para venderlo al interior del país se vincula con el nacionalismo petrolero mexicano, fortificado a lo largo de casi un siglo. Más recientemente, se ha construido a partir de un enfoque de riesgo y seguridad energética, esto es, reducir significativamente la dependencia de suministro de gasolinas (jugos), teniendo petróleo suficiente (naranjas). Finalmente se ha adicionado una justificación económico-financiera: producir con petróleo mexicano gasolinas para el mercado mexicano es un buen negocio, pues a pesar de que la rentabilidad no es comparable con la exportación de crudo, sí se puede “ganar dinero” de la refinación y producción de gasolinas. Todas son reales, pero a mi parecer, incompletas.

En algún momento, al gobierno mexicano le costó extraer crudo del yacimiento Cantarell en la sonda de Campeche alrededor de 6 dólares y lo vendió en casi 100, es decir tuvo una ganancia de 94. Si hubiese en ese momento producido gasolinas quizá hubiese podido obtener una ganancia de 10 dólares. Por ello, desde 1982 el gobierno mexicano decidió olvidarse paulatinamente de cualquier otra cosa que no fuera la producción de crudo y así maximizar la renta petrolera extrayendo y exportándolo. Así se justificó que México no debía de refinar pues el negocio no era rentable y para que fuese sostenible requería de una eficiencia propia de sus contrapartes en Estados Unidos. Era una misión sólo posible con grandes montos de inversión y eficiencia de gestión, algo menos rentable para el gobierno federal y por ello un área de poco interés.

Es imposible competir con la rentabilidad que ofrece exportar crudo y por ello puede decirse que la decisión ya tomada reducirá el flujo de recursos para Pemex y para el gobierno federal en el corto y mediano plazos. En última instancia, también reducirá el flujo para el gasto público. Pero la decisión tomada va en el camino correcto: no privilegiar la producción de crudo para exportar quitaría los incentivos para que el gobierno federal buscara en Pemex una fuente de flujo constante y abundante de dinero. Ayudaría a reorientar las inversiones de Pemex en otras áreas y al gobierno federal lo liberaría de la necesidad de invertir gastos de capital en la producción de crudo.

El cambio de paradigma y el viraje del modelo de negocio de Pemex representa un cambio estructural aparentemente inadvertido. Incluso, pareciera convivir con un estado de negación por aquellos que todavía proponen la reactivación de la reforma energética y el “potencial de México” en cuanto a la producción de crudo, desde luego con ayuda de privados. Es, en definitiva, un síntoma de distonía y del choque entre lo viejo y lo nuevo (donde lo nuevo se percibe como viejo y al revés, dependiendo del espectro ideológico). 

La exportación de crudo le ha hecho un enorme daño al sector energético nacional y al gobierno federal. Con el pretexto de maximizar la renta petrolera las prioridades de inversión pública se centraron en el sector energético antes que la producción de bienes y servicios públicos. Peor aún, los gastos de Pemex se asignaron mayoritariamente a la exploración, producción y exportación de crudo, abandonando a su suerte a otras áreas de negocio enormemente trascendentes como la petroquímica. La decisión del gobierno federal es, además, una manera sana, práctica y eficiente de debilitar el cordón umbilical entre gobierno federal y la empresa paraestatal. De ser exitosa, la decisión de no exportar crudo obligará a Pemex a centrarse en otras cosas y al gobierno en dejar de buscar rentas extrayendo petróleo. Quizá abra la puerta a que busque las otras rentabilidades: capital social y capital humano.

*El autor es profesor de la Universidad de Georgetown en Washington, D.C.

Contacto: gf7@georgetown.edu

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