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Opinión

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La caída

Los regímenes autoritarios en Latinoamérica han evolucionado de manera significativa frente a sus antecedentes inmediatos que fueron las dictaduras militares del siglo pasado. La diferencia fundamental reside en que mientras estas últimas basaron su permanencia en el poder en la utilización de la fuerza pura como mecanismo de generación del miedo social, los populismos construyeron una combinación de apoyo popular hacia el líder, junto con una represión selectiva contra opositores y críticos.

Este híbrido de violencia con elecciones controladas por el gobierno en turno ha resistido mucho más que cualquier régimen militar. El control ideológico unido a una distribución de dinero en forma directa a los habitantes de pocos recursos, fue creando las condiciones propicias para alargar de forma indefinida un modelo autoritario incluso en condiciones económicas precarias. Normalmente las crisis por falta de viabilidad financiera, eran la condición previa al derrumbe de las dictaduras, pero los populismos del siglo XXI lograron sortear esas limitaciones.

Desde 1998 cuando Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela por la vía electoral después del fallido golpe de estado de 1992, la destrucción de instituciones democráticas de forma continua y su sustitución por un poder centralizado, dieron vida al modelo de dictadura populista indefinida con elecciones periódicas, pero una oposición y medios de comunicación paulatinamente sojuzgados por el nuevo régimen de la revolución bolivariana.

Y es que este sistema fue reforzándose a través de los enormes ingresos petroleros y los beneficios inmediatos para los pobres y para una nueva clase empresarial ligada a Chávez y luego a Maduro. Pero una vez que el dinero se fue acabando por la dilapidación de recursos y los vaivenes del mercado petrolero, aunado a la ausencia de inversiones y la inmensa fuga de capitales y personas, el populismo empezó a hacer agua y a recurrir cada vez más al uso de la fuerza y al apoyo financiero de rusos, chinos e iraníes interesados en tener presencia de todo tipo en el continente

Los vínculos con el narcotráfico complicaron más aún el aislamiento internacional de Maduro, y finalmente la imposibilidad de manipular el proceso electoral como en otras ocasiones, han generado lo que parece ser el principio de una violenta caída. Los dictadores no se van por la vía del voto, pero tampoco pueden sostenerse únicamente con las bayonetas.

El populismo autoritario y sus cabezas gobernantes se creen inmortales e infalibles. Tarde o temprano la realidad y el hartazgo ciudadano son los únicos capaces de acabar con esta opción política irracional y carente de sentido ético alguno.

Ezra Shabot Askenazi es Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México. Analista político y catedrático universitario con 22 años de trayectoria en la UNAM. Como académico ha sido jefe del Departamento de Ciencias Sociales y Jefe de Planeación Académica en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán.

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