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Opinión

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La violencia de la filosofía

Esta semana me permití entrevistar a una relevante filósofa mexicana, dedicada a estudiar la violencia desde esa disciplina. Miriam Jerade, hizo su licenciatura en la UNAM, obtuvo su maestría y doctorado de filosofía a por la Sorbona de París. Desafortunadamente, por las clásicas grillas nefastas de la UNAM, ahora la Dra. Jerade ya no labora en la UNAM, sino en una prestigiada universidad en Chile, desde donde continúa sus tareas docentes y de investigación.

P.- Dados los niveles de violencia que se viven en México ya casi 20 años; la cantidad de muertes y desaparecidos, pero también la crueldad entre grupos criminales, ¿nos estamos haciendo una sociedad indiferente?

R.- Justo esta pregunta es lo que despierta el asombro y el horror desde la filosofía, al parecer el nivel de violencia y de crueldad ha llegado a tal grado que ninguna política pública pareciera adecuada —por supuesto que las tiene que haber, principalmente en la capacitación de un cuerpo de policía y de las unidades de investigación. La situación en México no deja de develar la dimensión moral y hasta metafísica de la violencia, ¿qué es lo que lleva a las personas al aniquilamiento, a desoír el dolor, a gozar del espectáculo de la crueldad, a estar no sólo por encima de la ley sino más allá del bien y del mal?; ¿por qué las matan? ¿por ser mujeres? Hablar de “cantidad de desaparecidos” parece sólo un dato, mientras que es una experiencia límite no tener un cuerpo para enterrar, para iniciar un duelo. Que existan en México tantas madres que buscan a sus hijos o hijos que buscan a sus padres, hermanos que se buscan. Estas personas nos devuelven a preguntas morales y políticas sobre el derecho a ser lamentado, un derecho al duelo, pero también señalan la dimensión política en cuanto a la responsabilidad del Estado. La consigna “fue el Estado” de las marchas por los estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa sigue resonando.

P.- ¿Por qué dirías que la solución de la inseguridad no es la exigencia ciudadana más importante a los gobiernos federal y estatales?

R.- Yo creo que lo es y lo ha sido durante varios sexenios, la ciudadanía sabe que los partidos lo han captado políticamente sin llegar a una solución efectiva, ya sea la guerra contra el narco, la vuelta del PRI con la idea de que podríamos volver a una paz pactada, AMLO con la campaña “abrazos no balazos”. No es que la gente se acostumbre a la violencia, simplemente sigue adelante con el miedo. El miedo que para Hobbes era un afecto político por excelencia y hacía la base del contrato social como intercambio por seguridad, no tiene ese efecto. Más bien lo que nos ha demostrado el narco si lo queremos ver como fenómeno es la rapacidad de cierto capitalismo, pues el narco son corporaciones con un gran flujo de capital que ha hecho de la violencia y la crueldad parte fundamental del negocio de ilícitos.

P.- Con Fox hubo 60,000 homicidios, con Calderón 120,000, con Peña 156,000 y con AMLO van 170,000 en 5 años, llegará casi a los 200,000. ¿Qué impacto tienen estas cifras en la manera en que se vive la violencia en una sociedad?

R.- No sé si tienen sólo un impacto en la violencia, la violencia es un concepto difícil porque su definición liberal como uso ilegítimo de la fuerza ha sido muy cuestionada en todo el Siglo XX para hablar de una violencia de Estado, ya que este último tendría el uso legítimo de la fuerza y en la idea liberal el Estado y la ley vendrían a poner fin a la violencia. El totalitarismo en el Siglo XX hizo caer esta noción y la gran teórica del totalitarismo, Hannah Arendt, estableció una diferencia entre la violencia que es siempre instrumental y el poder como acción consensuada. Esto implica que el poder es más cercano a las personas, a los movimientos sociales y señala que la autoridad del Estado se basa en el reconocimiento de la ciudadanía y no en su uso de la fuerza. Son conceptos filosóficos, pero creo que más que una definición de violencia o lo que la filósofa italiana Adriana Cavarero llama “horrorismo” como una nueva relación entre horror y terror en la violencia como crueldad; lo que esconden estas cifras (porque cada homicidio es una vida lamentable) es un cambio en la experiencia de la vida, de la vulnerabilidad de la vida y, no sé si se ha estudiado, pero estoy segura de que esto ya tiene una impronta en los mexicanos. Nadie creo que pueda sentirse al margen de este momento de violencia donde en algo tan banal como subir a un transporte público o salir a caminar puede ser tu último día, esto ya es parte de un trauma colectivo. En este sentido creo que el fin de esta era de “horrorismo” en México tiene que implicar la voluntad política de todo el espectro político en un plan de acción a largo plazo, no en promesas de campaña. Pero también en comenzar por un reconocimiento social como se ha hecho en Colombia, un reconocimiento de esas vidas perdidas y que son dignas de ser lloradas. En este sentido podemos pensar la acción política de los movimientos sociales en México contra el feminicidio y el femicidio, de las buscadoras que increpan al mismo presidente, de los actos de justicia transicional por parte de Derechos Humanos, como el que hubo en Oaxaca, donde se escuchan los testimonios de familiares. De este “poder” en términos de Arendt surge una transformación política, pero el trauma colectivo del “horrorismo” y la vulnerabilidad vital permanecerá por mucho tiempo.

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Julio es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, con maestría en políticas públicas de la Universidad de Georgetown.

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