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Opinión

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Las "características" de Xi Jinping

El impacto de la ideología en el modelo económico chino se está dejando sentir y no para bien. Por mucho tiempo, el Partido Comunista de China priorizó al crecimiento económico por encima de la ideología guiado por el precepto de Deng Xiaoping “no importa si el gato es negro o blanco si caza ratones”. Sin embargo, el actual dirigente chino, Xi Jinping, ha reinstalado el papel central de la ideología con su “pensamiento sobre el socialismo con características chinas para una nueva era” y reforzado la centralización del poder y la racionalización ideológica con

ambiciones de largo alcance “para transformar el entorno político nacional y mundial”. Como consecuencia, a partir de 2020 China empezó a poner cortapisas a las reformas del mercado para dar paso a una economía más controlada por el Estado y subordinar los intereses comerciales a los objetivos del Partido Comunista. Pero con esta creciente influencia ideológica en las políticas económicas muchos empresarios e inversionistas se preguntan si el país sigue siendo un lugar confiable donde operar.

Entre otras medidas, Xi introdujo una ley antiespionaje vagamente redactada y dirigida a entorpecer actividades comerciales rutinarias como la investigación de mercado. Ello ha abonado a una nueva e inesperada percepción en los medios financieros internacionales: hacer negocios en China se ha vuelto arriesgado. Y no son solo las empresas extranjeras encuentran un clima más desafiante. El Partido Comunista ha reforzado su control sobre las empresas nacionales nominalmente privadas, en particular de las tecnológicas. Los resultados han sido sumamente contraproducentes. Xi esperaba sumisión y conformismo por parte de los inversores occidentales seducidos -como siempre- por la mítica promesa del mercado chino. No ha sido así y la fuga de capitales es cada vez más cuantiosa.

Según varias fuentes financieras la inversión extranjera cayó en China de más de 100 mil millones de dólares en el primer trimestre del año pasado a 20 mil millones en el mismo período de este año. Otras cifras son igualmente desalentadoras: en junio las exportaciones cayeron un 12.5 por ciento, el país crecerá en 2023 quizás menos del cinco por ciento (de un inicial pronóstico de siete por ciento), el desempleo juvenil rebasa el 20 por ciento, las empresas inmobiliarias padecen graves dificultades y los gobiernos locales están inundados en deudas. Por estas razones en las últimas semanas el gobierno chino ha procedido a hacer algunas rectificaciones, entre ellas el anuncio de una disminución en la supervisión sobre las empresas tecnológicas. También se eliminaron restricciones a los grandes préstamos destinados a promotores inmobiliarios y el ministerio de Finanzas anunció sustanciales incrementos en los apoyos a la recuperación económica (gasto público, subsidios y recortes de impuestos). Pero para nada está claro si estos cambios serán suficientes, sobre todo porque ya existe en China una falta de confianza y eso no va a desaparecer de la noche a la mañana. El viejo remedio de un gran estímulo gubernamental para impulsar la economía quizá ya no sea suficiente. El modelo de crecimiento de China, ahora tan ideologizado, podría haber alcanzado sus límites.

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