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Opinión

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Plan Nacional de Desarrollo, perplejidad y preocupación (1)

La lectura del Plan Nacional de Desarrollo 2019 (PND) nos deja con una agria sensación de preocupación y perplejidad. Nunca antes en la historia de México un nuevo gobierno había publicado un documento tan pobre y tan alejado de estándares mínimos de calidad y dignidad intelectual. Es una lectura obligada para todos, dado que dibuja nítidamente al régimen y nos advierte de manera incontrovertible sobre sus rencores, desvaríos, resentimientos, vacíos conceptuales y programáticos, ignorancia, caprichos, ocurrencias, y obsesiones convertidas en premisas del quehacer gubernamental. Salta en el texto por todas partes una fijación enfermiza con el pasado; también, afirmaciones sin ningún tipo de evidencia, que llegan a ser obvias mentiras. Utiliza un lenguaje ampuloso, hueco y grandilocuente con pretensiones de gesta histórica. Revela una inquietante lejanía del rigor metodológico, la técnica, y la racionalidad, y desconoce reglas de articulación lógica entre medios y fines. Pero, es expresión palmaria de las motivaciones y objetivos del régimen en el ejercicio del poder.

Aún después de haber perdido relevancia y pertinencia la planificación central, algunas modalidades de planeación siguen siendo útiles y valiosas incluso en una economía de mercado. La elaboración de planes y programas da la oportunidad de explicitar la visión o proyecto nacional del gobierno, sus grandes motivaciones, y escenarios a los que aspira. Un plan nacional, si se hace de manera rigurosa, elocuente y persuasiva, puede ofrecer certezas a la sociedad, y contribuir a movilizar conciencias y voluntades y a organizar racionalmente a la administración y a las políticas públicas. En México, el PND es un compromiso y una obligación establecida en ley, pero también es exigible que sea un ejercicio de racionalidad y coherencia en el planteamiento y diseño de políticas públicas, donde se integren propósitos con metas tangibles, instrumentos, tiempos, presupuestos, y capacidades de ejecución. Todo ello debería ser consistente, por una parte, con una gran visión o proyecto nacional que se constituya como referencia o premisa fundamental del gobierno. El plan debe contar con un diagnóstico objetivo y sistemático sobre avances, fortalezas, tendencias, rezagos, problemas y cuellos de botella, y a partir de ahí, trazar una trayectoria, una lógica en las decisiones del poder público, en el marco de la ley y de las instituciones. El Plan Nacional de Desarrollo debe acreditar en el gobierno importantes capacidades de conceptualización, técnicas, y de presupuestación, conocimiento profundo de sectores económicos y condiciones sociales, de gestión macroeconómica, fiscal y monetaria, de la administración pública, de prácticas y normatividad regulatoria, y sobre el entorno internacional. Muy poco de lo anterior se observa en el Plan Nacional de Desarrollo 2019 –2024. Empezando por su simbología  kitsch —un charro color marrón, que suponemos representa a Emiliano Zapata, personaje premoderno, alzado en armas contra el primer gobierno democráticamente electo de México— el PND ostenta su carácter anacrónico. Destila virulentas diatribas contra todos los gobiernos anteriores. Sin referencias ni análisis, nos quiere hacer creer que México era una arcadia económica y social antes de ser destruida por el “neoliberalismo”. Es una obsesión reiterada ad nausea por un farragoso texto introductorio que despliega todos los complejos, y reiteraciones compulsivas de lugares comunes y frases hechas que uno podría imaginar. Se trata en realidad de un desahogo de prejuicios con que se castiga la inteligencia de los ciudadanos. Nunca dice con qué se va a sustituir al “neoliberalismo”, quizá por cautela o pudor de revelar abiertamente las intenciones del régimen.

El PND carece de una visión o proyecto articulado de Nación, con ello queda descartada toda posible coherencia interna. Se limita a una desordenada agregación de insultos, descalificaciones, y proyectos y políticas ocurrentes y muy inquietantes. No pretende tener una estructura lógica y racional que debería de incluir grandes objetivos, metas, instrumentos, presupuestos y actores institucionales. En mucho se reduce a una reiteración textual de frases lanzadas  durante la campaña electoral. Queda clara, si fuera virtud, una gran obcecación e incapacidad de aprender y de evolucionar a partir de la experiencia y del consejo o contribución de expertos y especialistas, que no parecen existir en el gobierno; algo verdaderamente preocupante. La estructura del documento es sumamente pobre; se organiza sólo a partir de tres grandes temas: Política y Gobierno, Política Social y Economía. Es notoriamente ausente cualquier esfuerzo de diagnóstico más allá de la “corrupción” y del “neoliberalismo”. No nos ofrece ningún concepto ni objetivo tangible, ni mucho menos instrumentos para lograrlo. Al parecer, supone que la voluntad del presidente de la República sustituye todo esfuerzo de racionalidad pública y construcción institucional. Que nadie se llame a sorpresa sobre lo ocurre y ocurrirá en México.

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Político, ecologista liberal e investigador mexicano, ha fungido como funcionario público y activista en el sector privado. Fue candidato del partido Nueva Alianza a Presidente de México en las elecciones de 2012.

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