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Revivir el pasado
Lo cambios tecnológicos ocurridos durante las primeras décadas del siglo XXI suponían una transformación cualitativa de la calidad de vida para millones de seres humanos en el planeta. De hecho, la producción de bienes y servicios impulsaron el fortalecimiento de la clase media y el acceso mejores condiciones para superar la pobreza de siglos.
La globalización entendida como esa capacidad de entrelazar economías complementarias, y de esa manera impulsar la competitividad de industrias antes obsoletas, caras e incosteables, revolucionó las relaciones sociales, y a raíz del surgimiento y expansión del Internet el mundo fue otro. Sin embargo, aquellos grupos sociales afectados por este cambio radical paulatinamente comenzaron a reaccionar en un intento por defender aquello que desaparecía.
Grandes monopolios que se desmoronaron a consecuencia de cambios tecnológicos y economías abiertas. Pequeños y medianos productores protegidos por el Estado que ya no contaban con los aranceles como forma de asegurar a un mercado cautivo, así como aquellos beneficiarios de un nacionalismo patriotero y xenófobo, alzaron su voz en contra de lo que definían como “la destrucción de la soberanía a manos del capital transnacional y las nuevas formas de dominar a los desposeídos”.
La democratización, el libre mercado y la globalización misma, no consiguieron integrar a millones de personas convencidas que el pasado era mejor, y que el retorno a la era de lo caudillos, los mercados protegidos y el nacionalismo excluyente, era la fórmula adecuada para recuperar lo que consideran como una historia personal y nacional robada por los enemigos neoliberales.
Y así se fue construyendo este bloque de utópicos del pasado. Desde Putin reconstruyendo la Rusia imperial, hasta Trump reviviendo la consigna de America First, pasando por López Obrador y su Cuarta Transformación, la Venezuela bolivariana, la Argentina de los Kirchner, la Hungría de Orban, la Gran Bretaña del Brexit, cuyo denominador común es la búsqueda de enemigos históricos y la reivindicación de un supuesto pasado glorioso destruido por el neoliberalismo globalizador, pero finalmente rescatado por los caudillos heroicos.
Estos movimientos que han conseguido mover a la historia en sentido contrario, provocando la desaparición de la democracia representativa en cada uno de los países donde triunfan, no tienen posibilidad alguna de éxito porque parten del principio erróneo según el cual su misión es revivir a los muertos del pasado para recrear un presente similar a él.
Ni los cambios tecnológicos, ni el comercio y los servicios, ni mucho menos la capacidad de respuesta ciudadana pueden controlarse o limitarse. El pasado no es la solución constructiva, pero sí puede ser un poder destructivo enorme.