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La historia dice que quienes promueven cambios contra la corrupción acaban siendo corruptos: Juan Antonio Cepeda
A lo largo de la historia de México ha habido movimientos que han surgido con la promesa de un cambio radical de régimen y combatir la corrupción, pero solo han servido para modificar los equilibrios del poder, sustituyendo una casta política por otra. Esa es la historia del Gatopardismo a la mexicana: cambiar todo para que las cosas sigan igual, plantea Juan Antonio Cepeda.
Episodios como las reformas borbónicas; el periodo de Iturbide, Santa Anna y la Independencia; el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines y “la moralización de la política”; el sexenio de Miguel de la Madrid y la “renovación moral”; el sexenio del presidente Vicente Fox y la transición democrática y el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto y el Sistema Nacional Anticorrupción, son ejemplos de cambiar todo para que las cosas sigan igual, pero no estamos condenados a padecer siempre eso, expone el autor del libro “Gatopardismo mexicano. La infame historia de nuestra corrupción”
A lo largo de la historia de México ha habido movimientos que han surgido con la promesa de un cambio radical de régimen y combatir la corrupción, pero solo han servido para modificar los equilibrios del poder, sustituyendo una casta política por otra. Esa es la historia del Gatopardismo a la mexicana: cambiar todo para que las cosas sigan igual, plantea Juan Antonio Cepeda.
El autor del libro “Gatopardismo mexicano. La infame historia de nuestra corrupción”, editado por Debate, expone a El Economista que, si bien los orígenes de la corrupción en México son históricos, culturales, racionales, económicos, jurídicos, e incluso circunstanciales y azarosos, no deberíamos estar condenados a padecerla siempre. “No debemos quedarnos con la sensación de que estamos fatalmente destinados a ser un país corrupto”.
En 222 páginas, el autor ofrece una serie de reflexiones sobre momentos estelares del gatopardismo mexicano en torno a la corrupción: las reformas borbónicas; el periodo de Iturbide, Santa Anna, la Independencia y sus primeros años; el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines y la moralización de la política; el sexenio de Miguel de la Madrid y la “renovación moral”; el sexenio del presidente Vicente Fox y la transición democrática; el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto y el Sistema Nacional Anticorrupción y el sexenio del presidente López Obrador y la llamada Cuarta Transformación”.
El prólogo es de Jesús Silva-Herzog Márquez, quien advierte que este texto subraya la perseverancia de la corrupción y que en el país se puede ofrecer la revolución y el reino de la corrupción permanece intocado y recalca que en esta obra no hay una bala de plata que mate al vampiro, pero tampoco una convocatoria a la derrota. “La corrupción habrá sido historia, pero no tiene que ser destino”.
Para cepeda El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador es tan solo el más reciente movimiento que consigue modificar los equilibrios del poder, sustituyendo una casta política por otra, con la promesa de un cambio radical de régimen.
Por ello, es tiempo de observar cuidadosamente si el gobierno actual no se convierte en un episodio más del gatopardismo y advierte: Si la nueva casta cambia todo para mantener las cosas igual, los efectos podrían ser aún más negativos que en ocasiones anteriores.
¿En términos de combate a la corrupción, en México hemos cambiado todo para que las cosas sigan igual o realmente no hemos cambiado y por eso las cosas siguen igual?
Esa es la esencia del libro. La idea es hablar de la corrupción en un sentido multidimensional, a contracorriente, por ejemplo, de lo planteado por el presidente Enrique Peña Nieto en el sentido de que era un asunto cultural.
Es un tema transversal y tiene que ver con dimensiones históricas, económicas incluso racional.
Lo que traté de hacer, fue buscar en la historia algunos de los principales escándalos de corrupción, desde la llegada de los españoles al continente y luego bordar sobre el gatopardo, que es este arquetipo literario que proviene de la novela que habla de un personaje que planteaba que para que las cosas no cambien lo que había que hacer es cambiar todo. Un personaje del siglo XIX que se integra a las filas de Garibaldi para poder involucrarse desde su estatus, aristócrata, en esta revolución, donde la burguesía se adueña del poder y comienzan a perderlo la aristocracia.
Este personaje le dice a su tío yo lo que estoy haciendo es meterme ahí dentro para cambiar las cosas de tal manera que al final no cambie nada.
Eso es lo que ha ocurrido muchas veces en la historia de México y es lo que quería tratar en el libro.
Desde las reformas borbónicas; las consecuencias de la Independencia; lo que sucedió con López Mateos después de los abusos de Miguel Alemán en la presidencia; pienso también en la renovación moral de Miguel de la Madrid; en el presidente Fox y su bandera de ir tras los “peces gordos” o el Sistema Nacional Anticorrupción, planteado por Enrique Peña Nieto, como un paliativo ante sus excesos, después del caso de La Casa Blanca.
Lo que hacen todas estas campañas es buscar hacer una serie de transformaciones que al final son una simulación.
¿Para entender el fenómeno de la corrupción qué es lo que no debemos pasar por alto de la época de la Colonia, el México independiente, el periodo posterior a la Revolución Mexicana y lo que va del siglo XXI?
Una de las mejores lecciones es advertir que cuando el sistema político se empieza a ver cuestionado por los excesos de la corrupción, promueve, de manera tramposa, cambios que lo único que hacen es simular o cambiar las élites políticas.
En el episodio de las reformas borbónicas, cuando el sistema empezó a generarle problemas al rey, porque sus representantes en la nueva España evidenciaron el uso de estos cargos públicos para beneficio privado, deciden hacer reformas para darle el poder a otras personas.
Lo mismo sucede con la Independencia, la transición del porfiriato y la época posrevolucionaria. Quienes promueven los grandes cambios terminan siendo participes de la corrupción. Lo único que hacen es modificar las élites políticas.
Una de las lecciones que nos puede dar esta lectura es que siempre hay que tomar con mucho cuidado todas estas intenciones de luchar contra la corrupción de los políticos mexicanos, que, al final de cuentas, puede ser solo una simulación para terminar con los privilegios de unos y dárselos a otras personas.
La otra de las lecciones es que tenemos que platicar de la corrupción, no como si fuera ajena a nosotros.
Si no aprendemos que la corrupción está en gran parte de la vida cotidiana, tampoco podremos hacer demasiado.
Si los políticos, que son personajes centrales en el combate a la corrupción, hablan de ella como si fueran los otros los que se corrompen, sin hacer una autocrítica, nunca vamos a pasar a otro lado. Un tercer tema es que, en el fondo, el Estado mexicano, desde la Colonia, es una entidad corrupta en sí misma y, quien quiera ejercer el poder, se topa con el poder corruptor del Estado.
La pregunta es ¿cómo poder destruir las características corruptas del Estado? La historia juzgará qué se está haciendo en la actualidad y si se está yendo hacia un combate frontal o hacia el mismo gatopardismo que hemos vivido antes.
¿Qué pasó a principios de este siglo con la transición a la democracia o alternancia en el partido en el gobierno federal y las expectativas que se abrieron en diferentes frentes?
A la luz de la historia, fue un momento que pudo haber sido decisivo, se habían generado expectativas desde que la oposición empezaba a tener puestos de poder en gobiernos locales y en el poder Legislativo.
Esas expectativas se acabaron una vez que llega Vicente Fox al poder. Lo que vemos es una transición impregnada de corrupción.
Llega con acusaciones muy serias y, luego, con sanciones muy serias sobre el uso de recursos para hacer campaña no correctos.
Llega con la idea de ir contra los “peces gordos” y no sucedió absolutamente nada, excepto que hubo un cambio de élites.
¿Cuál fue la experiencia del Sistema Nacional Anticorrupción? ¿Deberíamos luchar por él o es un asunto perdido?
Ha sido una buena idea. Me parecía que venía de un buen estudio de buenas prácticas en todo el mundo y de personas dedicadas genuinamente al combate a la corrupción y que encontraron en el desprestigio del presidente Enrique Peña Nieto una buena coyuntura para impulsarlo.
Era un sistema que, por un lado, asumía que la corrupción no era una lucha que debiera dar una institución, sino un grupo de instituciones, de manera horizontal y que hubiera y una cooperación y rendición de cuentas en ellos.
Por otro lado, había gente de la sociedad civil, abogados del poder Judicial, funcionarios del poder Ejecutivo, etcétera. Un grupo de personas multidisciplinarias con pesos y contrapesos y con una intención de cooperación.
Lo que sucedió fue que se aprobó la ley, pero poco a poco fueron minando todos los beneficios y facultades que podía tener, empezando por tardarse en integrar los organismos que contempla y evitar que casos no pasaran por el sistema, como el de Odebrecht.
El presidente Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia con la bandera de luchar contra la corrupción y se impulsó la idea de que ahora sí llegó alguien que tiene la voluntad para acabar con la corrupción. ¿Qué ha pasado hasta ahora?
En el libro hay un signo de interrogación en este caso. La historia es quien acabará juzgando de manera eficaz lo que suceda.
Hay una expectativa pero también vemos que hay cosas positivas y negativas que documentar.
Los escándalos de corrupción siguen ocurriendo. Una de las elecciones es que quizá que, en el Estado mexicano, la corrupción es una parte fundamental del ejercicio del poder.
Hay una genuina voluntad del presidente para combatir la corrupción, dese su propia concepción de lo que significa el ejercicio del poder público, pero su política de actuar con el ejemplo para acabar con la corrupción no ha sucedido.
Hay muchos ejemplos de corrupción en su gobierno que nos hacen ver que no es suficiente con el ejemplo. Es muy importante, pero no es lo único, hay que fortalecer las instituciones y éstas no están haciendo el trabajo que se requiere.
Además, el diagnóstico no ha sido el correcto: la corrupción no nace con el neoliberalismo. Si acabas con el neoliberalismo no acabas con la corrupción.
¿Es un libro para documentar el pesimismo de que no se va a acabar la corrupción o alimentar el optimismo de que sí se puede terminar?
Por un lado, siempre hay un optimismo entre quienes estudian los fenómenos de la corrupción, en el sentido de que sí podemos acabar con la corrupción y hay que ver cuáles son las reglas del juego que se pueden instaurar; cuales son los dilemas éticos y morales que habría de fomentar para poderlo llevar a cabo y cuáles son los diagnósticos correctos que podemos hacer para luchar de mejor manera contra esto.
Deberíamos encontrar la manera de combatir la corrupción; debería de haber una nueva generación de políticos que no se parezcan a los políticos antiguos; debería haber un cambio de generación con personas que tengan otra relación con el ejercicio del poder público y reformular las diferentes iniciativas para combatir la corrupción y ver la manera de empujar para que puedan retomar fuerza.
En el Libro no hay un ABC para combatir la corrupción pero sí una reflexión que al final nos deja ver que sí es posible y deseable combatirla. No debemos quedarnos con la sensación de que estamos fatalmente destinados a ser un país corrupto.