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Maternar en la selva del Darién, una travesía que a nadie se le recomienda
“Un puma, oyó a mi bebé llorar, eso lo atrajo y nos seguía, en un momento se le aventó a mi esposo y yo corrí lo más rápido que pude…”, narró Naidelitn Nava, migrante de Venezuela que cruzó el Darién en busca de una mejor calidad de vida.
Cada año cientos de madres con sus pequeños hijos provenientes de Sudamérica arriesgan la vida al cruzar la Selva del Darién, ubicada entre Colombia y Panamá, en su sueño por llegar a Estados Unidos y conseguir una mejor calidad de vida.
Jóvenes mujeres relatan a El Economista que durante su travesía se enfrentaron a situaciones como que sus hijos enfermaran; el miedo a ser víctimas de la delincuencia, cuya presencia es alta en la zona, y las adversas condiciones climáticas.
“Un puma siguió a mi bebé”
Naidelitn Nava tiene 23 años. A los tres meses de dar a luz a su segundo hijo tomó sus cosas y salió con destino al “sueño americano”. Ella nació y creció en Venezuela, donde vivía en casa de sus papás. Conoció por internet a quien se convertiría en el papá de sus dos hijos; un hombre ecuatoriano de quien se enamoró profundamente.
Con el paso de los meses decidió mudarse con su pareja a Ecuador para vivir juntos. Aunque al principio todo parecía ir bien, con el tiempo la comida y el dinero comenzaron a escasear, no alcanzaba “para nada” aunque los dos trabajaban y esto empeoró.
El 12 de junio, apenas tres meses después de parir a su segundo hijo, con la herida de cesárea mal curada, hizo maletas para cruzar la selva del Darién, que se encuentra entre los límites de Panamá y Colombia.
Por el largo viaje y los riesgos que esto significa, Naidelitn tomó la primera difícil decisión de su travesía: dejar a su hijo mayor, de tres años. “Lo deje con mi suegra, porque a él no le gusta caminar e iba a ser más difícil para todos”, cuenta con la mirada hacia el suelo.
El día en que ella, su esposo y su hijo en brazos emprendieron el viaje a pie formaban parte de un grupo de 27 personas. Pocos kilómetros después de haber iniciado su caminata el hijo de Naidelitn enfermó. El resto de personas que integraban su grupo avanzaron, mientras ella buscaba remedios para curar a su hijo de una fiebre que parecía no ceder. El viaje que supuestamente tenía que durar tres días se convirtió en uno de seis.
A ella también le haría estragos el viaje: la herida de su cesárea se abrió.
“Viajar solo es una cosa, pero con niños es más difícil; a mí se me abrió la cesárea, pero mi dolor más grande era ver a mi bebé enfermo”, relata mientras soba la espalda de su pequeño; pocos minutos después vomitaría sobre sus piernas. “Es por el reflujo, los doctores dicen que está entrando a sus pulmones y no tenemos dinero para atenderlo”, dice la joven madre.
En su paso por la selva, Naidelitn recuerda haber visto los cuerpos de otros migrantes que intentaron cruzar, pero no lo lograron.
“Lo peor que me ha tocado vivir, ha sido ahí, en la selva (…) Un puma, oyó a mi bebé llorar, eso lo atrajo y nos seguía, en un momento se le aventó a mi esposo y yo corrí lo más rápido que pude, no sé como, pero la libramos”, afirma la joven mientras abraza con fuerza a su bebé.
La última prueba de la travesía de Naidelitn fue cruzar un río con un caudal acelerado tras las lluvias registradas.
“Mira, a mí el agua me llegaba hasta acá (señala su cuello) y de repente, se soltó la corriente y me llevaba a mí y a mi bebé”.
Esta prueba especialmente dura provocó que Naidelitn, junto a su hijo y esposo, decidiera regresar y tomar otro camino, con la ayuda de un “pollero” quien cobró 80 dólares, por cada uno para cruzarlos, en caballos, en dos días. “No le deseo a nadie tener la necesidad de cruzar esa selva”.
Una vez en Panamá, siguieron avanzando a pie y en camiones donde se podía.
Al llegar a México recuerda con tristeza la noche que tuvo que dormir en el piso de la Terminal de Autobuses de Pasajeros Oriente (TAPO), donde guardias de seguridad la amenazaron con llevarla ante un juez por pedir dinero, mientras les tomaban fotos y videos implorando que no los regresan a Ecuador.
Los mismos guardias los canalizaron al refugio Casa Fuente, donde les ofrecieron una cama y comida por algunos días. Naidelitn dice que seguirá avanzando hacia Estados Unidos con el sueño de mejorar su calidad de vida: “trabajar mucho y ahorrar todo para regresar a mi país”.
Sin agua
Angélica Maíz, originaria de Venezuela, enfrentó la misma selva con dos hijos de 6 y 9 años, caminando hasta llegar a la deshidratación.
“Yo veía a amigos que cruzaron y me decían que no lo hiciera, pero me enojaba; ‘si ellos pudieron ¿por qué yo no?’ Hoy que ya lo hice, veo que sí, todos pueden cruzar, pero a nadie se lo recomendaría o se los deseo, pero no hay de otra porque en mi país no hay comida”, dice Angélica mientras mira sus zapatos que muestran el paso del tiempo y los kilómetros.
“Con ellos llegué aquí, pero caminé tanto que ya no me quedaban, los traía como huaraches con los talones de fuera de lo hinchados que traía los pies”, cuenta la mujer de 32 años.
Por sus pequeños su avance por el Darién tuvo que ser lento.
“Ellos (los otros viajeros) quieren llegar pronto, pero con niños uno va más lento, a veces se tiene que quedar más tiempo en un lugar porque se sienten mal o tienen hambre o no están acostumbrados a caminar tanto”, comenta mientras sus hijos juegan en la esquina de una habitación, en el refugio Casa Fuente.
La niña menor permanece acostada, en la cama de abajo, de una de las cuatro literas que hay en la habitación del refugio, mismo lugar en el que otras cuatro familias duermen. Durante el viaje la menor sufrió de una grave deshidratación, lo que preocupa a Angélica, porque a pesar de llevar varios días en México, la niña aún no se recupera.
Cuando la familia de Angélica logró llegar a Panamá tomó un camión para avanzar. Al llegar a México tuvieron que dormir en la calle y pedir dinero, pero se encontraron con personas que los llevaron al refugio.
“Quiero trabajar, ayudar a mi mamá, a mi familia, pues todos se quedaron allá; si quisiera regresar un día a mi país, pero hasta que mejore todo”, asegura.
Cruce fácil, “un milagro”
Lucy Torres vivía en la comunidad de Antioquia, Colombia. Un mal día grupos de la delincuencia organizada le quitaron su hogar lo que la obligó a huir en búsqueda de mejores oportunidades.
Con 23 años Lucy recuerda con mucha amargura cuando los grupos armados comenzaron a llegar y cómo su comunidad se comenzó a convertir en un lugar violento e inseguro, hasta que tomaron por la fuerza la casa donde vivía con su esposo e hijo de nueve años.
El 27 de junio de este 2023, los tres emprendieron el viaje con rumbo a Estados Unidos.
Lucy también tuvo que cruzar la selva, pero para ella no fue “tan rudo”; la cruzó en apenas dos días y medio, sin ayuda y solos, pues salieron sin un grupo de personas. Su hijo está sano. Un viaje tan afortunado, dice, no tiene otra razón mas que “un milagro”.
“Tú crees que porque alguien más lo hizo es fácil, pero no, yo ya lo hice y no deseo que nadie más pase por eso, es un miedo, los animales, los grupos armados, otros maleantes que andan por ahí”, cuenta Lucy aunque se niega a ahondar en detalles. Al salir de la selva llegaron a las instalaciones de la ONU en Panamá, quienes los ayudaron para seguir con su camino.
Desde que salieron de Colombia, su esposo ha estado trabajando en lo que pueda “hace trabajitos de luz, pintar, lo que sea, lo que agarre”, para solventar sus gatos, comprar comida, toallas sanitarias, y todo lo que ocupan.
Sin embargo, también les ha tocado pedir dinero en la calle. Desde hace más de 20 días que llegaron a la Ciudad de México están refugiándose en Casa Fuente, al que llegaron caminando desde la Central de Autobuses del Sur.
Lucy espera trabajar para regresar a Colombia, “trabajar en lo que sea, de lo que haya. Allá (en Estados Unidos) nada es tuyo, no es tu país, te agarra la migra y te traen de regreso con las manos vacías, por eso hay que trabajar y todo mandarlo a tu país: le voy a mandar a mi mamá para que me compre mi casa y para que a ella no le falta nada, pero primero dios, voy a regresar a Colombia”, dice muy animada.
Al momento, las tres mujeres junto a sus familias han solicitado refugio en México, a la espera de que Estados Unidos haga lo mismo. Aseguran que con esto solo tomarían un camión con rumbo a la Unión Americana y ahí las recibirá migración para darles el paso al país. Debido a que las tres tienen hijos, esperan que se los den lo más pronto posible, pues han escuchado que con niños “es más fácil”.
La Selva de Darién
La selva de Darién, también conocida como el “Tapón del Darién”, se trata de una zona que conecta Sudamérica con Centroamérica, situada entre los territorios de Colombia y Panamá. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) declaró que más de 100,000 personas cruzaron la jungla en los primeros cuatro meses de 2023, seis veces más que en el mismo período del año anterior.
Esta selva tiene 5,000 kilómetros cuadrados de bosques tropicales, montañas escarpadas y ríos, y según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, es un tramo estratégico para muchos migrantes sudamericanos para llegar a Estados Unidos.
En 2022, la OIM, comunicó que en ese año, del total de las personas que cruzaron esta área, cerca del 28% eran mujeres y un 72% eran hombres, en tanto que el 16% lo representaron niños, niñas y adolescentes. El año pasado, por lo menos 36 personas perdieron la vida en la Selva del Darién.
Quienes pasan por aquí son vulnerables a temperaturas de hasta 35º C, deshidratación, enfermedades (como el dengue y la malaria), ataques de animales salvajes y ahogamientos en los rápidos de los ríos. Sin embargo, estos no son los únicos peligros, pues también se volvió un punto estrategico para grupos armados conocidos por cometer actos de violencia, como abusos sexuales, robos y trata de personas.
Vulnerabilidad
Las tres mujeres se encontraron en Casa Refugio Fuente, el cual se ha convertido en el hogar provisional de cientos de mujeres y niñas migrantes que transitan por la Ciudad de México, provenientes de diferentes partes de Latinoamérica y el mundo.
La fundadora y directora, Beatriz Fuentes, comenzó en 2012 con un refugio para mujeres y niñas víctimas de violencia, sin embargo, poco a poco se fueron acercando mujeres migrantes al refugio. En un inicio, la casa tenía capacidad para 30 personas, sin embargo, durante la pandemia el hospedaje creció hasta las 90 personas.
Beatriz asegura que esto es porque no hay infraestructura para que las mujeres migren, porque anteriormente solo lo hacían los hombres, pero “desde 2019 ha aumentado la cantidad de las mujeres migrantes, por la cantidad de mujeres que pasan por aquí”.
Añade que las nuevas formas de migrar la obligaron a aceptar a familias enteras “por ejemplo, en la pandemia éramos el único refugio que se mantuvo abierto y ahí llegaban familias enteras, ni modo de separarlos, en una ciudad que no conocen”.
Martha García, socióloga especializada en mujeres migrantes de EcoSur, remarca que se ha incrementado un 26% el flujo de mujeres migrantes en la última década, lo que significa el 48.1% del total.
La experta afirma que aún no se reconoce a la mujer migrante como un agente social, político o económico, dentro de las políticas migratorias, lo que las pone en “extrema vulnerabilidad”.