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Arte e Ideas

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El principal violentador de derechos lingüísticos es el Estado: Yásnaya Elena Aguilar

Para la lingüista, escritora y activista mixe es de llamar la atención la captura del término “cultura comunitaria” desde el Estado, dado que la lógica de lo comunitario en esencia debe ser opuesta.

Entrevista con Yásnaya Elena Aguilar Gil, lingüista y escritora

De Yásnaya Elena Aguilar Gil se habla en los círculos de amigos y en los académicos. Se ha convertido en una líder de opinión en cualquier formato. Es generosa y activa cuando se trata de sumar a la conversación. No hay manera de que cualquier tema que comparta no se convierta en un tópico. Lo mismo es una de las invitadas favoritas del Hay Festival y del FIC UNAM que de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca y de Ambulante.

Su opinión pesa, su opinión enriquece, siempre brillante y novedosa. Con esa voz calma, abrazadora y abrasadora, que rebosa en argumentos que conmueven, a veces calan y otras incitan y revolucionan, hace activismo feminista, se suma a la lucha por el agua, a la incansable pugna contra el ejercicio patriarcal hacia los pueblos indígenas; con la prosa que brota de sí como artilugio de la brillantez para cualquiera de sus acepciones.

El Economista conversó con la lingüista, escritora, traductora y activista mixe a propósito de su participación en el foro Comunidades culturales en resistencia, organizado por la Cátedra Internacional Inés Amor en Gestión Cultural, donde fue responsable de replicar la conferencia magistral del investigador Jaron Rowan titulada “Derechos y democracia a través de la participación cultural”, que, más que conferencia, se convirtió en una conversación de estímulos recíprocos sobre el rol histórico del Estado como ente “civilizador” y su idea de cultura estandarizada, así como sobre la necesidad de generar colectivos, comunidades antagónicas que mantengan la tensión entre la cultura oficial y la disidencia.

—Durante la conferencia conversaban sobre la necesidad de generar cultura desde las comunidades que no comulgan con el Estado como generadoras de tensión. Pero el tiempo limitado dejó las ganas de saber más sobre el tema. ¿Podrías ampliarlo?

No es que se esté en contra de las autoridades. Diciéndolo así suena un poco personal. Más bien son dos tipos de lógicas muy diferentes. Por un lado es la manera cotidiana y colectiva de hacer cultura, que creo que es la única forma. En realidad, no es que el Estado haga cultura, lo que pasa es que tiene un entramado y usa los impuestos para subsidiar cierto tipo de manifestaciones culturales. En ese sentido, el tipo de cultura que ofrece está enmarcado en un tipo de valores e ideas que no siempre van a ser compatibles con la cultura que como sociedades humanas producimos y vivimos. Ahí está la tensión. Son lógicas contrapuestas, más que hablar de que se está en contra de las autoridades.

Contextualizabas que históricamente, al menos en nuestro país, movimientos como el Muralismo mexicano reforzaron la idea de nación y mestizaje para unificar una identidad nacional que coartó aún más la diversidad cultural.

En general el nacionalismo trata de inculcar la idea de que solo hay una cultura mexicana. Para hacerlo va tomando elementos desde los diferentes pueblos o manifestaciones culturales para mezclarlos. Agarras un poco de mariachi, la idea de la china poblana por acá; tomas la chochinita pibil. Vas tomando elementos y creas una mezcla. Pareciera que la salvación sería que todo formara parte de eso. Y no es que las margine. Yo creo que más bien se las apropia indebidamente e invisibiliza otras manifestaciones culturales.

—EE: ¿Somos producto de nuestros procesos históricos, seguimos atrapados en la noción revolucionaria, un país que no cuaja?

Yásnaya: Yo creo que está bastante cuajado en el sentido de que el nacionalismo ha sido bastante exitoso en crear la idea de la homogeneidad, pero ocultando la diversidad y, en muchos, casos, después de la Revolución, con esta idea integracionista que borra otras identidades. Y es una lógica muy aplastante, bastante cuajada.

—¿De qué manera se puede accionar una transformación del Estado desde los artistas, los colectivos y otros actores? Durante la conversación con Rowan planteabas una transformación desde lo local, con la generación de “archipiélagos” que van carcomiendo la megaestructura estatal.

La idea de archipiélagos la plantea Gladys Tzul, una politóloga k’iche’. Lo retomo de ella porque creo que toda sociedad humana necesita de las manifestaciones estéticas y, por lo tanto, recrea y va creando lo cultural, independientemente del Estado. La cultura popular lo evidencia. No se puede vivir sin cultura. Esté o no el Estado, las manifestaciones artísticas, estéticas, son parte de las necesidades humanas. Es parte de los rituales. El Estado lo único que ha hecho es creer que puede tener un control sobre eso o legitimar ciertas manifestaciones y otras no. En ciertos sectores se cree que no se puede hacer cultura si no hay incentivos del Estado. La pregunta es a qué tipo de cultura se le da apoyo y cómo se usa el dinero público.

—¿Cuál es tu opinión sobre las políticas culturales de la actual administración?

En el caso de las lenguas indígenas no veo un cambio radical todavía y no sé si vaya a suceder. Me llaman la atención las consecuencias que puede tener la captura del término “cultura comunitaria” desde el Estado, cuando lo comunitario esencialmente está en la lógica contraria.

—¿Consideras que programas como Cultura Comunitaria están tomando las vías correctas para la inclusión de los pueblos indígenas?

Creo que nuestro problema cuando hablamos de los pueblos indígenas ha sido el afán de incluir. El Estado no puede crear cultura, porque es un ente que por definición no lo hace; más bien, lo que tiene que hacer desde su lógica es garantizar el acceso y usar el dinero público para impulsar y dar elementos.

—¿Es a partir de una emancipación de una parte de la cultura, que se vuelva sustentable, que puedan generarse nuevos contrapesos?

La gran parte de las manifestaciones culturales ya están emancipadas. Por ejemplo, las manifestaciones culturales de mi comunidad no dependen del Estado. Están ahí porque son socialmente importantes. En general, si vemos la definición de cultura mucho más amplia: los rituales, los sonideros, los fandangos, todo lo que hace comunidad y no solo la noción estrecha de lo que es la cultura; si no miramos solamente la definición estrecha de la cultura occidental o nacionalista, creo que la mayor parte está enmancipada. Más bien, hay una pequeña comunidad artística que es la que depende del Estado y una idea sobre las bellas artes o las artes, digamos, desde Occidente, que está bastante más controlada por el Estado, como el ballet, las orquestas sinfónicas, etcétera. Con el dinero público se corre el riesgo de que el Estado se convierta en el ente validador de quién es un buen artista y quién no, de qué es arte y qué no. Esto también entraña sus problemas.

—¿Qué hay de la Declaración de los Pinos (Chapoltepek) para el establecimiento de los objetivos de cara al Decenio de Acciones para las Lenguas Indígenas 2022-2032?

El decenio puede implicar la disposición de más recursos y la articulación de otras luchas. El asunto es que, antes de pensar en las acciones, hay que pensar en lo que el Estado debe dejar de hacer para que deje de ahorcar a las lenguas, porque hay una participación: no es que el Estado no esté haciendo nada y las pobres lenguas estén muriendo sino que este hace para matarlas. No es posible que no haya intérpretes y traductores garantizados para enfrentar un proceso penal en el sistema judicial, que no se esté garantizando realmente una educación en la que las lenguas sean importantes. El sistema de salud no tiene intérpretes, está muy lejos de la situación ideal. Entonces, el principal violentador de los derechos lingüísticos es el Estado. Más que pedirle que haga es pedirle, por favor, que no haga todo lo que debe dejar de hacer. Eso es lo más urgente.

—¿Y la medida inmediata que el Estado tendría que hacer o dejar de hacer para tomar acción adecuada en favor de las lenguas y variantes en riesgo?

Uno, dejar de violentar los derechos lingüísticos: el Estado necesita hacer una revisión de su actuar, porque está violentando derechos lingüísticos que tienen su propio marco legal. Lo otro es que una vez que haya hecho eso: aplicar los estándares de la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas. México suscribe todo, el problema es que luego no lo cumple.

—¿Quién es Yásnaya Elena Aguilar Gil?

Yásnaya Elena Aguilar Gil (Ayutla Mixe, Oaxaca, 1981) forma parte del Colmix, un colectivo de jóvenes mixes que realiza actividades de investigación y difusión de la lengua, historia y cultura mixe. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas y cursó la Maestría en Lingüística en la UNAM. Ha colaborado en diversos proyectos sobre divulgación de la diversidad lingüística, desarrollo de contenidos gramaticales para materiales educativos en lenguas indígenas y proyectos de documentación y atención a lenguas en riesgo de desaparición. Se ha involucrado en el desarrollo de material escrito en mixe y en la creación de lectores mixehablantes y otras lenguas indígenas. Se ha involucrado en el activismo para la defensa de los derechos lingüísticos de los hablantes de lenguas indígenas, en el uso de las lenguas indígenas en el mundo virtual y en la traducción literaria.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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