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Performance de París “fue un manifiesto a la diversidad y a la convivencia”
“Quien se ofende no sabe jugar, no sabe convivir”; dice el escritor Alberto Ruy Sánchez, frente a las críticas “fundamentalistas”; “el triunfo del trumpismo y el avance de Le Pen en Francia han dado ciertas licencias a los racistas y a los homofóbicos para presentar sus posturas como aceptables”, completa el sociólogo David Foust Rodríguez.
A diez días de la inauguración de los Juegos Olímpicos, la lluvia de críticas contra París por las escenas en el Pont de l'Alma no cesan. El pasado viernes, el director artístico Thomas Jolly, creador del performance Diversité, en el que recrea una pintura del siglo XVII –“El festín de los dioses”–, y que muchos relacionaron con la “Última Cena”, de Da Vinci, denunció amenazas de muerte.
Y este sábado, el Vaticano rompió el silencio y se sumó a la condena hacia lo que llamó “ofensa causada a muchos cristianos y creyentes de otras religiones”.
"La Santa Sede, entristecida por algunas escenas de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París, no puede sino unirse a las voces que se han alzado en los últimos días para deplorar la ofensa causada a muchos cristianos y creyentes de otras religiones", indicó el Vaticano en un comunicado en español difundido por la página web Vatican News.
El documento no cita las escenas ni menciona por su nombre “a las voces” que las han criticado, pero entre ellas figuran organizaciones católicas, la conferencia episcopal francesa, el candidato republicano estadounidense Donald Trump, y hasta el ayatolá Ali Jamenei, supremo líder de Irán, y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, de filiación islámica, que han manifestado su inconformidad con el pasaje “Festividad” (Diversité) de la ceremonia inaugural.
En opinión del escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2017 en Lingüística y Literatura, habitante en París durante casi diez años, “se trató de un juego y quien se ofende no sabe jugar, no sabe convivir, (porque) lo que vimos fue un manifiesto a favor de la convivencia”.
Detalla que, “para empezar, hay algo esencial a la cultura francesa, que es un sentido del humor muy agudo, irreverente, en el sentido de burlarse de la autoridad, de lo que se considera sagrado e intocable; retomaron el origen de la palabra ‘juego’, –son los Juegos Olímpicos–, e hicieron de toda la ceremonia un acto antisolemne, un juego”, añade Ruy Sánchez.
El autor, distinguido con la Orden de las Artes y las Letras, por el Gobierno de Francia, señala que toda la puesta en escena está plagada de referencias lúdicas a la historia, la literatura y la cultura francesas, desde María Antonieta, personaje crucial de la Revolución; Juana de Arco, las pinturas del Museo del Louvre –el famoso “La Liberté guidant le peuple”, de Eugène Delacroix–, La Ópera de París; "Los miserables", de Víctor Hugo; hasta los videojuegos y Los Minions.
“Por ejemplo, el personaje encapuchado que lleva la antorcha a través de las azoteas de París es un personaje de ficción sacado de un videojuego canadiense (Arno Dorian), que está ambientado en la Revolución Francesa y, como es espadachín, lleva una careta de esgrima, que además es uno de los deportes olímpicos”, refiere el escritor.
“Y este personaje, por donde pasa, va desencadenando algo completamente fantasioso y burlón; la gente desecha la escena donde entra al Louvre, y los personajes de las pinturas se animan y salen de los cuadros y corren hacia la ventana para ver lo que está ocurriendo en el Sena. Todo es juego, todo es burla, y eso es muy, muy francés”, abunda Ruy Sánchez.
Añade que otra característica es que en el humor francés todo funciona a un segundo nivel, es decir, “en la cultura francesa cuando tú te burlas de algo no te estás burlando literalmente, sino que lo haces en un segundo nivel, es parodia. En la cultura angloamericana, que ha dominado las ceremonias de los Juegos Olímpicos, todo es muy solemne, y todo funciona en un primer nivel; en el caso de los ingleses, ellos tienen el wit (cargado de sarcasmo e ironía) pero los gringos no; los ingleses metieron a James Bond y a la reina la subieron a un helicóptero y la tiraron de un paracaídas”.
“Entonces, la referencia al realismo no es literal. Cuando tú ves esta levísima referencia a un cuadro francés (‘El festín de los dioses’, del pintor neerlandés Jan Van Bijlert, siglo XVII) de la época jacobina –otra referencia a la Revolución Francesa–, que hace una parodia de la “Última Cena”, donde el centro no es Cristo sino Apolo, entonces es un doble juego que hace alusión a una época histórica y al triunfo del laicismo y al origen de los Juegos Olímpicos.
“Quien se ofende ve las cosas de manera literal, y lo literal es lo fundamentalista, en cualquier religión. Los franceses son católicos, pero al mismo tiempo creen en los valores laicos de la República, y también de eso se burla levemente, y toda burla se convierte en un homenaje”, explica.
“Esto habla de una gran diversidad que ya está muy arraigada en París, donde si tú vas en el Metro ves negros, blancos, árabes, mulatos, latinos, católicos, musulmanes, judíos, ateos, es un mestizaje cultural más a la manera latina que a la anglosajona. Y eso está presente en la ceremonia de los Juegos Olímpicos, y ese mestizaje implica también la presencia de las diversidades sexuales como parte de la existencia, eso también es muy francés”, abunda.
¿La verdad la establece el poder?
Alberto Ruy Sánchez pone como ejemplo la escena de la biblioteca donde una joven le coquetea a un joven de origen africano, y se intercambian libros, “son libros de gran intensidad amorosa –en la Ciudad del Amor–, algunos son clásicos y otros son contemporáneos, uno de ellos es de una escritora marroquí; lo que te está diciendo es que la lectura les está hablando de lo que ellos están viviendo, y luego hay un chico abiertamente homosexual que le coquetea al joven africano, obviamente muy francés, y se van los tres juntos a lo que suponemos que será una escena amorosa, o no, porque cierran la puerta, entonces imagínate lo que le choca esto a los fundamentalistas trumpistas, que son la gente más promiscua que puede haber, que en lugar de una exaltación nacionalista y solemne, haya esto. Por supuesto que les tiene que chocar. El mismo hecho de que salga del estadio y que tenga no solo una dimensión sino muchas dimensiones”.
Para concluir, el autor de obras reconocidas como “Quinteto de Mogador” y “El expediente Anna Ajmátova”, reflexiona: “Vivimos en el mundo lo que Hannah Arendt llamaba la necesidad populista de la mentira, que es crear una mitología, ‘lo que el poder diga’, ¿la verdad la establece el poder?, es lo que estamos viviendo, y esta ceremonia de los juegos olímpicos, si en el origen hay una idea de paz y de convivencia, restablece la duda a través de la ironía. Lo que vimos fue un espectáculo de ironía que restablece la posibilidad de convivir y el que se ofenda es porque no sabe convivir, no sabe jugar”.
“La ceremonia, toda, fue una gran vacuna contra la solemnidad del autoritarismo y del fundamentalismo autocrático”.
Homófobos y racistas salen del clóset
Por su parte, el investigador David Foust Rodríguez, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara, miembro del SNI nivel I, y profesor en el ITESO, apunta que, a partir del triunfo de Donald Trump en 2016, el discurso antiderechos se ha venido globalizando y ha polarizado las conversaciones, particularmente ha socavado los principios de la Revolución Francesa donde radica el origen del laicismo y los derechos humanos universales. Eso, como consecuencia, ha exacerbado la tentación a volver al antiguo régimen y cada vez con mayor descaro.
“El triunfo del trumpismo y el avance de (Marine) Le Pen en Francia han dado ciertas licencias a los racistas y a los homofóbicos para presentar sus posturas como aceptables, bajo el discurso de la libertad de expresión y de que todos tenemos derecho a nuestra opinión. Toda esta epistemología de la posverdad y de la falta de apego al positum, al dato como tal, nos ha llevado al asunto de que la homofobia o el racismo ya no es algo criticable y censurable, sino que es una opinión, y encima debemos respetarla. Han encontrado nuevos mecanismos para validarse, para justificarse, para salir del clóset, y ahora pueden ser racistas y homofóbicos abiertamente, paradójicamente amparados en las banderas progresistas”.
Foust Rodríguez, miembro de la Red de Investigación en Emociones y Afectos desde las Ciencias Sociales y las Humanidades (Renisce), aporta un dato, a partir de la reflexión que han hecho los teólogos del Jesus Seminar, Marcus Borg y John Dominique Crossan, para entender, desde la matriz religiosa, la reacción o la lectura que muchos hicieron ante la supuesta representación de la Última Cena en clave queer, origen del escándalo en estos días.
“Hay un dato subversivo en el fondo de esa representación –y de su lectura– que nos remite al Evangelio. El dato es que un grupo de marginados proclamaron a un carpintero de una localidad pesquera periférica con el mismo estatus que el emperador romano, o sea, ‘un cualquiera es el emperador del universo'. Independientemente de lo tú creas, el dato subversivo es que esas personas dijeron eso, y se tenía que decir en clave de Hijo de Dios, porque así se hablaba también del emperador; traducido esto al lenguaje de nuestro tiempo, lo que quiere decir es que todas las personas tenemos la misma dignidad y todos los derechos. Eso es lo que escandaliza”.
Añade: “La idea que tienen algunos grupos religiosos acerca de Jesús de Nazaret es tan cerrada, que entonces como se encarnó en hombre y no en mujer, y mucho menos en homosexual, entonces, extendiendo esa concepción, tampoco los negros ni los indios están representados en la persona de Jesús”.
Y profundiza en la reflexión: “Por eso les hace mucho ruido que en esa representación que ellos consideran que es la Última Cena estén incluidas todas esas personas que no aparecen en el texto sagrado. Pero hay que entender, en principio, que ese pasaje del Evangelio se escribió más de cien años después de la muerte y resurrección de Jesús, a partir de la tradición oral y de la predicación de los apóstoles varones, porque la mujer no podía hablar en público y había muchas restricciones para ellas, pero en esa cena seguramente hubo mujeres, y adúlteras, y ladrones, traidores, colaboracionistas con el imperio romano, y negros o samaritanos, que eran un pueblo discriminado; o sea, todos ellos tenían en común que eran gente indeseable, pero eran los amigos de Jesús, con los que él se juntaba y a quienes dirigió prioritariamente su mensaje. Y el mensaje es que el banquete es para todos. Tener una concepción contraria a eso, rompe con el paradigma cristiano”.
Codificar lo sagrado
El doctor Foust acude también a una idea desarrollada por el jesuita y teólogo francés Joseph Moingt para explicar por qué escandaliza tanto representar a Jesucristo fuera de la ortodoxia y “desacralizarlo”.
“A los sectores conservadores les interesa codificar lo sagrado de tal forma que se vuelva inaccesible y quede todo fuera, es decir, Dios es tan otro, tan no tú, que no lo puedes tocar, y despojan a Jesús de su condición humana (docetismo) pero Jesús, al proclamarse Hijo de Dios, nos equipara a todos a esa dignidad, y lo dice claramente el Evangelio de San Juan; y cuando Mateo narra la muerte de Jesús y dice ‘El velo del templo se rasgó en dos’, significa que todos entramos, se acabó ese asunto que nos hacía indignos de acceder a Dios, que nos dividía, que nos separaba, que nos marginaba, que nos decía ‘tú no eres digno’, ‘tú no eres hijo de Dios’. En última instancia, lo que eso quiere decir, y es muy difícil de procesar, es que todos somos Dios”.
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