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¿Por qué muchos sienten la pérdida de Matthew Perry como si fuera un amigo íntimo?
En junio de 2009, la muerte de Michael Jackson conmocionó al mundo. Su funeral, celebrado en el Staples Center de Los Ángeles, atrajo a miles de personas, y la transmisión en vivo del evento fue seguida por millones en todo el mundo. En 1997, miles de personas se congregaron para rendir homenaje a la Princesa Diana en su funeral y a lo largo de su procesión fúnebre.
Este mismo fenómeno se ha repetido con figuras como John Lennon, Nelson Mandela, Elvis Presley y muchas otras celebridades. Realizando un breve ejercicio de memoria, es probable que recordemos alguna ocasión en la que la muerte de una persona famosa nos haya impactado.
¿Por qué nos sentimos cerca de los famosos?
Es posible que nos hayamos preguntado por qué nos sentimos tan profundamente conectados con alguien a quien no conocemos en persona. Desde una perspectiva psicológica, podemos plantear varias hipótesis para comprender esta cuestión.
Una primera explicación se encuentra en la conexión social y la parasocialidad. La parasocialidad se refiere a la relación unilateral que una persona puede establecer con una celebridad a través de los medios de comunicación. En las últimas décadas, las barreras que antes nos separaban de saber más sobre la vida de nuestros famosos favoritos han disminuido.
El uso de las redes sociales y la posibilidad de acceder a información de “primera mano” a través de sus cuentas personales en internet nos hace sentir más cercanos a estas figuras públicas. Incluso cuando vemos una foto mal tomada por un paparazzi en un momento privado o nos enteramos de sus problemas familiares o divorcios, experimentamos una mayor sensación de cercanía. Esto nos lleva aterrizar la idea de que estas celebridades son seres humanos como nosotros.
Además, cuando muchas personas comparten esta sensación de cercanía, la muerte de una celebridad puede desencadenar un “efecto de contagio emocional”, en el que las emociones y estados emocionales de otras personas influyen en los nuestros.
Esta conexión emocional valida la importancia que esta celebridad tenía en nuestras vidas y nos acerca a quienes también están experimentando la pérdida. Adicionalmente, esta conexión también se basa en conexiones culturales compartidas.
Las celebridades a menudo representan valores, momentos o logros que son culturalmente significativos. Su influencia trasciende lo personal y se convierte en parte de la cultura colectiva. La pérdida de una figura culturalmente significativa nos confronta con una sensación de pérdida compartida y un recordatorio de la mortalidad en un contexto cultural más amplio.
Identificación y proyección
No solo sentimos una cercanía superficial basada en la información de primera mano sobre estas celebridades, sino que estas figuras públicas a menudo se convierten en modelos a seguir, como señalaría el psicólogo Albert Bandura.
Esta perspectiva sugiere que las personas suelen identificarse con estas personalidades, proyectando en ellos sus propios deseos, aspiraciones y emociones. Cuando una celebridad fallece, esa identificación y proyección pueden provocar un dolor que se asemeja al que sentiríamos ante la pérdida de un conocido, generando un sentimiento genuino de tristeza.
Además, al evocar nuestros propios recuerdos personales, nos damos cuenta de que estas celebridades han dejado una marca en nuestras vidas. Nuestra propia línea de tiempo está entrelazada con los momentos que compartimos con estas figuras públicas, ya sea a través de la serie que protagonizaron, los conciertos a los que deseábamos asistir o los eventos personales que hemos asociado a ellos.
Su vida se convierte en un espejo de nuestro propio crecimiento, nuestras experiencias, las alegrías y las dificultades que hemos enfrentado. La muerte de alguien a quien consideramos cercano y un modelo a seguir nos confronta con nuestra propia mortalidad y nos hace reflexionar sobre la fragilidad de la vida.
En este proceso, las conexiones culturales y compartidas desempeñan un papel importante. Estas celebridades no solo son iconos individuales, sino también representan un tejido cultural que une a personas de diferentes orígenes y experiencias. Sus obras y logros se convierten en parte de un legado cultural compartido que une a personas de todo el mundo.
¿Y por qué no conecto igual con otras tragedias?
¿Por qué siento una tristeza profunda por la pérdida de esta celebridad, pero no logro conectarme de la misma manera con otras tragedias?
Es innegable que la muerte de una figura famosa puede ejercer un impacto significativo en la cultura y la sociedad en general. Sin embargo, nos enfrentamos a menudo al dilema de sentir tristeza por la pérdida de una única figura famosa mientras parecemos incapaces de experimentar el mismo nivel de conexión con las numerosas personas que mueren a diario debido a conflictos y tragedias alrededor del mundo.
Esto no implica, necesariamente, que no nos importen estos otros eventos ni que seamos incapaces de discernir su importancia y relevancia en términos sociales e históricos.
La clave radica en que la muerte de una celebridad a la que nos sentimos cercanos de alguna manera trasciende las barreras de la distancia. Esta cercanía puede deberse a que compartimos conexiones culturales y experiencias compartidas con esa persona, lo que refuerza nuestra identificación y empatía hacia ella. Cuando un icono famoso fallece, ese sentimiento de pérdida puede experimentarse de manera intensa y sincera.
En contraste, eventos dolorosos de mayor escala, como conflictos internacionales y tragedias humanitarias, pueden parecer abrumadores. La evitación emocional es una respuesta natural a tales tragedias, una forma de protegernos de la angustia abrumadora que experimentaríamos si nos sumergiéramos por completo en ellas.
La constante exposición a través de los medios de comunicación a noticias trágicas a nivel global puede llevar a la fatiga emocional y a la desensibilización, lo que dificulta conectar emocionalmente con todas estas situaciones desgarradoras.
Aun así, es fundamental destacar a aquellas personas que encuentran formas constructivas de canalizar sus emociones a través del activismo o el apoyo a organizaciones benéficas que trabajan en áreas afectadas por tragedias.
Esto les brinda la oportunidad de tomar medidas concretas y sentir que están contribuyendo de alguna manera a abordar estos problemas, lo que puede ayudar a aliviar la sensación de impotencia que a menudo experimentamos frente a estas realidades abrumadoras.
Sensación de impotencia
La impotencia es un sentimiento común cuando nos enfrentamos a tragedias masivas, esa frustración y desesperanza de que en nuestras manos no está la solución. Nos sentimos incapaces de hacer una diferencia significativa, lo que puede llevar a una desconexión emocional como mecanismo de afrontamiento.
Sin embargo, este sentimiento también se origina en nuestra conexión cultural compartida, donde nos vemos reflejados en las limitaciones de la humanidad en general.
Por ende, aunque seamos conscientes de estas crudas realidades, solemos abordar el dolor desde un enfoque personal y profundo. Al no contar con los medios necesarios para enfrentar estas complejidades a gran escala, tendemos a enfocarnos en aspectos de nuestra vida más íntimos y significativos.
Un ejemplo de esto puede ser la partida de Matthew Perry, un actor que encarnó durante muchos años a Chandler Bing, uno de los protagonistas de la popular serie Friends. Este personaje, con el que compartimos risas y de quien extraemos valiosas lecciones sobre el amor y la amistad, nos recuerda por estos días la proximidad de nuestra propia mortalidad.
Mónica Pachón-Basallo, Doctora en educación y psicología, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.