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Repensar el patrimonio más allá del objeto inamovible e indubitable

Para el etnólogo Carlos Hernández Dávila, participante en la mesa “¿De qué hablamos cuando hablamos de patrimonio?”, del último día de actividades del XXXIV Coloquio Internacional “Por una gestión crítica de la cultura. La gestión como producción”, es un error pensar el patrimonio como rentable e invariable.

gptphoto@mac.com

“El patrimonio como categoría política, es decir, vinculado a una serie de valores jerarquizados en torno al Estado, está unido a concepciones teóricas que provienen del mundo de la Ilustración, como la identidad del Estado-nación o la memoria histórica (...) Uno de los grandes inventos de la modernidad, junto con el sujeto y el Estado-nación, es la noción de una suerte de patrimonio memorioso, políticamente utilizable, rentable, reeditable, pero del cual se espera que en el fondo no varíe, no tenga ningún tipo de alteración”.

Con estas palabras, el etnólogo Carlos Hernández Dávila, doctor en Antropología Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), inició la mesa “¿De qué hablamos cuando hablamos de patrimonio?”, que interpeló Andrés Gordillo, coordinador del área de Historia e historiografía del 17, Instituto de Estudios Críticos, en la jornada de cierre del XXXIV Coloquio Internacional “Por una gestión crítica de la cultura. La gestión como pro-ducción”, que tuvo sede en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco.

Hernández Dávila sugirió hacer una variación del título de la mesa para centrarse en el que llamó el “patrimonio conflictivo”, aquel que está vivo, es latente y, por tanto, contra lo que puede esperarse de aquello que se clasifica como patrimonio, está en su naturaleza ser alterado e incluso ser olvidado.

Para indagar en lo propuesto, el ponente planteó cambiar la concepción de patrimonio como una categoría política y pensarlo como una categoría cosmopolítica, es decir:

“¿Qué sucede cuando el patrimonio deja de ser un sistema ordenado, coleccionable, museable, conservable, transmisible y heredable de objetos, para empezar a pensarlos como sujetos gobernados bajo un sistema de memorias que no necesariamente buscan la conservación?”.

El patrimonio que está vivo

Para precisar lo anterior, el etnólogo abundó en ejemplos sobre ceremonias vivas en distintas comunidades del país que son un patrimonio imposible de poner en cautiverio, ser contenido para su observación en una sala de exposiciones y mucho menos puede ser preservado como un elemento pétreo, puesto que estas celebraciones están en constante cambio, actualización y las interpelan elementos como la tecnología y la iconografía que envuelven a los sujetos responsables de su rito.

Relató que en pueblos como Pahuatlán, Puebla, el 60% de la población masculina ha emigrado a Estados Unidos, pero su presencia, pese a la distancia, es relevante durante las grandes celebraciones de la comunidad, como la Fiesta de las Semillas, que sucede cada 24 de diciembre. En esta ceremonia, relató el etnólogo, “los migrantes que no están son representados generalmente por sus esposas o sus padres, que llegan o bien con una moda de ropa que fue enviada vía DHL una semana antes y que no se lavó, porque debe estar sudada, o bien con una fotografía impresa o con la persona en vivo en Facebook Live, esperando la bendición”.

Por esto, Hernández Dávila sostuvo que “hay sociedades donde la memoria no es un problema de conservación” y es necesario repensar la noción del patrimonio que tiende a ofrecerse como un estandarte de nacionalismo, a generalizarse, cuando los únicos titulares de esta manera patrimonial viva son una población de la que el resto de la nación es ajeno.

“El gran problema es que el patrimonio también pareciera ser un asunto perfectamente inamovible, incuestionable, indubitable. En el Museo de Quai Branly, por ejemplo, hay grandes debates para que máscaras, que son consideradas como personas por culturas africanas, sean sacadas de la asfixia de la vitrina y sean devueltas a las comunidades. El hecho de que haya máscaras vivas en un museo, es como un zoológico humano, es intolerable para mucha gente”, explicó el etnólogo entre sus varios ejemplos.

Gestionar las (des) memorias

Como colofón, el ponente opinó que el reconocimiento de la alteridad debe ir más allá de un esfuerzo folclórico, dado que no se trata de hacer solamente arqueología de los objetos sino de los sujetos.

Pero para ello hay criterios de estudio del patrimonio que deben transformarse, como que “entre los archivistas profesionales, los coleccionistas o conservadores, hay una obsesión neurótica por el orden”. En cambio, dijo, en comunidades con un patrimonio vivo “la clasificación no tiene un principio de neurosis, porque no reconoce jerarquía o principio de error”.

Y opinó: “si quieres que algo se muera, déjalo quieto. Nuestros museos están, en ese sentido, bastante muertitos”.

Finalmente, para cerrar su participación, Carlos Hernández instó a “ser libres de gestionar nuestros recuerdos y de gestionar nuestras desmemorias (...) en el fondo, somos muy evolucionistas y creemos que la linealidad es lo que gobierna nuestros paradigmas epistémicos (...) pero la memoria no es el pasado y el patrimonio no es el objeto”.

En los mundos cosmopolíticos, la memoria está referida a una cantidad extraordinaria de elementos donde nadie podría reivindicarse como dueño de esas memorias”

Carlos Hernández Dávila, doctor en Antropología Social por la ENAH.

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Para consultar y reproducir todas las mesas del coloquio:

https://17edu.org/xxxivcoloquiogestioncritica/

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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