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Se va el generoso políglota y sabio
Pocos días después de recibir el Premio Internacional Menéndez Pelayo, el escritor murió.
Apenas la semana pasada, el filólogo mexicano Ernesto de la Peña recibía gustoso el Premio Internacional Menéndez Pelayo. Se le veía feliz y sereno. La mañana de este lunes 10 de septiembre, el escritor falleció de un paro cardiorrespiratorio a los 84 años de edad. La comunidad intelectual y cultural mexicana lamentó la noticia.
Un joven profesor universitario, Roberto Cruz Arzabal, comentaba muy temprano en sus redes sociales: Conocí a don Ernesto de la Peña hace un par de años, y su voz mucho tiempo antes, cuando comentaba las transmisiones de la ópera del MET en Opus 94 .
En sus palabras, era un operópata . De la Peña era un sabio sibarita. Disfrutaba la comida y el vino, con algo de recelo por la edad y el erotismo. Don Ernesto era un amante de las palabras o, mejor, de sus posibilidades, de los mundos ficcionales. No era sólo un sabio, era un puente. Leyó a los griegos, a los sabios judíos, la Biblia, el Corán, el Rig Veda; todo en su lengua y aprendió que vivir es gozar de lo vivido.
¡Y vaya que acumuló mucha vida! Además, para él, la vida es imposible de separar del mundo de las letras. Por ejemplo, el primer acercamiento que don Ernesto tuvo al alfabeto griego fue cuando tenía seis años, gracias a un tío materno con el que se crió e instruyó. Al pasar los años, no sólo conoció con rigor las lenguas clásicas, latín y griego, sino una importante cantidad de otros idiomas para que al final de su vida dominara 33.
Su erudición es indiscutible; sin embargo, él solía jugar con ello. En una entrevista ofrecida a este periódico en el marco de la FIL Guadalajara 2007, el escritor comentó: No soy un sabio, soy un chismoso. Desde niño he sido muy chismoso y, para mí, la historia fue un buen chiste, obviamente, de personas ilustres .
Ernesto de la Peña empezó a publicar tarde en su vida. Su primer texto apareció en 1988, Las estratagemas de Dios, obra que recibió el premio Xavier Villaurrutia. Comenzó a escribir por necesidad, no por placer. Cuando ocurrió el terremoto de 1985, Ernesto de la Peña se quedó sin hogar y, entonces, se refugió en casa de una prima. María Luisa, su mujer, siempre estuvo a su lado y fue ella quien lo estimuló para que escribiera y, de esa forma, lograra superar la crisis.
Los estímulos, ya lo dice el nombre, lo ayudan a uno a seguir adelante, yo siempre he sido muy perfeccionista y hago las cosas lo mejor que puedo, y nunca quedo satisfecho , comentó en aquella ocasión.
El 14 de enero de 1993 fue elegido para ocupar la silla XI de la Academia Mexicana de la Lengua y fue galardonado con premios como el Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura en el 2003; el Alfonso Reyes en el 2008; el Premio Nacional de Comunicación José Pagés Llergo en el 2009, por sus programas radiofónicos Al hilo del tiempo, Música para Dios y Testimonio y celebración, y, como ya mencionamos, hace unos días el Premio Internacional Menéndez Pelayo, reconocimiento que se otorga a personalidades destacadas en el ámbito de la creación literaria o científica, cuya obra escrita presente una dimensión humanística capaz de evocar a la del erudito español Marcelino Menéndez Pelayo. Al igual que Menéndez Pelayo, Ernesto de la Peña empezó desde muy joven a adquirir sus conocimientos sobre diversos idiomas.
Algo fundamental en su educación fue el acercamiento a la biblioteca que le legó uno de sus tíos maternos.
En la biblioteca, había libros en muchas lenguas y empecé a estudiar. Primero estudié francés, que es muy parecido al español escrito, hablado no. Así seguí. Después estudié en Filosofía y Letras la carrera de Letras Clásicas y ahí estudié la lengua griega, latín y alemán. Más tarde estudié hebreo, arameo... Eso en lo que respecta a las lenguas. Mi dedicación a las lenguas no es por las lenguas mismas, aunque me interesan, sino porque cada una tiene distintas literaturas. Me gusta leer a los grandes autores en sus originales siempre que puedo , comentó en junio pasado.
Sobre sus primeras lecturas recordó haberlas realizado por gusto, sumergido en los mundos creados por Emilio Salgari, Julio Verne y, en especial, aquellos que creó Alejandro Dumas padre. Soñaba con luchar las mismas batallas que el héroe de Los tres mosqueteros, DArtagnan o bien, sumergirse en los paisajes presentados por El conde de Montecristo.
Compartió su fórmula con El Economista en la entrevista del 2007, cuando Ernesto de la Peña comentó: Dicen que soy sabio, pero yo no lo creo, aunque sí he dedicado mi vida a estudiar. Eso sí lo he hecho .
(Con información de Conaculta)
Exigencias y reclamos ?a sí mismo
Imagen (fragmento)
A veces, desde el fondo de ti, sin temor al ridículo
sin estar en un gesto perfil historioso
quieres gritar arrullos y acariciar el viento y la garganta
enamorarte a vida entera
darte a gritos, a lágrimas honestas...
Te cansas pronto, Ernesto,
se te cierra el aliento sin llegar a un lugar deshabitado
no precedido de hombres o de cosas,
se te quiebran los puños antes de abrir de veras un secreto
o instaurar una fecha
o cosechar amor como un tallo lumínico de fuego y permanencia.
Eres volátil y áspero como el sabor del humo
que penetra, acaricia, irrita y saca lágrimas...
Tratabas de luchar a mano seca (fragmento)
En tu sistema ahíto
me quisiste llenar con todos los rincones de la tierra
con el eco de todos los idiomas
y la fuerza de todas las bellezas...
Hombre dulce quizás,
tal vez temible por el incendio de las sílabas
y el muladar de la cultura,
hombre suave, carente de armazón...
Sobre la muerte
Cuando fallece (fragmento)
Así es la muerte:
una planicie fatigada que se irisa de imágenes
un mar de transparentes etapas de delirio,
un sonido en la yema del alma,
una reunión de hermanos en eterno crepúsculo
una gota en la nada,
un eco sin origen,
una caída a plomo por el borde del aire...
De Tal vez esto es la muerte
Cuando fallece ¿a dónde va el amor?
habló el poeta muerto a mitad del eco;
porque la vida siempre
estúpida, obediente
en ese antro sin sombra
en esa nulidad que no sabemos, en su esquina en tinieblas
y con el habla a gritos sin respuesta
supongo, me supongo
que no se va, que aquí se queda.
aflores@eleconomista.mx