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Opinión

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4 escenarios para Ucrania (incluido el nuclear) II

Veíamos en la entrega anterior los escenarios de que Rusia gane la guerra y de que pudiera llegar a perderla, algo que ha aumentado su probabilidad en los últimos días, por todo lo que está trascendiendo desde el terreno. Por supuesto en ningún caso esto sería una victoria absoluta o una derrota total: todo terminará en una negociación que, al día de hoy (todo puede cambiar mañana), podría desembocar en un estado de cosas parecido al que prevalecía antes de la invasión aunque, por supuesto, el quebranto que ya ha padecido Ucrania (y la legalidad internacional) dejará cicatrices a lo largo de generaciones.

Rusia se está replegando del norte, ante la respuesta del ejército ucranio. La declaración de Josep Borrell, de hace unos días, en el sentido de que los rusos podrían haber perdido incluso 40 mil efectivos, entre muertos, heridos y prisioneros, resultó algo inaudito. Días después el mundo entero presenció las imágenes de las atrocidades cometidas en Bucha y se empezó a barajar en Bruselas el corte del suministro de gas y petróleo rusos a la Unión Europea (UE), pese a los inmensos costos para los países comunitarios.

La retirada del norte de Ucrania se interpretó de diversas maneras: como una clara señal de que Rusia está aceptando los hechos de su fracaso militar, o como un repliegue táctico para después contraatacar con mayor fuerza. En un país en que criticar la guerra es sinónimo de 15 años de cárcel, los ultranacionalistas (los que son más putinistas que Putin –ese tipo de gente la hay en todas partes–, los ultrarradicales, los maximalistas) se dedicaron a reprochar la estrategia militar rusa. El presidente checheno, Ramzán Kadírov, adicto como pocos a Putin, publicó un video diciendo: “leo que Ucrania ha ganado, que Rusia se marcha y que habrá negociaciones. No estamos de acuerdo. Pedimos al presidente que nos permita dar fin a lo que él comenzó. En Ucrania hay terroristas y extremistas de 52 países. Mientras haya nazis o combatientes del ‘shaitán’ islámico [espíritu maligno], Ucrania no podría tener una vida normal. O los destruimos o los encarcelamos de por vida”, dijo esa muy bien informada y finísima persona.

¿Qué querrían esos ultranacionalistas? Bret Stephens cita a Carlotta Gall, periodista que cubrió la guerra de Chechenia y que recuerda cómo “en las primeras fases de la guerra, combatientes chechenos motivados aniquilaron una brigada blindada rusa, dejando atónito a Moscú. Los rusos se reagruparon y arrasaron Grozny desde lejos, utilizando la artillería y la aviación”. Ese es un derrotero posible para esta otra guerra.

No necesitan, pues, tener un ejército tan sofisticado y moderno. Basta con que lancen “bombas tontas” y de racimo, prohibidas por el derecho internacional y por la más mínima decencia humanitaria, que Putin nunca ha tenido prurito alguno en detonar. “Rusia está operando hoy con el mismo libreto – concluye Stephens–. Cuando los analistas militares occidentales argumentan que Putin no puede ganar en Ucrania, lo que realmente quieren decir es que no puede ganar limpiamente”.

¿Eso puede ser el futuro de Kiev y de toda Ucrania? ¿El destino de una Grozny o un Alepo convertidos en escombros? La sanguinaria acometida en Mariupol ya ha causado miles de muertos y ha dañado el 90% de sus construcciones. Ciertamente Putin no se caracteriza por jugar limpio.

El sombrío escenario nuclear

Algunos esbozan un escenario aún más macabro, con un Putin completamente desequilibrado. La OTAN se está preparando ante la posibilidad de un ataque con armas químicas o biológicas en alguna ciudad ucraniana, lo que, además de los detalles técnicos de cómo se le haría frente (con cuántas máscaras antigás y con cuántas vacunas contra patógenos devastadores como el ántrax o la viruela se cuenta), ha puesto a los militares a dilucidar hasta qué punto significaría un casus belli que involucre a toda la organización atlántica y, por consiguiente, la posibilidad de una guerra mundial.

El siguiente escenario es el de un ataque nuclear, con una bomba de baja intensidad que podría explotar en el descampado o en el Mar Negro (si Putin quiere dar un mensaje de disuasión), en un complejo militar o incluso en alguna ciudad. La disuasión no funciona sin credibilidad, dicta una máxima militar. Precisamente esa credibilidad es la que está en entredicho entre las potencias occidentales, por su contención y su aproximación racional al asunto. Las democracias siempre son vistas como débiles por los autócratas. “Putin cree que occidente retrocederá en lugar de arriesgarse a una confrontación, incluso mientras destroza ciudades, mata civiles y bombardea corredores humanitarios”, escribe Fabian Hoffmann, del Oslo Nuclear Project.

Aquí cabe aclarar algo que, inexplicablemente, la mayoría de la gente desconoce: no todas las ojivas nucleares son las que en el imaginario colectivo significan el fin del mundo. Esas bombas son las llamadas estratégicas, y son las que garantizaron que no hubiera una guerra nuclear durante la Guerra Fría, precisamente porque significaban la Destrucción Mutua Asegurada. Es decir, efectivamente, algo parecido al fin del mundo. Pero las bombas nucleares no estratégicas, o tácticas, son las que tienen una potencia menor que la de Hiroshima, que puede ser 50% esa potencia, 20%, 10% o incluso 2% esa potencia. Se cree que Rusia tiene miles de armas nucleares no estratégicas, muchas más que Estados Unidos, con las que piensa que puede compensar la fuerza de la OTAN en armas convencionales.

En un texto titulado “Soy historiadora de la Guerra Fría y estamos en una nueva y aterradora era”, la experta de la Universidad Johns Hopkins Mary Elise Sarotte, escribe que si Putin es lo bastante temerario como para “pulverizar a los civiles ucranianos, quizá lo sea también como para provocar a la OTAN”. Sarotte se sorprende de “lo rápido que hemos retrocedido hasta este nivel de hostilidad”. “Temo profundamente que su imprudencia pueda causar que los años transcurridos entre ese periodo y la pandemia parezcan una etapa feliz para los historiadores futuros, en comparación con lo que vino después”, agrega.

Hay que recordar las muchas amenazas nucleares que ha expresado Putin, prueba de su irresponsabilidad y su distorsión ideológica y conceptual, en lo que algunos académicos como el psiquiatra Vamik Volkan, o el escritor Alex Evans, han descrito como “la psicología del agravio”. Una de las ideas centrales de Volkan es que, cuando la identidad de un grupo se ve amenazada tras una pérdida de poder o estatus, resulta psicológicamente esencial restablecerla. “Si las sociedades no superan su sensación de pérdida mediante un proceso de duelo, ésta puede convertirse en un elemento central de la identidad del grupo, lo que a su vez las hace vulnerables a la manipulación por parte de líderes destructivos que se aprovechan de las viejas heridas. Serbia y Milosevic ofrecen un ejemplo; Trump, con su historia de cómo Estados Unidos solía ser grande (y podría volver a serlo), otro”, escribe Evans. Hasta dónde llegó Milosevic, lo sabemos. Hasta dónde puede llegar un Putin real o ficticiamente agraviado, no lo sabemos aún.

La doctrina nuclear de Rusia indica que solo usaría armas nucleares en caso de que se encuentre en riesgo existencial. Esto puede llevar a interpretaciones, como los “riesgos existenciales” de que la OTAN arma a los militares ucranianos, o el de las sanciones económicas. En la justificación de su guerra ilegal, Putin dijo que era “un asunto de vida o muerte, de nuestro futuro histórico como nación”. Recordemos que, en su delirante psicología del agravio, ha afirmado que Estados Unidos y Occidente están tratando de destruir a Rusia, y que ha acusado falsamente a Ucrania de buscar la fabricación de una bomba sucia de plutonio para atacarla. Los pretextos no faltarían en un determinado caso.

“Los expertos nos han dicho durante años dónde se va a originar la próxima crisis nuclear: con un loco en Irán o Corea del Norte, con una guerra fronteriza entre India y Pakistán, o bien con un portafolio de un terrorista con una bomba sucia en Times Square, pero la incursión rusa en Ucrania ha acabado con esa suposición”, escribe Matt Bai en el Washington Post, haciendo además un análisis de cómo, en los tiempos que corren, las oleadas de líderes populistas y autoritarios con armas nucleares a su alcance han vuelto al mundo mucho más peligroso.

Los escenarios que se sucederían a una detonación nuclear, así sea no estratégica, son por demás dantescos. “Si occidente está interesado en evitar que Putin use armas nucleares en Ucrania, tendrá que dejar claro a Rusia que está dispuesto a responder. Los mensajes disuasorios creíbles reducirían el alcance de la escalada de Putin. Es terrible abogar contra la desescalada frente a las amenazas nucleares, pero el curso contrario significaría aquiescencia, y eso podría conducir a un sufrimiento en un nivel inimaginable”, concluye el especialista del Oslo Nuclear Project.

Reconstrucción y distensión

Finalmente, el mejor escenario de todos también debe ser contemplado, aunque las evidencias de los crímenes de guerra lo han vuelto todavía menos probable. En él, la guerra termina en semanas, o incluso días, con un fracaso ruso o una victoria pírrica, y comienza una distensión. Es posible que Ucrania ceda parte de sus decisiones soberanas con un acuerdo de neutralidad similar al de Finlandia, pero con un tratado que garantice su seguridad en el futuro. Es posible que pierda Crimea y el Donbás definitivamente, e incluso un área que una estas dos regiones, aunque podría adherirse con los años a la Unión Europea. Lo que es un hecho es que Ucrania tendrá una reconstrucción apoyada por la comunidad internacional.

Como resultado de una derrota en su “operación militar especial”, o de una victoria solo para salvar la cara, además de la continuidad de algunas sanciones que sigan lastrando su economía (la cancelación definitiva del gasoducto Nordstream 2 es un mazazo económico para los rusos), Putin podría perder el poder. Pero aunque no lo pierda, eventualmente lo tendrá que dejar en alguien más, y aquí también se podría atisbar otra posibilidad: la solución evolutiva. En contra de la barbarie que han significado los años de Putin (el apoyo a un asesino de masas como Al Assad, los asesinatos y envenenamientos de opositores, las intervenciones en países vecinos, la salvaje represión a la prensa y a la libertad de expresión), ¿se puede soñar con un líder racional e innovador en el Kremlin, que esté más allá de odios y sueños imperialistas? Se puede soñar, ciertamente. “Imaginemos por un minuto que Putin pierde el poder y quien lo sustituye representa a esa parte de Rusia que hoy, pese a todo lo que implica, está saliendo a la calle para pedir el fin de la guerra, y que se siente parte integral de Europa”, escribe en El País la analista Cristina Manzano.

“Habría que contemplar también ese escenario, el de la reconstrucción de unas relaciones (las de Rusia con la UE) cuyo deterioro se aceleró desde 2014”, continúa la autora. “Por muchos errores que hayan cometido la OTAN y los países occidentales, el único culpable de un drama totalmente injustificado es Putin. Sin embargo, haríamos mal en olvidar la historia de la que venimos, la gran lección de la Primera Guerra Mundial fue que la humillación alemana solo llevó a armar a ese país y entregarlo a Hitler (cuyos ecos resuenan también mucho estos días), una lección que asimilaron bien los padres fundadores de la UE: que la paz en Europa solo sería posible incluyendo a Alemania, no volviendo a arrinconarla. Pensemos, aunque sea por un momento, cómo recuperar para Europa una Rusia post Putin; ofrezcamos un escenario a quienes dentro de Rusia piensan que otro mundo es posible, por improbable que sea”.

Recordemos qué pasó en los años posteriores a la segunda guerra, cuando llegaron a Alemania verdaderos constructores, empezando por Konrad Adenauer, siguiendo años después con la presencia enorme del socialista Billy Brandt, un líder sin ideas revanchistas, sin fantasmas ni resentimientos históricos, y que gracias a eso posibilitó una apertura democrática para su país. ¿Es completamente imposible pensar en un futuro líder ruso con esa estatura moral y, finalmente, una sociedad civil que lo respalde para crear instituciones democráticas?

En España, después de la guerra civil y de la brutal dictadura, llegó un personaje de una gran relevancia, Adolfo Suárez, quien, con la ayuda de otros gigantes que dejaron de lado sus ideologías maximalistas (como Felipe González y Santiago Carrillo, quien abandonó los dogmas comunistas más antidemocráticos para posibilitar el sistema electoral), encaminó a su país hacia la democracia y, posteriormente, hacia la prosperidad.

En Francia tuvieron a un socialista no fanático, Mitterrand, quien también ayudó a sentar las bases de la unión. Todos estos hombres construyeron ese ensayo de civilización que terminó con las guerras europeas. Hubo, pues, en la construcción de la Europa moderna, la del gran crecimiento económico, la de la colaboración entre países, la de la cesión de soberanías, la de la superación de los nacionalismos, un Billy Brandt, un González y un Mitterrand, en épocas tan difíciles como en una guerra fría. Los desenlaces no tienen que ser necesariamente las peores opciones. Sí es factible soñar con ello. “Por improbable que sea”.

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José Manuel Valiñas es articulista de política internacional. Dirigió la revista Inversionista y es cofundador de la revista S1ngular.

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