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Opinión

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Agarrando la onda del festejo

José Agustín, reconocido como el “El ondero mayor”, escritor de larga trayectoria, autor de lecturas determinantes y representante de toda una generación, nació en Acapulco el 19 de agosto de 1944.

Debe ser una friega – para usar la palabra precisa– ser identificando solamente como “escritor de la onda” y no volver a hablar de él más que por su cumpleaños, sabiendo que la edad lo jode, como dijo alguna vez. Sin duda sería mejor hablar de José Agustín como escritor de larga trayectoria, el autor de lecturas determinantes y el representante de toda una generación. Tal vez explicar que la Literatura de la Onda fue un movimiento literario surgido en México a mediados de los años sesenta, integrado por escritores tan notables como Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y René Avilés Fabila, todos ellos encabezados por él, por José Agustín, llamado “El Ondero Mayor”, con toda la justicia y en la mejor de las ondas.

Creador de novelas, cuentos y ensayos, José Agustín -de apellido Ramírez Gómez pero que siempre ha firmado solamente con su nombre- nació en Acapulco el 19 de agosto de 1944. Capturado por la literatura desde pequeño (“no he parado de escribir desde los ocho años”, dijo en entrevista en el año 2004 cuando estaba a punto de cumplir cuarenta años de ser un escritor profesional, “pero muchos más de ejercer el oficio.”) terminó convirtiéndose en uno de los escritores mexicanos más polémicos del siglo XX. En un principio fue denostado, acusado de hacer “literatura menor y soez”, pues escribió libros que escandalizaron por su rebeldía, sonaban como “hablaba la chaviza” y tocaban temas de sexo, ácido, mota y rock and roll, evidenciando puntualmente todo lo que los jóvenes de aquel tiempo detestaban y lo represivo del mundo que enfrentaban.

Cuando apareció su novela “La tumba” en 1964, los lectores encontraron en sus palabras atrevidas y su historia descarnada, el retrato perfecto de la desobediencia y el rompimiento y una razón, por escrito, para reclamar el poder y llamar a las cosas por su nombre. Así se escandalizarán desde sus mamás hasta Dios padre. La rebeldía no tenía la culpa de los desgastes mentales o lingüísticos de la población, ni de las ondas que cada uno elegía para su vida. José Agustín fue el primero que mencionó tal palabra. (y otras muchas). “Contracultura”, dijeron sus críticos más benévolo y culpable de haber roto con la literatura tradicional a través, sobre todo, del lenguaje. (Todo ello con su consabido escándalo, como si hubiera sido la primera vez, como si López Velarde, Octavio Paz y hasta Rubén Darío no hubieran hecho lo mismo).

Después apareció otra novela de José Agustín llamada “De perfil “, luego otra más, “Inventando que sueño”, algunas obras de teatro, guiones cinematográficos, ensayos, artículos, entrevistas, dos tomos de crónica bajo el título “Tragicomedia mexicana”, una autobiografía que se llamó “El rock de la cárcel” y artículos que aparecían quincenalmente en la prensa nacional. Después vino la aparición de su antología Cuentos Completos 1968-2002, una reunión de sus trabajos en otro de los géneros literarios que maneja con pasión y precisión y que además permitió que sus lectores cautivos lo leyeran en orden cronológico y disfrutaran una narración inédita, “Los ojos de los demás” un relato donde, abordando la ciencia ficción, José Agustín presenta un panorama del México del futuro bajo la mirada de un personaje que puede transmigrarse y que, para ver mejor, se va quedado ciego.

En aquella entrevista, una plática deliciosa, José Agustín confesó la realidad de su onda: “Tengo una visión personal de la literatura que se ha ido creando a través de la decantación de una concepción del mundo. Mi estilo incluye juegos de palabras, albures, picardías, pero también hay todo un estrado bastante amplio del tratamiento tradicional de la literatura. Incluso, es nada más una manera innovadora provocativa o irreverente de presentar el lenguaje: Hay un uso de estructuras y personajes que parten de la tradición literaria. Lo central de lo que escribo es la tensión que existe entre tradición y rebeldía. Y son muchos los autores que contribuyeron a esta manera que tengo de escribir: Walter Scott, Fitzgerald, Navokov; los poetas malditos, en especial Rimbaud; Neruda, Brecht, Ionesco, Jean Paul Sartre y Camus, y obviamente, los beatniks: Kerouac, Ginsberg, Burroughs…”.

La lista podía haber sido interminable y nuestra plática derivar en explicar cómo “la onda” se convirtió en un vocablo que no define nada y se usa para todo, que sustituye palabras difíciles de encontrar, imposibles de pensar y que gobierna el lenguaje cuando reina la desidia, la falta de vocabulario, la ausencia de lecturas o la incapacidad de describir, hallar sustantivos, formular preguntas o explicar un hecho, pensamiento o sentimiento. No lo hicimos, estábamos en otra onda.

Hablamos un poco del accidente que sufrió en el 2009 que le rompió varios huesos y lo dejó en terapia intensiva casi un mes, pero también de que aún le gustaban los Rolling Stones, estaba lleno de proyectos —como hasta ahora— y que su casa de Cuautla seguía siendo la del sol naciente. Para su cumpleaños número 78, que se celebra el viernes próximo, basta con leerlo, releerlo, acordarse y festejar sus letras ¿Agarran la onda?

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