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Nearshoring: las verdaderas discusiones que debemos tener
En México seguimos en la discusión sobre el nearshoring. El debate sobre las cifras de Inversión Extranjera Directa, el posible rezago, y si la falta de crecimiento en nuevas inversiones es una señal de que esta narrativa es ficción, me parece fútil. Lo crucial es que, desde el sector privado y el gobierno, desarrollemos un entendimiento más detallado de este proceso: qué implica, dónde están las oportunidades y cuáles son las necesidades de política pública.
En esta discusión, una carencia importante ha sido la falta de una definición clara de lo que es y no es el nearshoring. Nearshoring, friendshoring o reshoring es el proceso de regreso de cadenas productivas a Norteamérica que, debido a la apertura de China al mundo, especialmente tras su entrada a la OMC en 2001, dejaron México y/o EU para instalarse en el gigante asiático por las ventajas en costo de mano obra. Este retorno se debe principalmente a la guerra comercial entre EU y China, que implica la imposición de tarifas a ciertas importaciones chinas y medidas de represalia de China.
La falta de definición ha llevado a conclusiones erróneas, como el caso de la planta de Tesla en Santa Catarina, Nuevo León. Según la definición previa, esta inversión no es nearshoring, sino simplemente otra inversión en el exitoso sector automotriz mexicano. No hay diferencia entre las nuevas inversiones anunciadas por Stellantis, la ampliación de la planta de Nissan en Aguascalientes, o la planta de Toyota en Guanajuato inaugurada en 2019. Estrictamente hablando, para ser nearshoring, Tesla tendría que cerrar su planta en Shanghái o, como mínimo, anunciar el traslado de la producción de allá a México, lo cual no parece ser el caso hasta ahora.
Lo que sí debería de considerarse nearshoring, y donde existe gran oportunidad, es en sectores afectados por las tarifas impuestas por EU a China. Estas oportunidades se encuentran principalmente en las partes intermedias de las cadenas valor, como componentes cruciales para diversos procesos productivos que, en los últimos años, se han hecho casi exclusivamente en China. Esto abarca componentes electrónicos, desde microchips hasta insumos menos complejos y equipos electrónicos de todo tipo. A esto se suman oportunidades en la industria ligera, como textiles —una industria prácticamente destruida en México por la competencia china— y relocalizaciones en otras industrias donde México ya es exitoso, como autopartes o equipo médico. Aún en este escenario, existen obstáculos importantes, sobre todo el acceso a materias primas minerales que, en el futuro próximo, deberán provenir de China.
Existen diversos análisis serios al respecto, y todos estiman que, si México es exitoso en capturar esta oportunidad, podríamos agregar entre 0.8 y 1.5 puntos adicionales al PIB a largo plazo, lo que podría reflejarse en una prima importante para el trabajo calificado en el país.
Lograr esto implica tener una política industrial enfocada en los sectores de mayor oportunidad y crear las condiciones para atraer estas inversiones. Se ha repetido hasta el cansancio: necesitamos inversiones en infraestructura, sobre todo en acceso a energía. Si se realizan las inversiones necesarias en esta última, podríamos volver a ver un proceso similar al que detonó el acceso al gas texano para la industria más pesada en el norte y Bajío. Pero esto no sucederá en el vacío; es fundamental que la nueva administración tenga una política activa en este sentido, no solo buenas intenciones o anuncios vacíos.