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El pleito en Morena amenaza el liderazgo de Claudia Sheinbaum
El reciente pleito entre los líderes de las bancadas de Morena en la Cámara de Diputados y el Senado, Ricardo Monreal y Adán Augusto López Hernández, respectivamente, muestra las tensiones internas que Morena ha tratado de ocultar. La disputa refleja no sólo ambiciones individuales, sino también una lucha entre facciones que buscan posicionarse hacia el futuro, particularmente con miras a la sucesión presidencial de 2030.
La intervención de la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, para mediar en el conflicto revela la gravedad del episodio. Que una funcionaria del gobierno federal se viera obligada a participar en un asunto partidista plantea serias interrogantes sobre la solidez de las estructuras internas de Morena y la separación entre Estado y partido. Asimismo, sugiere que la dirigencia nacional morenista, encabezada por Luisa María Alcalde, no tuvo la autoridad necesaria para resolver el problema, dejando en evidencia las limitaciones del partido.
Estas tensiones internas no son nuevas. Morena, en su intento de proyectarse como una alternativa diferente a los demás partidos, enfrenta desafíos similares a los que enfrentaron el PRD, el PAN y el PRI: luchas por influencia, falta de cohesión y protagonismos individuales. La rivalidad entre Monreal y López Hernández no es sólo una personal; refleja intereses y lealtades divergentes que podrían fracturar cada vez más a Morena.
La presidenta Claudia Sheinbaum, al intervenir y pedir “cabeza fría” a los dos legisladores, busca contener una crisis que amenaza su liderazgo y la imagen de unidad que Morena debe mantener. A diferencia de Andrés Manuel López Obrador, cuya figura ejercía un efecto aglutinador, ella enfrenta la difícil tarea de equilibrar intereses internos sin perder autoridad. La cohesión partidista será clave no sólo para el éxito de su gestión, sino también para el futuro de Morena en las elecciones de 2027 y 2030.
El pleito deja lecciones importantes. Primero, la institucionalidad de Morena es aún débil y depende en gran medida del liderazgo individual. Segundo, las disputas públicas, lejos de fortalecer el pluralismo interno, minan la credibilidad de un partido que prometió ser distinto. Finalmente, la intervención de actores externos, como Rosa Icela Rodríguez, refleja que el partido carece de mecanismos internos sólidos para resolver diferencias.
Para resolver esta crisis, se realizaron reuniones en Palacio Nacional, donde se alcanzaron acuerdos para evitar periodos extraordinarios en el Congreso y proyectar una imagen de reconciliación. Sin embargo, una foto en la que aparecen juntos Rosa Icela, Monreal, y Adán Augusto difícilmente reparará las fracturas expuestas.
Morena está en una encrucijada: consolidarse como un partido verdaderamente institucional o reproducir las dinámicas de los partidos que tanto critica. La presidenta Sheinbaum debe demostrar que tiene la capacidad de liderar y contener las disputas internas, evitando que el partido se desmorone por ambiciones individuales.
El desenlace de este episodio será crucial para fortalecer el liderazgo de Claudia Sheinbaum y determinar si Morena logra mantenerse como una fuerza política cohesionada o si sucumbirá, como otros partidos, a sus propias divisiones.
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