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Opinión

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Pesimismo poscapitalista

Ante la elección entre el capitalismo parasitario y el neofascismo emergente, no sorprende que las sociedades occidentales sean cada vez más pesimistas. Si bien el pesimismo ha invadido épocas anteriores, el estado de ánimo actual se sustenta, y en parte se define, por la ausencia de una visión redentora.

LONDRES. En 2023, el crítico literario Fredric Jameson observó brillantemente que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Por primera vez en dos siglos, observó, se veía al capitalismo como algo destructivo e irreversible. La pérdida de la fe en la posibilidad de un futuro poscapitalista ha alimentado un pesimismo profundo.

Esta desesperación prevaleciente evoca el ensayo de 1930 de John Maynard Keynes, “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”, en el que advertía sobre los “dos errores opuestos del pesimismo”. El primero era el pesimismo “de los revolucionarios que piensan que las cosas están tan mal que nada nos puede salvar si no un cambio violento”. El segundo era el pesimismo de los reaccionarios que consideran que las estructuras económicas y sociales son “tan precarias que no debemos arriesgarnos a ningún experimento”.

En respuesta a los pesimismos de su época, Keynes ofrecía una visión alternativa que predecía que la tecnología introduciría una era de abundancia sin precedentes. En el lapso de un siglo, sostenía, el continuo progreso tecnológico elevaría los estándares de vida, al menos en el mundo civilizado, entre 4 y 8 veces por encima de cómo eran en los años 1920. Esto permitiría que los nietos de su generación trabajaran una fracción de las horas que habían trabajado sus ancestros.

La teoría del empleo de corto plazo por la cual Keynes es muy reconocido era parte de esta visión más amplia de la utopía tecnológica. En su opinión, administrar la economía en su capacidad máxima era la ruta más rápida para pasar de la necesidad a la libertad. Una vez que alcanzamos este objetivo, la “dentistería” económica que preocupaba a Keynes se volvería redundante. Nuestra atención luego podría virar a “nuestros problemas reales”, los de “la vida y las relaciones humanas, la creación, el comportamiento y la religión”.

Si bien para Keynes las ideas de Karl Marx eran incomprensibles, su visión de un futuro poscapitalista se asemejaba a la de Marx en La ideología alemana. Marx consideraba que el capitalismo era un medio para resolver el problema de la producción, mientras que el comunismo era visto como una manera de administrar la distribución, lo que eliminaba así la necesidad de una división de la mano de obra.

Al igual que Keynes, la visión del futuro de Marx abogaba por el aficionado cultivado, un rol tradicionalmente reservado para la aristocracia. Marx avizoraba una sociedad en la que uno pudiera “cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado por la noche” y “criticar después de cenar”, sin estar confinado al rol de cazador, pescador, pastor o crítico. Al igual que Keynes, veía al capitalismo como un calvario que la humanidad tenía que transitar para que se pudiera democratizar la buena vida.

Si bien Keynes y Marx veían al capitalismo como un mal necesario, ambos se oponían a los esfuerzos apresurados por abolirlo o por interferir demasiado enérgicamente en su mecanismo. Keynes advertía sobre el desmantelamiento prematuro del sistema capitalista a través de la redistribución de la riqueza y del ingreso, mientras que Marx creía que los intentos reformistas por humanizar al capitalismo no harían más que demorar la revolución. Estas posturas rígidas, en definitiva, resultaron ser demasiado extremas para los keynesianos y los socialistas que pretendían establecer democracias sociales keynesianas a mediados del siglo XX.

Pero, a pesar de sus visiones utópicas de un mundo poscapitalista, Keynes y Marx tenían visiones esencialmente diferentes de cómo superar al “monstruo” capitalista, producto de sus distintas interpretaciones del sistema. Para Keynes, el capitalismo era una deformación espiritual que se había propagado por la civilización occidental por el vector del puritanismo y que, naturalmente, se extinguiría una vez que dejara de ser necesario. En una era de abundancia, “al amor por el dinero como una posesión, a diferencia del amor por el dinero como un medio para los placeres y las realidades de la vida, se lo reconocería por lo que es”, una “morbilidad un tanto desagradable” que uno “entrega con un escalofrío a los especialistas en enfermedades mentales”.

Marx, por el contrario, no veía al capitalismo como una aflicción psicológica; lo veía, más bien, como un sistema político y social en el que la clase capitalista monopolizaba la propiedad y el control de la tierra y del capital. Este dominio permitía a los capitalistas extraer un valor adicional de los trabajadores, cuyo único bien vendible era su fuerza de trabajo. El capitalismo, sostenía Marx, no desaparecería así nomás; tendría que ser derrocado, pero no antes de que se hubiera alcanzado plenamente su potencial creativo.

El retrato del capitalismo de Marx como una fuerza creadora estaba arraigado en la dialéctica de Hegel e influenciado significativamente por la novela de Mary Shelley de 1818 Frankenstein o el moderno Prometeo. Otra fuente de inspiración fue Fausto de Goethe, donde Mefistófeles es caracterizado como un ejecutor diligente del plan de Dios para la redención humana.

En muchos sentidos, el pesimismo de hoy es más profundo que el que Keynes identificaba en 1930. Los revolucionarios izquierdistas todavía añoran una caída del capitalismo, pero no han sabido ofrecer una alternativa política viable desde el colapso del comunismo soviético. Por su parte, el conservadurismo ha evolucionado en la “derecha radical”, caracterizada por el resentimiento y el chauvinismo, pero que carece de una visión coherente para un futuro armonioso. Ninguna de las partes parece ofrecer una luz al final del túnel.

Es la falta de una visión redentora lo que sostiene, y en parte define, el pesimismo prevaleciente de hoy. Mientras que Keynes y Marx creían en el poder emancipador de las máquinas, la tecnología hoy es vista, en general, como una amenaza, aún si la tecnología y nuestro futuro siguen profundamente entrelazados. De la misma manera, Keynes y Marx suponían que el capitalismo caería mucho antes de que la naturaleza se rebelara en contra de su explotación; ahora enfrentamos la amenaza existencial del cambio climático, con pocas esperanzas de un esfuerzo global exitoso para combatirlo. Más alarmante aún es el hecho de que la confianza pública en la capacidad de los sistemas democráticos para ofrecer un progreso significativo se está erosionando a pasos acelerados.

Frente a una opción entre capitalismo parasitario y neofascismo emergente, el pesimismo es razonable. Pero considerando que ni el fin del mundo ni el fin del capitalismo parecen inminentes, sigue vigente el interrogante: ¿adónde vamos de ahora en más?

El autor

Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick. Es el autor de una biografía galardonada de John Maynard Keynes y de The Machine Age: An Idea, a History, a Warning (Allen Lane, 2023).

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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