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Salud Preventiva vs. Curativa: Un problema de incentivos
La salud es un recurso invaluable para la sociedad, por lo que su cuidado es una preocupación de interés global. En el ámbito de la atención médica, dos enfoques principales compiten por su relevancia: la salud preventiva y la salud curativa. Ambas desempeñan un papel esencial en el bienestar general, pero su impacto sanitario y económico difiere significativamente, especialmente si consideramos la eficiencia del gasto en salud.
La salud preventiva se centra en anticipar y prevenir enfermedades y lesiones antes de que ocurran. A través de campañas de vacunación, controles médicos regulares, educación sobre hábitos saludables y promoción de un estilo de vida activo, la prevención busca reducir el riesgo de enfermedades crónicas y afecciones graves. Cuando se implementa de manera efectiva, la salud preventiva puede conducir a una disminución de la incidencia de enfermedades y, en última instancia, a una población más sana y productiva.
Las campañas de vacunación, llevadas a cabo en los diversos países, son el ejemplo más clásico de salud preventiva. Dentro de ellas, está la vacunación infantil rutinaria, que es una de las políticas más amplias y consistentes que se realizan en la mayoría de los países, enfocadas en administrar una serie de vacunas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otros organismos de salud, para protegerlos contra diversas enfermedades, como la poliomielitis, el sarampión, la rubéola, la difteria, hepatitis B y otras. También la vacunación contra la influenza, para proteger a grupos vulnerables, como los ancianos, los niños pequeños y aquellos con enfermedades subyacentes.
En el cncer, la salud preventiva se centra en los programas de detección temprana, como mamografías regulares para el cáncer de mama, pruebas de Papanicolaou para el cáncer de cuello uterino y pruebas de detección de cáncer colorrectal, para identificar la enfermedad en sus etapas iniciales y mejorar las tasas de supervivencia. Asimismo, la promoción de estilos de vida saludables, concientizando sobre los riesgos asociados con el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol, la dieta poco saludable y la falta de actividad física, entre otros. También promoviendo el acceso a vacunas que prevengan infecciones virales que pueden conducir a ciertos tipos de cáncer, como la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) para prevenir el cáncer de cuello uterino y otros cánceres relacionados.
Para el caso de las enfermedades cardiovasculares, destacan el control de factores de riesgo, como la hipertensión arterial y el colesterol alto, a través de exámenes médicos regulares, educación sobre hábitos alimenticios, estilos de vida saludables, y el acceso a medicamentos y tratamientos necesarios. Para el VIH, destaca el uso del preservativo y la profilaxis preexposición y post-exposición (PrEP y PEP).
Algunos estudios sostienen que, dentro de los países OCDE, para maximizar la salud y el crecimiento, la proporción óptima del gasto en salud preventiva con respecto al PIB debiese ser del 0.44%, mientras la proporción real es del 0.25%, es decir, un 56% del óptimo. Por otro lado, la proporción óptima del gasto en salud curativa en el PIB debiese ser del 10.96%, en cambio, la proporción real es del 8.26%, lo que equivale a un 80% del óptimo. En consecuencia, se estima que la prestación de servicios sanitarios es actualmente insuficiente, pero especialmente distanciada del óptimo es el gasto en la salud preventiva,
Por otro lado, la población general tiende a preocuparse más de su salud cuando está enferma, que cuando está sana, lo que se ha testeado en algunos estudios. Ello tampoco contribuye a un mayor énfasis en salud preventiva.
Ahora, ¿por qué se da este fenómeno de la baja prioridad en relación al gasto público en salud preventiva? Una posible explicación la da un reciente artículo denominado s (la política de la inversión en salud), donde se sostiene que es poco probable que los gobiernos se enfoquen en la salud preventiva, ya que se trata de una política “silenciosa”, que requiere la asignación de recursos escasos en el presente para generar beneficios difusos que sólo se podrán evidenciar a largo plazo. Por ello, no cuenta con el apoyo de grupos de interés ni de la opinión pública. Estas características tienen dos implicaciones: al igual que otras inversiones a largo plazo, los programas de salud preventiva son especialmente vulnerables a la austeridad fiscal, y dicha inversión genera poco interés político, ya que no atrae votos, por tener escasa visibilidad.
¿Cómo podemos incentivar al sistema político a enfocarse más en salud preventiva? ¿Cómo podemos hacer lo mismo con la población en general? Más allá de las campañas de inmunización, educación y concientización, algunas respuestas recientes vienen desde las ciencias del comportamiento, donde se diseñan, testean e implementan diversas estrategias que combaten los sesgos que tenemos todos y que afectan cuánto valoramos realmente la salud preventiva. La ciencia del comportamiento ha demostrado que pequeños cambios o impulsos sutiles (“nudges”) en el entorno pueden tener un gran impacto en el comportamiento de las personas, guiándolas hacia elecciones que sean más beneficiosas para ellas mismas o para la sociedad en general. Las estrategias de “nudging” utilizan señales, recordatorios o cambios sutiles en el contexto para influir en las decisiones saludables, como se ha testeado en diversos estudios.
Existe, por tanto, un consenso robusto sobre la importancia de la salud preventiva, lo que debe cambiar es que ello se traduzca en acciones concretas, tanto del sistema político, como de todos nosotros. Para ello, no podemos seguir repitiendo las mismas estrategias, sino que necesitamos buscar soluciones innovadoras, que generen mayor calidad de vida y salud para todas las personas.
*El autor es experto en políticas públicas en salud, Director de la Asociación Chilena de Derecho de la Salud, ha sido académico en diversas universidades chilenas sobre temas relacionados con sistemas de salud.